Wednesday, November 26, 2008

Despojos

"Me cago en todos, pero me cago con amor"
Simón Riestra Aedo

Hoy volví a pensar en Francisco, el de Asís. Siempre vuelvo a él cuando necesito confort espiritual. Miraba la nieve caer por la puerta que da a mi balcón y pensaba en el gran acto iniciático de Francisco, cuando se despojó de todas sus pertenencias terrenales y, apenas ataviado en una camisola, salió a al cruel invierno italiano a mendigar en nombre de Dios. Dicen que depositó el dinero que su padre le reclamaba, montó sus prendas en una pila y, ante su padre y el juez, susurró "desde hoy no soy más tu hijo, soy hijo de Dios". Qué tremendo acto de valentía el de ese hombre que sin pestañar hizo extrañas aquellas cosas que habían adornado y construido su vida. Porque los objetos no son solo objetos, nos reflejamos en ellos, encontramos nuestra identidad en sus formas, recordamos quiénes somos cuando acariciamos una camiseta que compramos en otro momento de nuestra vida, cuando doblamos gentilmente un pantalón o guardamos un libro. Ese hombre, apenas un hombre en aquél entonces pero iluminado ya por la fe, eligió reconocerse en la Naturaleza, ser uno con lo ajeno, existir en el momento eterno del ahora.
¿Quién puede hoy, en este mundo, dejar todo lo que tiene atrás y elegir ser simplemente lo que es?
¿Quién puede olvidarse del sentido de propiedad privada que nos inculcaron y ser tan sentimental como para eliminar la sentimentalidad que nos despiertan los objetos?
También Buda, lejano en el tiempo y en el espacio, se libró de todo lo que constituía su existencia en el mundo. También Buda, enfermo de la maladía de la posesión terrenal, priorizó el devenir y la expansión espiritual. Es innegable que hay un placer antiguo en caminar con todo lo que uno posee sin sentir ni un gramo de peso. La fe, como el amor, es difícil de conocer, prácticamente imposible de hallar. La fe de Francisco era fuerte como el hierro, sólida como una montaña. Así sobrellevó los dolores del monte Alvernia y toleró el ardor del fuego cuando sus ojos hiriveron bajo el peso de la vara flamígera. Cuentan que Francisco, sereno, se acercó al hierro y le rogó "hermano fuego, sé gentil conmigo", al igual que Buda soportó los pesares del mango envenenado que lo depositó en el Nirvana.
¿Podría yo también caminar por la nieve helada sin sentir su crudeza o entregar al azar mis pertenencias? Mientras enviaba un paquete de ropa y libros por el correo me invadía esa pregunta, aguda como la más filosa de las agujas. ¿Era necesario invertir tiempo y dinero en enviar mis objetos de una punta del mundo a la otra? Hubiese deseado ser libre, libre de verdad como para entregar mis prendas al viento, librarme de los recuerdos tangibles del ayer, esos que me ataban a personas y lugares, para ser uno con el Todo, para olvidarme en mí mismo y aferrarme a mis huesos y mi sangre como únicas pertenencias. Pero la fe no es para mí, tal vez; quizás soy apenas otro mortal destinado al credo y no a los milagros.
Sigo siendo un sentimental, sigo profesando pleitesía por aquello que fui.
La ordalía del despojo, el feliz desapego del mundo para entrar realmente en el mundo, el sacrificio de las perlas y diamantes en pos del saber mundano y la salvación espiritual: eso es lo que cada poro y cada milímetro de mi ser desean. Tomad de mi agua, comed de mi pan y cargad sobre vuestros hombros estas, mis pequeñas posesiones. Ayudadme a ser libre y yo os abriré las puertas de mi edén, del cual ni siquiera yo sé aún la extensión ni el sabor de sus frutos.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

necesito de mis misticos
tal cual tu.
no hay mejor alimento para nuestro
yo.

11:06 AM  

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