Saturday, August 19, 2006

Volver al pasado

Los que leen este blog de una manera más o menos continua saben que cuando más prolífico soy es cuando peor estoy. Y sí, estoy mal. Por infinidad de razones, algunas evidentes, otras no tanto, pero no recuerdo haber estado tan triste, perdido y desorientado en mucho tiempo.
La vuelta, después de tanto tiempo, no es fácil. Todo es ajeno, distante, soy todo el tiempo el observador externo de una realidad que no me compete y en la que no me reconozco. Todo se siente de otra época, de otra persona, de otra vida incluso. Veo a Buenos Aires como una ciudad fantasma, como un bloque gris y opaco, me siento desorientado como un turista en una ciudad nueva pero a la vez tengo la angustia de saber muy bien dónde me muevo.
El avión de vuelta, como ya narré, fue una tragedia. Todo era asqueroso, me sentí solo, vulnerable. La llegada al aeropuerto fue tolerable, el saludo con mi padre cordial, el viaje en auto hasta mi casa veloz y poco doloroso. Me empecé a sentir como en el típico film independiente norteamericano, sobre el chico que se va a estudiar lejos y vuelve a su pueblo luego de un tiempo, donde revive viejas historias y donde revuelve el pasado en general. Estos films suelen tener una gran banda de sonido y son amenos de ver, pero en mi película las cosas no son tan ficcionalmente bonitas.
La familia entera reunida a los gritos (escena de una comedia italiana de los años sesenta, en este caso), el asado listo para comer, los abrazos y los chistes de ocasión. Frases del estilo "qué flaco que estás" o "qué lindo" o apreciaciones del momento, acompañadas de manos en la cara y sonrisas sobredimensionadas.
Y yo el medio, riendo sin saber bien por qué. La carne, el vino, las ensaladas, las preguntas, el café.
Extrañeza enrome, en cada rostro, en cada espacio, todo el tiempo.
Hasta que decidí pasar a ver mis mails. Encontré lo que venía a buscar y entonces sí, estallé. A los gritos, a los golpes, impotencia pura. Los mails más hermosos y escalofriantes que podía encontrar estaban allí, frente a mi cara, viscerales, punzantes, como espinas que solo ampliaban la extrañeza de todo.

"Enfoco. Guido, no me lo puedo creer. No consigo creerme nada de todo esto. Me retumban en la cabeza las palabras: Qué fuerte, ya se ha ido. Qué fuerte, ya no está aquí más. Cómo no queriéndome dejár respirar tranquila."

Volví a la mesa con los ojos rojos y las gafas empañadas, sucias de tanta lágrima. Mi padre me miraba extrañado sin poder descifrar qué me pasaba, mi cuñado y mi hermana se reían, pensando que tenía ojos de fumado. Y yo, perdido, riendo otra vez porque sí, llorando por dentro, con unas ganas monumentales de volver al aeropuerto, pillar el primer avión a Barcelona y eternizarme ahí, donde hoy en día soy yo. Porque este que está acá es otro, es un tipo que se parece a mí pero que no entiende mucho lo que lo rodea, que se desentiende del diario de la mañana porque nada dice en él de qué está ocurriendo en avenida Diagonal, qué pasa con los vuelos desde El Prat, cómo le está yendo al Barça en su gira de preparación.
Y volví a llorar, entonces el tema ocupó la mesa. Y todos opinaron, todos hablaron de lo bien que hace sufrir por amor, de cómo voy a salir adelante, de cómo siempre se puede viajar cada tanto, hablaron de todo. Y yo los escuchaba como quien ya perdió la fe pero no tiene nada mejor que hacer. Todos me abrazaron y siguieron su ruta.
Hubo tiempo incluso para un breve episodio de esos de comedia picarezca donde unos CDs con contenido prohibido se perdieron entre mis cosas (básicamente por culpa mía) y los tres hermanos nos vimos riendo a la vez que nerviosos, buscando el contendio sin interrumpir la reunión familiar. Buen material para el film indie del que hablaba antes.
Uno a uno se fueron marchando. Y quedó tiempo para la charla íntima entre padres e hijo. Pude contarles cuánto la amo, cuánto la extraño, las cosas que le escribí desde la impotencia que siento y el deseo que tengo de abandonar todo para ir a buscarla.
Mi madre me dio unas pastillas y sólo así logré dormir, vencido por el sueño. Recuerdo haber soñado algo de Sevilla y creo que aparecía Maxi Rodríguez también, pero fue un sueño lo suficientemente profundo como para recordar su sentido.
Hoy amanecí a las ocho de la mañana, perdido, como siempre, en una habitación y una cama que triplican mis necesidades. Bajé y fui directo al ordenador. Allí me esperaba un mail nuevo, tan doloroso como necesario. Lloré un poco más, solo, actividad a la que parezco condenado de aquí a un par de meses. La llamé nerviosamente, una y otra vez, para cruzarme con un mensaje de contestador de Movistar España, según el cual el móvil estaba apagado o fuera de cobertura. Busqué vuelos a Barcelona, analicé precios, calculé fechas.
Desayuné con desazón, pero ya un poco más calmo.
Nunca pensé que sería tan difícil volver a mi ciudad. Pero luego entendí que una vez que uno construye una rutina, ciertas amistades, ciertas preferencias, ciertos lugares y un amor en otro lugar, el lugar de origen deja de sentirse propio. Y así te veo, Buenos Aires, sos de otros. No es que no te quiera, es que no te conozco. Perdonáme si soy un poco frío, o un poco distante, pero el amor que alguna vez te juré se lo dí a otra, un poco más antigua, un poco más guarra, un poco más étnica, un poco más pequeña e intimista.
Día dos, señores. Esta va a ser una temporada eterna y ruego salir vivo para contarla.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

te mandé dos e-mails por error, el primero es más corto, lo anulé, pero se ve que no se anuló. el que vale es el segundo, es más profundo porque son cosas que se me ocurrieron luego. pero lee los dos si quieres.

ándale!

2:32 PM  

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