Sunday, September 28, 2008

Adaptacion

Hoy en Toledo me eché a llorar. No una, sino tres o cuatro veces, incluso dentro de la catedral. Nadie me vio llorar, pero así fue. Era un dolor inmenso el que salía, o una nostalgia, no supe decir bien. Era la confirmación de algo y a la vez la completa difusión, un dispersarse en el aire, como si nada nunca anclara en nada y no hubiese más remedio que ir a la deriva. Calles arriba y calles abajo, derramé mi angustia en Toledo, que ésta vez no fue centro del plano sino una condición marginal en el escenario de mi tristeza.
Conocí a una chicas argentinas en la noche madrileña, perdidas en una jam session de trasnoche. Yo no sé bien qué hacía yo ahí, mitigar el ansia, supongo. Me había dejado llevar, como a muchas cosas últimamente. Bebí dos cervezas a precio euro sólido y deambulé entre machos cubanos con la seducción desmedida del caribe y chicas hispano-latin, no sé, un conjunto variopinto de chicas de todo tipo. Cometí el error de escribirle a mi amor de despedida, esa chica que pretendí dejar en Buenos Aires como anzuelo ante el delirio de lanzarse al mundo. No funcionó, sabía que no funcionaría. Mi romanticismo acartonado dio frutos poco jugosos: su respuesta fue cordial, apenas amistosa, más cargada de consejos que de suspiros. No hay tiempo para el amor cuando se piensa en negocios y ella, bella y apetitosa, sabe venderse. La dignidad intacta, claro, pero del amor mejor no hablar. Y aquí yo solo, un pobre iluso lleno de sueños de romance para quién... para quienes no sé ver con ojos amorosos. La eterna trama enrredada de teléfonos descompuestos.
Las chicas argentinas, decía. Poco con ellas, de hecho. La clase social que conozco, los discursos mal aprendidos de cómo parecer abiertos al otro, las muletillas o la elección de palabras - curtido... yo mucho no curto eso - que sé que en la intimidad no usan. Y yo que últimamente solo anhelo que me hablen en la intimidad y estoy tan solo, tan solo... y tan reiterativo. Los cubanos y las chicas y yo, la cifra impar, el que piensa antes de actuar pero actúa tan poco que queda al margen de la historia.
Todas las canciones y todas las miradas y todas las formas proyectadas sobre la matriz son poco más que indicios. Yo no sé leer ninguno, soy apenas un ignorante que hace demasiadas preguntas.
El taxista que me trajo desde Gran Vía hasta Oporto estaba desencantado con la vida. Me chocó que el destino nos pusiera en el mismo auto, el suyo. Era el primero de todos los taxistas madrileños que encontré que no usaba un mapa electrónico para llegar a las calles. Usaba la memoria, hasta donde ésta daba. Me admiró su sentido de la tradición, esa españolidad de ser fiel a una ética laboral y a la ligazón con la tierra. El hombre empezó a hablar solo, yo apenas dije dirección y saludos de cortesía. Que el tiempo pasa rápido, empezó, que mira cómo se fue el fin de semana y que, cuando te quieres dar cuenta, pasan los días y los años y... que hasta hace cuatro días estábamos en verano y ya pronto estaremos comiendo el turrón. Y que los años que se pasan lento son de los 15 a los 25, pero después viene la mili y de ahí en adelante vuelan. Fíjate que yo ya tengo sesenta, lo que daría por tener 25... o 30, la vitalidad ya no es la misma. Siguió un rato sobre cómo cuando se es joven, uno es más temerario, luego se vuelve más cobarde, o más prudente. Si para los cuarenta no estás encaminado, no te encaminas más, concluyó el hombre.
Adaptación, parece ser mi palabra preferida... cuando me hablan de vivirlo todo me pregunto qué carajo querrán decir.