Tuesday, November 28, 2006

Yo declaro

Se fueron todos. Pero no me importa.
La masividad nunca fue lo mío.
Si hubiese deseado llegar a las masas,
no hubiese elegido un blog casi sin imágenes,
con fondo negro y letra blanca chiquita,
con textos extensísimos,
y con guiños y neologismos inaccesibles a gran escala.
Estoy solo y estoy bien, yo y mi sombra nos queremos.
Y estoy parado sobre mis propios pies,
cosa que no es poco en estos tiempos.

Sunday, November 26, 2006

Moi, l' anglais

Soy hijo de toda la educación que el dinero puede comprar. Hablo inglés con genuina fluidez, tanto con acento norteamericano como británico - o acento del sur de Estados Unidos, si así me lo propongo - y soy capaz de adaptar la voz para cantar en ese mismo idioma. También hablo francés, con menos dominio de vocabulario, pero con un grado más que respetable de pronunciación, como para que los mismos franceses me indiquen con su rostro la sorpresa. Leo en ambos idiomas y sí, soy asquerosamente ostentoso en su uso, de modo que propios y ajenos sepan y recuerden lo bueno que soy en el dominio de esas lenguas foráneas.
Siempre me enorgullecí de ello. Hasta recién, cuando venía en el auto manejando y cantando una canción en inglés. Y me dí cuenta lo incómodo es hablar en otro idioma que no es el propio, aún si lo manejamos a la perfección. Qué es fuerzo mental, tener que elegir cada palabra y que no puedan salir solas. Todo el tiempo. Qué relajo encontrarse con alguien que habla el mismo idioma o, mejor aún, que sea del mismo lugar que uno, por más idiota que sea el otro. Y entendí por qué no todo el mundo se quiere ir del país que le tocó en suerte: porque prefieren tolerar toda la basura que su país les hizo y les hace con tan de no tener que sufrir esa eterna soeldad que produce no poder hablar como uno aprendió de niño.
Y, notando esto, entendí por qué me adapté tan fácilmente a vivir en España: porque todo el mundo habla mi idioma - y esto es clave cuando uno se despierta a la mañana, porque dormido también se puede comunicar con el tipo del metro - y porque está lleno de argentinos, con los que uno habla en argentino. Sí, suena horrible y costumbrista pero es así, a uno lo relaja hablar con otro que entiende con qué jugaba de chico y qué golosinas le gustaban, o incluso qué boliches de Buenos Aires se ponen buenos o cuáles apestarán siempre, por más que uno viva afuera. Entendí que Barcelona puede no ser tan cosmopolita como Londres o Nueva York o París - y joder si es cosmopolita de todos modos, a pesar de ser pequeña y rocosa - pero al menos allí puedo relajarme cuando hablo o articular frases enteras sin tener que pensar mientras me fumo un porro entre amigos.
Me cansó escuchar a la canción en inglés que estaba escuchando e incluso la dejé de cantar. Más extremo aún, las palabras dejaron de llegar a mi cerebro, dejé pensar en la lógica del idioma y de dónde se debe pronunciar qué y cómo. A continuación escuché la más grosera de las canciones en español y se sintió como un bálsamo, un páramo de relajación y no-pensamiento. Uno sólo se relaja en su idioma natal, por mejor que hable otros.
Y eso me pasa, amigos: me estoy cansando de la televisión norteamericana, de la música norteamericana, del cine norteamiericano y de la moda norteamericanos. No, no soy comunista, no soy de izquierda, no soy revolucionario: soy un tipo al que le gusta elegir y que no le impongan. Y menos aún me gusta que no aprecien lo mío a cambio. Me gusta compartir, me gusta el ida y vuelta y, sobre todo, me gusta que cuando quiero estar a solas con lo mío no haya otros entrometiéndose. Si hoy me comí un Snickers, fue sólo porque reconozco que es una categoría en sí mismo y no es que es un rango como "alfajor" o "barra de chocolate con leche", que tiene varias versiones. Las cosas que se hacen en un sólo lugar, como los relojes suizos o los tulipanes holandeses, se compran de ese lugar porque es inigualable, no porque nos dicen que así lo hagamos.
Perdón, sueno a eso horrible que juré que nunca diría, pero hay que hacerse cargo de lo que uno es (y lo digo culturalmente, eh, nada de "patria" o "estado" o vaya uno a saber cuántas patrañas nacionalistas) y del cariño que le tiene a lo que siente propio. Jamás escribiré ni lograré transmitir con la precisión o la transparencia mis ideas - perdón, lo siento así, amo mi escritura con pasión - que con la lengua castellana, o idioma español, vertiente argentina, modalidad porteña de clase media-alta con perfil culto y afrancesado. En inglés podré saber justo las mismas palabras y los mismos giros y los mismos coloquialismos, pero la vida interior, el uso tambaleante del sarcasmo y los guiños cómplices se habrán perdido en el camino.
Podré huir a Estados Unidos o a Europa, como el Hijo Pródigo que me siento, expulsado de su hogar debido, pero mi forma de hablar siempre será argentina. Eso es algo con lo que uno cargará toda su vida. Fatal fue el error de mis padres en invertir sus pesos bien ganados en una educación privilegiada, anhelando que yo tuviera lo que ellos no tuvieron. Sí, la satisfacción de que su hijo narre como un inglés o haga confesiones como un francés les otorgó extensos lapsos de felicidad y orgullo, pero poco sabían que engendraban a un pequeño burgués europeo, deseando retornar al Viejo Continente como Dios manda, o, en su defecto, partir a los Estados Unidos para ver "qué se traían bajo la manga estos americanitos".
Hoy descubrí todo esto. Y me pegó duro.
Es evidente que debo partir y buscar la vida en otros lares. Y la respuesta no es volver a España, aún si hablan allí mi lengua y si conservo allí grandes amigos y pasiones. Hay que jugar las cartas en mesas más arriesgadas.
A Londres o a Paris iremos, pues, navegantes. En cuanto se pueda y en las cicunstancias al alcance.
Deséenme suerte.

Friday, November 24, 2006

Simplemente

Soy feliz. Con todo.
Y quiero compartirlo.
No duden en pedir el contagio, porque será un placer.
Me aferro a este camino de sufrimiento con una sonrisa.

Thursday, November 23, 2006

Bodhisattva

Una vez que empieza la expansión de la conciencia, no hay vuelta atrás.
Sentirlo todo, apreciarlo todo, cuestionarse todo, estar en armonía con todo.
El diálogo con los obtusos se torna lisa y llanamente imposible.
Y hoy en día los obtusos son mayoría.
Peor para ellos.

Friday, November 17, 2006

Viva el terrorismo absoluto

¿Cómo es posible que sigamos viviendo tan naturalmente cuando nadie es libre salvo los que imponen sus maneras?
Estoy harto del colonialismo cultural, de que todos mis amigos comenten la última sitcom, de que todos se vistan como en Vanity Fair, de que adoremos a los músicos extranjeros, de que todos usemos las palabras "polite" o "cool" como si no hubiese nada raro en ello.
Estoy cansado de ver a mi alrededor a una juventud alegremente vencida, mediocre y conformista con el mundo que les tocó.
Me molesta que nos hayan enseñado a repudiar a los actos terroristas, y que nadie se acuerde ya, como dijo Mao, que ·la revolución no es algo que se discute a la hora del té", que debe ser violenta o no ser.
Y estoy hasta los cojones de que haya tanta gente que me diga lo que tengo que hacer, políticos, policías, organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales.
¿Saben qué quiero? La destrucción total, miles y miles de bombas que hagan mierda todos los teléfonos celulares, todos los home theatres, todos los autos japoneses y alemanes y toda la puta cultura humana.
Quiero que todo vuelva al comienzo, que nos matemos por comida, que hablemos con los animales, que lo importante sea la reproducción y la expansión de la especie.
Quiero poder decir como Snake Plissken: "Bienvenidos a la raza humana".

Tuesday, November 14, 2006

Bu... asustate


No me gusta el nuevo yo.
El nuevo yo tiene miedo.
No siente entusiasmo.
Cada vez busca menos ayuda.
Ya no se opone a las drogas.
Escribe como un cerdo para no ver.
Ya no mira películas, sino televisión.
Le asusta lo que digan.
Gira en círculos.
Y, para muchas cosas, cree que ya es muy tarde.

Monday, November 06, 2006

Cambio

Hoy mi vida cambió. Desde hoy, las cosas ya no son lo mismo.
Decidí abandonar la mediocridad, intentar ser - esta vez en serio - lo que deseo ser.
Dejar de jugar y empezar a ser. Hay cosas que ya no se van a dar, acciones que no voy a cometer.
Hay actitudes que voy a dejar de tener y personas con las que voy a dejar de hablar.
Y terminar con esas acciones mínimas que me llevan a ser una persona mediocre.
Hoy digo basta. Digo "lo que quiero" o "muerte".
Y, con esta decisión, pongo en standby al blog.
Toda mi energía va destinada a crear.
No los abandono... pero por ahora este espacio pasa a segundo plano.
Gracias por todo.

Saturday, November 04, 2006

Cada vez que decimos basta, algo se mueve

La decisión de huir fue súbita. O tal vez no, tal vez la había planeado desde un comienzo, inconscientemente esperando a que viniera el momento adecuado. La angustia fue un factor, supongo, porque se hace recurrente. La falta de nuevas perspectivas amorosas, o de salidas claras a la medianía, el color gris en todos lados o los mensajes políticos en las paredes de la calle. Saltó a la vista que algo hay que hacer, que se está llegando a ese punto de no va más en la ruleta cotidiana.
¿Qué hay que hacer? ¿Tomar la determinación fácil o la difícil?
¿Esperar o apresurar los hechos?
¿Construir con humildad, como quien no quiere la cosa, para lograr el objetivo, o apurar el objetivo construyendo para otros?
El medio local no supone obstáculos. Se agotó aún antes de volver.
Hay que saber aprovechar la furia mientras dura, antes de que a uno se le pase el momento. Hay que ser todo lo adolescente que se pueda mientras uno aún tiene derecho a decir que lo es, para llegar como un roble sereno a la edad madura. No se gana la sabiduría sin haber rockeado antes. No hay segundas chances cuando el tren se fue.
Hay que hacerlo ahora. Tomar el dinero y correr. Sin equipaje y sin pedir permiso, bang, quemar las naves.
Es la situación ideal para reinventarse una vez más, esta vez donde uno pueda ser uno más de los que hacen juego perimetral. Eso es lo fantástico, cuando se conforma una comunidad de personas que juegan en los bordes y no en el centro de la sociedad. Cuando estás en el centro, se muere la fuerza vital. El magma de idiomas que se baraja entre los jugadores del borde los une, como extraños que ven a lo que pasa desde otra perspectiva. En esa "otredad de la perspectiva" está la libertad en su más puro estado, si uno vive allí nunca deja de estar en movimiento, experimentando, soñando, jugando con absoluta sencillez a vivir. Y, en el proceso, vive.
Hay que agarrar la sartén por el mango. Basta de mensajes de madrugada tirando tiros a la oscuridad, salidas desesperadas buscando ese buen culo que haga olvidar desamores, mirarse en el espejo intentando divisar el error constitutivo del cráneo y de la composición genética que hace que algunas cosas crezcan y otras no. Cuando todas las caras convergen siempre en las mismas esferas, lo que queda es una sola esfera. El desierto. Hay poca vida en el desierto y, los que sobreviven allí, no tienen muchas razonas para hacerlo salvo el impulso vital. Hay que salir del desierto, aprender a perderse en algún lugar diferente. Porque al moverse y reencontrarse, los diálogos son nuevos, la curiosidad es nueva, el frío es nuevo y hasta las expectativas son nuevas. El valor de la novedad es la fuerza motriz de nuestra existencia.
Es cuestión de abrir la puerta. Y salir. Y correr el riesgo de quedarse desnudo bajo la lluvia. Riesgo menor, si consideramos lo bajo que cotiza hoy en día estar vivo.

Thursday, November 02, 2006

Musica y religion: el concierto como ritual pagano

El concierto en vivo debe ser uno de los pocos espacios en la actualidad donde esta sociedad mezquina nos permite un momento de comunión primitivo y verdadero, casi místico. Ni siquiera las iglesias o los actos políticos guardan tan siceramente esa potencia de una manada que pide lo mismo desde el fondo de sus entrañas. Por esta misma razón es que no se puede vivir a un concierto a medias tintas: hay que aprovechar para que la música sea un veneno efectivo, junto al fervor popular y a la actitud predicadora de los músicos, para elevarse espiritualmente y entrar en esos transes endiablados en los que uno se descubre a sí mismo más que en ningún otro lugar.
No todo el mundo vive al concierto así. A los fieles, a los que compran su entrada sabiendo qué pedir y qué esperar, les molesta la presencia de estos agregados. Saben que no apreciarán las melodías, que no comprenderán los códigos secretos y que, con certeza, no serán parte del ritual antiguo que la banda y los fieles más desean. En este grupo de "agregados" podemos citar a los que solamente conocen a la banda de nombre, a los que están familiarizados con apenas uno o dos discos y, la peor especie de todas, al invitado. El invitado es aquél que no conoce a la banda, la va a ver porque entra gratis - ante el odio infernal del fanático que debió abonar su localidad - y suele irse antes de que acabe el show o que se pone a hablar durante el mismo o, mucho más ofensivo aún, que intenta seducir a alguna chica sin siquiera prestar atención a la banda. Si los conciertos fuesen verdaderos rituales paganos, el primero en ser sacrificado en honor al Dios Rock debería ser el invitado, el que sobra en esa fiesta.
Pero no nos adelantemos. El concierto en vivo es, como se dijo, un ritual, una jarana y una celebración cuasi-religiosa. La banda predica desde el escenario y los fieles escuchan en silencio o corean salvajemente o encienden fuegos en señal de reverencia o gritan como animales, según lo que la banda y la ocasión pidan. La banda enseña y el público repite, convencido del valor absoluto del mensaje. El diálogo es perfecto y fluido y el público festeja cada palabra y cada gesto de los miembros del ensemble musical. Se puede decir que en ningún otro lugar de la cultura actual tiene tanto valor y respeto la oratoria como en un concierto. La retórica puede ser deficiente, pero la gente está allí para absorber hasta la útima frase.
El asiduo visitante a conciertos es una persona bastante fácil de reconocer. Decir que usa constantemente camisetas de bandas es ser facilista; hay cantidad de fanáticos de oficina, o de admiradores discretos. No es la ropa la clave. Pero sí la forma de hablar. Para el hombre de conciertos, las visitas internacionales son un tema frecuente de conversación, casi tanto como el dinero que costará la entrada o cómo hará para conseguirla. En su agenda está claramente marcada la fecha de algunos conciertos y siempre los trae a colación cuando se da un silencio incómodo. Incluso conoce los rumores de posibles visitas y más de una vez entra a la página de Ticketek o llama por teléfono a alguna radio para averiguar.
El día del evento, será respetuoso con una serie de rituales sagrados. Conservará su entrada y luego la despositará en una caja donde almacena todas las entradas a conciertos que vio desde que tiene uso de memoria. La pérdida de la entrada ocasiona angustia y miedo. También es fiel a los horarios: si acostumbra llegar temprano a los conciertos, lo hará siempre así. Si su tradición es llegar sobre la hora o tarde, no lo modificará. Estamos ante dos tipos de fanáticos diferentes: el obsesivo y ansioso, que llega demasiado temprano, y el vago y relajado, que llega peligrosamente tarde. Una vez adentro, de todos modos, la actitud es la misma: reconocimiento del terreno, selección del lugar desde donde ver el espectáculo, ubicación de las salidas más rápidas y, sobre todo, las precauciones necesarias: se come, se va al baño y se bebe antes del evento, no durante. El concierto no se debe interrumpir por nada del mundo.
Una vez finalizado el recital, el fanático siempre pedirá más. Los "agregados" siempre se van ni bien los músicos abandonan el escenario (sin siquiera haber hecho aún los bises), pero el fan se queda y sólo se va cuando se encienden las luces intensas blancas que apuntan al escenario y se enciende la música de relleno en los parlantes, música que suele tener poco que ver con lo que se acaba de ver en escena. Una vez acabado el evento, el fanático discutirá y analizará con otros como él el repertorio que se presenció, cuestionará ciertas faltas y festejará ciertos momentos inesperados. El camino a casa será pensativo, saboreando aún la adrenalina vivida y, posiblemente, hablando con otros de futuros eventos.
Una palabra aparte para el sector V.I.P., la cara visible del área de invitados. Aquí se agrupan las celebridades y los parientes y amigos de los organizadores y sponsors del recital. El noventa por ciento no sabe nada de música ni de bandas y aprecia poco lo que vino a ver. Lo que más les gusta es mirar y ser vistos y vienen para no quedar fuera de las revistas de moda o porque esa noche no tienen nada mejor que hacer. Veamos algunas verdades sobre ellos:
1) El sector V.I.P. siempre está lejos del escenario y su visión no es óptima. Esto se debe a que a ellos no les interesa mirar al show, sino mirar a la plebe. El espectáculo para ellos es mirar cómo los verdaderos fanáticos se covierten en animales para celebrar a la banda de turno. Ellos comen caviar y beben champagne, pero de música no entienden nada, sólo mueven la cabeza más o menos a la par de la música, se trate de heavy o de funk.
2) Pero al sector V.I.P. no le agrada la idea de saber que no le gusta la música. Y, al ver a la plebe fuera de sí, gritando y cantando alegre, le da un ataque de envidia. "Malditos pueblerinos", piensan, "cómo disfrutan y nosotros no disfrutamos nada". Por eso todo lo que ocurre en el V.I.P. está a la vista, los fabulosos cócteles, las toneladas de alcohol caro, la comida abundante y exótica: para que el pueblo vea todo aquél lujo que nunca tendrá y pierda un poco toda esa energía vital que los aristócratas tanto envidian.
3) La gente del sector campo no puede subir al V.I.P., pero los V.I.P. sí pueden bajar al campo (nótese que se llama campo al espacio popular, lo cual emula la reaccionaria noción social de que los campesinos son el sector más bajo de la escala). Claro que son pocos los que se aventuran en las zonas bajas - principalmente porque son mirados con ojos de rencor y violencia una vez que bajan - y se les nota inmediatamente. Su vestimenta es inadecuada para el evento (mucha camisa de vestir, mucho sweater al hombro, mucha carterita de moda). Cuando se sienten arrinconados por la gente sudorosa e hiperquinética del público (que ha entrado en ese transe que ellos nunca conocerán), abandonan el predio, exclamando el horror que les produce el amontonamiento, aunque en el fondo saben que su descontento nace de la amargura que los inunda, de esa ausencia de pasión que guía sus míseras existencias de celebridad y de horarios de oficina.
Al terminar el concierto, todo vuelve a la normalidad. El predio deja de ser templo para ser nuevamente estadio o club o sala de conferencias, lo que sea que era antes. Los curas vuelven a su camerín para reponerse y salir a conocer la noche local y los fieles se quitan las vestiduras y vuelven a ser ovejas temerosas, números en una larga cadena de números vigilados. Como adictos, no puede esperar a volver a consumir esa energía general, esa comunión de cuerpos y voces, ese frenesí descomunal que significan miles de personas pensando lo mismo, apreciando lo mismo, gritando lo mismo. Eso, señores, es lo único que nos queda de la utopía de los años sesenta: por tan sólo dos horas, nos unimos para escuchar buena música. Mientras dura, no pedimos que el mundo sea un lugar mejor porque, en ese estado de transe, sabemos que lo es.