Wednesday, April 14, 2010

Libreta de apuntes

Santa María de la Porciúncula: Francisco repara mi Iglesia (sentido metafórico tomado literal). Construir la torreta es una reacción a todo: a la gente, a la imposibilidad de comunicarse, al mundo virtual. Es la tarea titánica emprendida como hecho solitario y enorme, una manera de trascenderse a sí mismo y de dejar algo atemporal y eterno que es a la vez tangible. Todo el proceso: la investigación (estilos, materiales, tiempo de construcción, presupuesto, nociones básicas de arquitectura, ubicación de la torre, altura, fin que se busca). ¿Es una torre, una mastaba, un zigurat, un faro, un puesto de observación o es la torre a la que se subió Simón el Eremita para estar más cerca de Dios? Paso dos: compra y transporte del material. Hay que conseguir financiación, comprar los materiales, contactar arquitectos. Hay que ponerse en estado físico y abandonar los vicios de este mundo: correr, musculatura, fierros, dejar de fumar, comer sano. Se empieza bien afeitado y con el pelo corto, se acaba con barba y pelo crecido.
Es una acción pura, sin pensamientos que median, no hay lugar a la duda. Importa la vena que se hincha, el sudor en la frente, el movimiento mecánico desde la primera luz del alba hasta entrada la noche y, cuando el plazo se acerca, incluso durante la noche. Se para para comer algo sencillo y para dormir. No hay lugar para el ocio o el tiempo muerto, porque la obra avanza sin cesar. Es una ofrenda a sí mismo y a Dios. Es la demostración de que uno sirve para algo, una prueba para uno mismo. Es el acto supremo de disciplina, sin la participación de otros, sin la intervención ajena. El error es parte del proceso, se corrige y se mejora. Los únicos externos serán los invitados: los que miran, opinan, sugieren, pero no tocan las herramientas o los materiales.
Se documenta el proceso de construcción y finalización, pero las líneas narrativas secundarias influyen naturalmente en el proceso: reflejo entre la acción principal y las secundarias. ¿Qué se dejó atrás? ¿Un trabajo extenuante y vacuo, un amor insatisfactorio y banal que no tiene destino ni razón de ser, el hartazgo de lidiar con la familia, con la gente, con los fracasos propios? La construcción de la torreta es el triunfo sobre todo lo negativo y lo trivial, es la enseñanza sobre uno mismo, es la aceptación de la finitud del mundo, es la construcción a su vez de un carácter, de una disciplina, de una creencia en el bien de existir, es abrazar positivamente al absurdo de ser. Esto no debe trascender: lo que importa es el martillo, el ladrillo, la argamasa, el objetivo último por sobre todo lo demás.
Esto no debe quedar inconcluso, no debe ser apenas una idea. Debe existir, y estar ahí afuera. Creer empieza ahora.

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