Monday, June 28, 2010

Una espina clavada bien lejos del alcance de la mano

No me banco a mí mismo en estos días. Ando perdido, desconsolado, como si hubiera devenido una tragedia. No pasó nada, naturalmente, nada por fuera de mi cabeza. Cómo se da vuelta la ficha, qué venenosa se puede volver una ilusión. Qué rápido se pierde el control de una situación, o qué pronto se da cuenta uno de que el control es una utopía. Lo que yo puse en marcha, yo mismo dilapido. El recuerdo de una serie diminuta de noches se magnifica, se vuelve enorme, me come la paranoia de pensar que ya no se va a repetir. ¿Y por qué no habría de repetirse? Porque el otro es, a fin de cuentas, un desconocido. Lo que conozco son retazos, no a una totalidad. Todavía mido lo que digo, todavía no piso con certeza. Y necesito hablar, necesito que alguien me escuche, alguien que me diga que es una locura, que no se puede andar haciendo semejante escándalo por una fantasía. No se puede postergar todo lo demás para pensar noche y día en esa intensidad que por ahora queda postergada. No me dejaron, no hubo conflicto, no hay malas señales: solo una sospecha, solo un presentimiento apoyado en cosas que me dijeron, en opiniones de otros. Yo creo, o al menos creía, que todo estaba bien, que yo no soy para ella igual a todos los demás, que hice méritos para darle vueltas en el recuerdo mientras está lejos. Pero igual me siento estúpido, estúpidamente vulnerable. Y me pregunto qué cambió. ¿Cómo es posible que hace apenas una semana era yo quien pensaba excusas para cuando debiera huir, horrorizado ante lo que generé? ¿Cómo puedo pasar de la fobia al amor, de la distancia a la necesidad absurda de la cercanía total? Ahora que me separa un continente, todo me duele. Todo lo sufro. No cambió nada, soy yo el que cambió. ¿Tiene sentido esta angustia, es una forma elaborada de no aburrirme en la larga espera hasta que vuelva? ¿O es una intuición verdadera? ¿Qué pasa si cuando vuelve ya no le intereso, si no aparecí aunque sea un instante en su cabeza como un grato recuerdo, si en los trayectos aparecieron una serie de europeos interesantísimos que opacan mi entrega de estos últimos días? ¿Por qué todos me dicen que estoy exagerando y no me doy cuenta? Sé por qué: porque este súbito desencanto es mucho mejor que no sentir nada, es mucho más apasionante que conocer chicas pasajeras y dejarlas a las dos citas por temor a que se enganchen. Quiero esta fantasía con todos sus matices, la quiero plena.
Dios mío, qué manera de exponerse, qué forma tan estúpida de existir, creando ilusiones enormes donde solo había retazos, dejando en manos del otro el destino de la propia felicidad. Y tanta ingenuidad, tanta ingenuidad... que alguien me diga que no estoy tan equivocado, que tanta mala sangre vale la pena. Qué triste sería volver a la gris realidad y seguir en la maquinaria de las relaciones pasajeras, esas que llenan el hueco pero no tapan la herida.

Wednesday, June 23, 2010

Todos los caminos y una única senda

Aquello que alguna vez fue un mero ejercicio, fácil y fluido como un juego inconsciente, ahora se vuelve arduo, cuesta arriba como en una colina que se empina minuto a minuto. Requiere una concentración titánica, como un músculo que se tensa. No dejo de preguntarme si algo cambió, si el extremo relajo al que sometí - extraña elección de palabras, pensar al descanso como sometimiento - a mi cuerpo y a mi mente no produjo una modificación irreversible en mi modo de percibir al mundo. Antes me costaba horrores pensar poéticamente, ahora vivo poéticamente y no siento necesidad de escribir. Una psiquis sana no necesita a la literatura, pero a su vez está excenta del néctar de la creación intelectual.
El mundo se me ha vuelto pequeño. Las distancias se ven difusas y constantemente, a base de cierta tierna ingenuidad, siento como si mañana fuera a despertar nuevamente en un puerto diferente. Hay algo impensable de acostarse hoy en Buenos Aires y amanecer mañana en Buenos Aires y estar aún aquí el viernes, el sábado o en Agosto. Viajar como modo de existencia, escribir como modo de permanencia.
Soñé con el pastor, que lo visitaba en su lugar habitual. Solo que su lugar habitual no era el conocido, la dinámica que define a los sueños. El pastor regía una especia de oficina de provincia, un edificio de una planta típico de las inmediaciones de Boulogne. Me recibía una secretaria que me pedía que esperara mientras alimentaba de una lata a dos gatos, uno blanco y uno negro. La lata tenía una calcomanía pegada, donde se leía en letra manuscrita de un marcador indeleble: Veneno. Mis gatos, pensé, está envenenando a mi gatos. La detenía para descubrir, a fin de cuentas, que los gatos no eran míos. Las manchas, lo que delataba el error eran las manchas. El pastor lo recibirá enseguida, me tranquilizó. El pastor me recibía auspiciosamente, pero algo en su sonrisa ocultaba un dejo macabro, como si estuviera allí sin estar del todo presente. Me despachaba con aire administrativo, todo será encaminado, prometía, contás con nuestro entero apoyo para fundar la liga de fútbol amateur. ¿Fútbol amateur? ¿Por qué querría yo fundar una liga así? ¿Por qué pedir ayuda a un pastor protestante que reside en Boulogne? El pastor abandonaba la sala. Sus huellas engrasadas quedaban estampadas en la alfombra gris, hecha pelusa por la desidia y el envejecimiento natural del mundo. La secretaria me ofrecía un trofeo de plástico, una de esas copas rimbombantes de material descartable que se entregan en los torneos juveniles. Un detalle ennegrecía aún más el panorama: la copa apenas se sostenía en pie por un único tornillo larguísimo que a duras penas encajaba en su ranura. Sostenía el trofeo en mis manos y todo se desmoronaba. Yo intentaba en vano colocar el tornillo nefasto en la posición donde jamás encajaría. La secretaria me dejaba solo en la sala de espera, librado a mi suerte.
Miro jugar a los jugadores de Inglaterra y pienso si mi futuro no estará en Londres. Pienso en Lisboa y me regocijo como si aquello nunca hubiera pasado, como si mi imagen de la ciudad fuera el reflejo de algo que escuché en una canción. El pasado reciente se me hace agua, me cuesta asimilarlo como propio. Pienso en mis amores recientes y digo: ¿Fui yo? ¿Soy yo? ¿Por qué siempre siento que todo aquello lo hizo otro? ¿Por qué sigo feliz como un autómata de los años cincuenta?
Miro fútbol y sueño fútbol, ya no sé qué quiero crear ni con qué propósito, admiro las grandes obras que me maravillan y pienso de dónde salió tanto entusiasmo, de dónde consiguieron tanto impulso, cómo hicieron para amar a la misma persona y comprometerse con las mismas cosas por meses, o tal vez años, cómo luchar contra uno mismo, o si tiene sentido, o si no será mejor dedicarse al alcohol, a los banquetes, al sexo puro y duro con todo el mundo, todo el tiempo, sin pausa ni descanso.

Friday, June 11, 2010

Cuatro años después

Conozco esta sensación, ya estuve aquí antes. El paso de los años y la experiencia adquirida me prepararon para ella y cada vez es más leve, menos traumática. Pero esta vez es diferente. Esta vez no sabe a lejana despedida, a melancolía prolongada, a buen tiempo que acaba de pasar y que puede que no vuelva en meses, tal vez años. Todo es muy reciente aún pero me siento tranquilo.
Fue extraño nuestro encuentro, por motivos que no sé o no quiero dilucidar lo estaba esperando. Como si un antiguo misterio no del todo resuelto volviera a cobrar vida, quería verte. Sabiendo que nos conocíamos menos de lo que pensábamos (y que aún nos separa una distancia que me atrae tanto como me desconcierta), estaba expectante. Me da pudor reconocer cuánto placer me produjo. Hay algo de saber que nunca te tuve y que probablemente nunca te tendré que me reconforta. Es un juego que los dos sabemos jugar y eso me gusta. Es un juego en el que los dos somos buenos, ese de acercarse mucho, al límite de tocarnos, para no encontrarnos jamás. Una intimidad inventada, una aire confesional construido con sistemas defensivos reforzados. No me quejo, sin embargo. No me diste lo que quería y aún así no me quejo, porque sabía que el tiempo era escaso y que todo sería apenas un comienzo, una partícula, una muestra gratis. Elegí no apurarme, no invadir tu espacio, dejarte hacer y mirarte, no perderte pisada en nuestros breves encuentros. Y si bien estaba necesitado de cariño, no te lo pedí. Lo quería, y algo me diste, pero no lo pedí.
Es fácil distanciarse del pasado y burlarse de esa pantomima de juego amoroso, leer los viejos escritos, revisar los olvidados coqueteos, repasar metódicamente las cosas nos dijimos hace cuatro años (¡Cuatro años! Una eternindad y un suspiro) para luego volver a hacer las mismas cosas, jugar al mismo juego, dejarnos con las mismas ganas y las mismas cordialidades para no hablar de lo que pasa. O tal vez no pasó nada, tal vez es solo mi imaginación prodigiosa que me deja llevar y era solo yo el que te buscaba y me dejabas hacer para tener un poco de afecto gratuito, de una persona más o menos conocida que te cuida y te mira y te ofrece un abrazo. Yo te hubiese cuidado, yo te hubiese querido (¿Y quién sabe si en realidad, a mi manera, no lo hice?), yo hubiese prolongado esa aventura trunca indefinidamente hasta que notases sola, sin que yo lo dijera, que allí había algo, que soy mucho más que un borracho ocasional, un amante del pueblo y un buscavidas. Seguimos sin conocernos, pero eso no me preocupa en lo más mínimo.
Estoy de vuelta, quién sabe por cuánto tiempo y quién sabe dónde estaré mañana. Pero quiero verte, quiero romper esa pared que te distancia, quiero que eso que veo en las fotos sea verdadero sin la necesidad de una cámara. Yo te veo más allá de lo que me dejás ver y no me importa que juegues conmigo como sé que lo hacés con todos los hombres, porque lo que en ellos es dolor y congoja en mí es sonrisa leve y complicidad. No me afecta que me dejes con las ganas de tenerte horas entre las sábanas siempre que algún día cedas a eso que confío que deseas y no te permitís enteramente por motivos que ambos conocemos. Lo dije antes y lo digo ahora: pase lo que pase, yo te voy a querer igual. Ese es el punto en el que aún no me conocés.
Te pienso y te deseo, sí, inexplicablemente te deseo. Sé que las mismas cosas que me enervan son superficiales, sé que vas a aferrarte a mis palabras feas y olvidar las palabras bonitas, por eso escribo esto, para que cuando revises mis escritos en soledad, cuando nadie te ve, sepas que también digo cosas hermosas, que te dedico palabras hermosas, palabras que ocupan el triste lugar de los deseos que no pude concretar.
Te lo dije y sé que lo vas a olvidar, por eso te lo recuerdo: estás más hermosa y más crecida, sos la misma pero en una versión mejorada, seguramente porque el entorno te sienta mejor, porque lejos de uno mismo uno es el que quiere ser, uno es uno mismo pero libre de todo lo que los demás pretenden que sea.
Volví y estoy en esa extraña nebulosa que conozco bien y que ya no rechazo. Conozco esta sensación y la abrazo, la acepto, ya no sufro porque sé que el mundo es pequeño, que siempre hay una buena excusa para volver a estar cerca. Siempre queda la promesa de un continuará... siempre que lo permitas. El juego, ayer, hoy y mañana, se juega de a dos, y siempre es más jugoso en persona.