Tuesday, January 19, 2010

El temporal

Ayer se inundó la casa, pero yo no desesperé. Manos a la obra, me dije. A pelear contra la corriente. Cerré los cuartos, ahí está mi tesoro: los libros, la cama, los cables. No sé si tengo mucho más, mucho más por lo que pelear. Prefiero tener poco, lo necesario. Tengo más dinero en el banco del que puedo gastar, pero eso está bien. No hago las cosas por dinero, sino por la experiencia de hacerlas. Me saqué la ropa y junté los baldes. El agua torrencial bajaba álgida por el tubo de la pared y caía a borbotones en la rejilla. La rejilla se tapó y empezó a regurgitar el agua en forma violenta. El agua invadió todo el patio interior y llegó a los sillones, a la cocina, trepó hasta los dos centímetros. Agarré un cuchillo de cocina, el más afilado, y corté una botella de agua a la mitad. Intenté sacar el agua de la rejilla tapada y meterla en los baldes, para después sacarlo al pasillo, pero era inútil. Ineficiente. Entonces estudié la inclinación del patio, me di cuenta que era irregular y que una pequeña pendiente hacía avanzar el agua hacia la cocina. Hacia la heladera. Eso me pareció riesgoso, entonces improvisé una barrera con un toallón marrón y así detuve el flujo de agua que iba hacia la cocina. Después saqué el secador del depósito y empecé a luchar duro contra el agua. Desde los sillones hacia la zona de la puerta y de la puerta hacia afuera. Pareció funcionar, el volumen de agua bajó. Los gatos estaban aterrados. Maullaban, me miraban atónitos, me exigían respuestas. Entendían igual mi condición, y me dí cuenta que lo que pedían era socorro. Sus patitas aristocráticas se estaban mojando, y eso los escandalizaba. Separé al sillón de tres piezas y las apilé, de tal manera de formar un refugio. La gata rápidamente se metió entre las piezas del sillón y esperó a que pase el temblor. El gato se montó a la cima de la torre de sillones y me vio trabajar. En pocos minutos había logrado vaciar gran parte del agua, y en ese momento la lluvia amainó. El agua que bajaba por el tubo hacia la rejilla bajó al mínimo y, en ese instante, como por arte de magia, la rejilla se destapó. Terminé de extirpar al agua invasora del patio y, una vez finalizado eso, saqué la toalla empapada y limpié la cocina. Satisfecho y transpirado, me fumé un cigarrillo, dejé comida para los gatos y me fui a cenar con un amigo. Hoy a la mañana me desperté y desayuné café con tostadas belgas. Descubrí que desayunando generosamente a la mañana empiezo mejor el día. En eso sí tiene sentido invertir la plata del banco. Llegué al trabajo y me enteré que no había luz. Nadie estaba trabajando: las mujeres estaban reunidas en una ronda, como en un grupo de autoayuda, y los hombres jugaban al ajedrez. Me senté sobre un escritorio y se quebró. Subí al cuarto de arriba y, con unos clavos y un martillo, me dispuse a arreglar el escritorio. Todos me insultaron, pero no me importó. Martillé y martillé hasta asegurarme de que el escritorio pudiera sostener el peso de algunos objetos. Como la luz no volvía, y no hay nada que se pueda hacer hoy en día sin electricidad, me fui a mi casa y pedí que me avisaran si volvía la luz. En casa encontré la toalla marrón humedecida y la colgué del techo abierto. No la escurrí, la idea me agobió y la colgué así nomás, mojada y densa. Las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre la escalera, lo cual me pareció muy bello. Entonces agarré una maceta, un pedazo de botella de plástico cortada y un platito y los dispuse debajo de los goteos de la toalla, eligiendo el lugar para cada uno en función del grosor del goteo en cada sector. Entonces bajé, me senté en el sillón rojo lleno de pelos de gato y encendí un cigarrillo, viendo el agua caer sobre cada elemento. El gato negro maulló, subió a inspeccionar el dispositivo y después me miró, perplejo, en forma interrogante. La gata blanca, en cambio, vino hacia mí, maulló dos veces, y se sentó conmigo en el sillón rojo. Mis gatos son como yo, con poco están bien. Aceptan las condiciones y hacen con ellas lo mejor que se puede. Por eso los quiero y por eso creo que me quieren. Ya no voy a volver al trabajo hoy. No creo que me extrañen. El viento se mece, el toallón moja la escalera y los gatos callan, porque saben que estoy escribiendo.

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