Friday, February 24, 2006

Ver es creer



Ahí lo tienen, la evidencia de que Daniel Brühl y yo somos amigos. Comparten este bello momento de alcohol y cachondeo Lila, Meme y un actor catalán de quien no recordamos su nombre. Hasta la próxima aventura, camaradas, que la buenaventura y el glamour sea con ustedes.

Monday, February 20, 2006

Una leccion de vida

Calláte la boca. Sólo por esta vez, no hables más. Sonreí.
Si llegás a una ciudad tan cosmopolita, moderna, hiperactiva, fascinante y única como es Berlin, sonreí.
Si una familia de berlineses te recibe de brazos abiertos en un departamento blanco, luminoso, espacioso y te dan de todo sin pedir nada a cambio, sonreí.
Si tenés la oportunidad de ser parte de uno de los festivales más importantes del mundo y además podés ver seis películas interesantes y motivantes (The Notorious Betty Page, de Mary Harron; Brothers of the Head, de Keith Fulton y Louis Pepe; La Prisionera, de Alejo Moguillansky y Fermin Villanueva; 4.6 billion years of love, de Takashi Miike; Happy People, de Alexander Shapiro; Pat Garret and Billy the Kid, director´s cut, de Sam Peckinpah, en la que actúa maravillosamente Bob Dylan), pasearte por la alfombra roja y mirar cara a cara a Natalie Portman, George Clooney o Philip Seymour Hoffman, sonreí.
Cuando entrás a fiestas glamorosas, rodeado de gente hermosa y sofisticada y te dan alcohol del mejor gratis; cuando hablás con periodistas de todo el mundo, productores que te dan tarjetas, actores incipientes y directores tímidos que han sido invitados a competir; cuando te enfrentás borracho al crítico de Clarín (Diego Lerer) y le decís que él vale la pena, pero sus compañeros críticos de ese diario son unos imbéciles, o cuando una catalana que en Francia trabaja con los capos del mundo en análisis y crítica de películas te guiña el ojo... sonreí.
No dejes de sonreir cuando Rodrigo Moreno, ganador de un premio y director de la película argentina El Custodio, de el visto bueno para que pases a una fiesta organizada por los ganadores del festival.
No dejes de sonreir cuando estés ebrio con un vaso gigante de jack Daniels en la mano y pase delante tuyo Michael Winterbottom, con un vaso idéntico, y te sonría como diciendo "yo también estoy del orto, como vos".
Cuando bailes música folk en un evento, cuando les robes besos a alemanas altas y guapas, cuando las gringas te inviten a fiestas alejadas o cuando estés parado frente a impactantes pinturas de Durero o Friedrich luego de dormir apenas dos horas... no te olvides de sonreir.
Menos aún cuando en un bar retro mantengas una alargada y cómica conversación con Daniel Brühl, el protagonista de Goodbye Lenin y actual galán del cine alemán y él te explique durante media hora cómo seducir alemanas y cómo decir claramente "tengo ganas de conocerte, guapa", con un vaso de absynth en la mano. O cuando intentes aplicar esa frase ante una bailarina australiana exhuberante de movimientos insinuantes y termines teniendo sexo con ella desenfrenadamente en el departamento antes mencionado apenas dos horas antes de tomar tu avión de vuelta.
Sonreí. No pares. No hables. No digas nada. Sólo sonreí.
Esa es la mejor lección de vida que te puedo dar hoy.

Thursday, February 16, 2006

Berlin, ni mas ni menos

Usted se preguntara que pasa en Berlin. En primer lugar, los teclados no tienen acentos.
Usted querra saber que hay de diferente en Berlin. Bueno, no se si tanto...
En los subtes hay vendedores ambulantes.
En las calles hay grafitis y suciedad.
En el festival hay muchas celebridades, pero uno nunca las ve. Los que van a ver peliculas son las personas comunes y corrientes, como usted y yo.
No suena tan diferente.
Pero lo es. Mucho.
Berlin es una ciudad extraordinaria. Y no solo porque la cerveza sea variada, espesa y venga en botellas de media litro. Cuando Berlin es moderna, es ultramoderna y cuando es decadente, es la mas decadente. Me atrevo a decir que si Nueva York era el paraiso de los sesentas y Paris el de los setentas... Berlin es lo mejorcito que nos toca en los cero-ceros...
En el festilindo hay una considerable delegacion argentina (con sus puntos altos y bajos, claro), hay bastante movimiento y los cines son muy bonitos. Pero no se diferencia de la dinamica de festival argentina o de cualquier lugar. Uno puede ir a una fiesta donde esta George Clooney o Marylin Manson (ya subire una cronica sobre una noche de esas), pero no mucho mas. Las estrellas tambien se emborrachan, tambien se revientan, tambien quieren fiesta... la unica diferencia es que al dia siguiente a alguien le importa y paf... foto en los tabloides.
Eso es Berlin. Que esplendida es, que germana, pero que humana tambien.
Hoy empiezo a er peliculas. Ya los aburrire con eso tambien.

Saturday, February 11, 2006

Un dia especial, una vida comun

Bien. Muy bien. Cada tanto pasa, un día espectacular.
Ayer fue un día realmente cargadito. Veamos, un poco a la pasada.

11:00 horas: levantarse, reflexionar, leer un poco de Desobediencia Civil, de Thoreau, nada fuera de lo comun.

16:00 horas: entrevista a Sarunas Bartas, en función de traductor. Un individuo interesante, no todos los días tiene uno la oportunidad de dialogar con un director de cine lituano, verdadero extremista, que se presenta a sí mismo como si fuera un hijo de la naturaleza. Dos metros de altura, cabellera rubia sucia, dientes manchados, mirada gélida y botas militares. Deja algunas frases como "no se puede aprender a nadar leyendo un libro, simplemente se nada" o "las palabras parasitan a las imágenes". Algunos momentos tensos, pero una buena ocasión para confrontar maneras de ver al cine.

19:00 horas: gala monumental, toda Barcelona conmocionada. Coloquio entre Abbas Kiarostami y Victor Erice, coordinado por el crítico francés Alain Bergalà. Yo estuve allí, por supuesto. Fue una experiencia encantadora: Bargalà seleccionó fragmentos de películas de ambos y planteó hasta qué punto se parece el cine de los dos. Ellos, a su vez, resultaron personajes fascinantes. Erice, barba espesa, palabra cansina pero apasionada, un tipo medio ermitaño pero profundo, vestido en colores opacos, su pelo inflado. Kiarostami, el mítico, jamás se quitó los anteojos negros (al igual que Wong Kar Wai), sobretodo beige, en posición muy zen, desde un lugar de humildad creíble y admirable. Todo muy ameno, todo muy vigorizante, un evento memorable. Algunas frases de ambos: "Los críticos son capaces de ver muchas más cosas en mi cine de lo que yo intenté hacer, encuentran ideas en escenas que yo ni me acordaba que había filmado. Les tengo miedo a los críticos." (Kiarostami); "La crítica es el arte de amar; cuando yo era crítico y amaba a una película lograba algo de vuelo, pero en general fui un crítico bastante mediocre". Hubo tiempo de hablar de la infancia, de filmar con niños, de los cineastas de la imagen y de los de la realidad, de la tierra, de la soledad, de usar la pantalla como superficie plana, de las influencias, de la vida. Debí partir antes para llegar al Palau Sant Jordi a tiempo.

22:00 horas: Palau Sant Jordi colmado, las multitud avanzando, todos a ver el gran espectáculo. Depeche Mode. Sí, Depeche Mode, concierto en vivo. Arrollador, de esas experiencias que uno esperaba hacía un tiempo. De esas bandas que nunca había tenido ocasión de ver... y no defraudaron, ni un poco. A través de un escenario recargado de luces, plataformas, pasarelas, enormes pantallas televisivas y una inmensa pelota metálica que presentaba palabras como LOVE, PAIN, ANGEL, SEX, VICE en impactantes colores de neón. Repasaron gran parte de su último disco, un poco del anterior y luego se despacharon con todas esas canciones que uno quiere escuchar, como Personal Jesus, Enjoy the silence, Just can´t get enough y demás hits memorables que en vivo suenan espectacularmente. Dos horas de puro cachondeo con miles de personas, todos vestidos de negro, mucho cuero, muchas botas, en un edificio construido por un arquitecto japonés en medio del Montjuic. Dicho así, hasta suena surreal.

Ya había sido demasiado, luego de eso deambulamos, la Jazmina y yo, nos perdimos en el monte, tomamos un bus hiperpoblado, vimos a un negro cagando en la mitad de la calle y noa fuimos a dormir. En casa leí un poco de la última entrevista que dio John Lennon antes de morir y me eché en el catre. Luetgo soñé que conocía a Almodóvar, él me agredía y yo le decía "tus películas son una mierda, igual, gordo maricón", a lo que él respondía "mmmm, te pasaste ahí, eso fue bajo."

Ahora bien, suena apasionante, y lo es. Pero hay algo muy extraño en esta ciudad, no sé si en este país. Me siento asquerosamente decente, no parece haber manera de descontrolarse aquí. Todos son amenos y amables y civilizados y, cuanto más intento por darles rechazo, más encantador les parece. No se puede vivir así todo el tiempo... ¿Dónde está la decadencia, cuando se salen de los límites? Yo necesito cada tanto ligarme con una mujer descarriada y descontrolada (pero no sólo en apariencias, sino real... un par de aros, tatuajes y ropa chocante no te hacen una renegada, nena), o juntarme con hombres que beban bebidas pesadas y no tengan miedo a romper cosas, no sé, lo que yo llamo rock n´roll en un sentido integral. No quiero vivir en Plesantville o en la Dimensión Desconocida todos los días. ¿Acaso esta gente no se inventa personajes diferentes todos los días? ¿nadie juega con la idea de reinventarse? ¿Adónde van cuando se sienten viscerales, repugnantente bajos, cuando desean cosas innombrables e inaceptables?

Tuesday, February 07, 2006

Me vuelve loco...

Me encanta, me pone, me enloquece que...
las mujeres llamen por teléfono y sientan que hace falta explicar quiénes son.
Que digan hola
y luego su nombre
y luego una explicación de tipo "soy la chica que va contigo a clase de..."
y un motivo del tipo "te llamaba porque, bueno, resulta que...".
Y entonces me fascina, me satisface, me da mucho placer...
decir hola
por supuesto que sé quién sos
te reconocí la voz.
Y actuar naturalmente
alimentarme de esa inseguridad
que tiene tanto más encanto
que la histeria mal aprendida
que la soberbia mal ganada
que el maquillaje mal puesto.
Me saca de órbita, me hace dar vueltas, me sube la temperatura...
hablar por teléfono con niñas tímidas
que podrían desearme o no
pero esa es otra historia.

Monday, February 06, 2006

Mi pequeña muerte y lo que queda del dia

No es verdad lo que dicen. No hay nada místico, ni religioso, ni reflexivo al respecto. No pasa toda tu vida delante de los ojos, no decides empezar a rezar, ni siquiera te entregas a la resignación universal. Aprendimos a vivir de las ficciones, pero no hay nada fantástico en relación a la cercanía con la muerte.
El milagro. El bendito milagro, el que despierta la fe interior que todos – supuestamente – llevamos dentro. La glorificación de lo improbable, el despertar luego de vislumbrar el final del camino, el repentino deseo de vivir. Nos dicen que las tragedias despiertan todo eso. Patrañas. No hay nada de eso. Lo digo yo, que he estado allí. Se pueden ponderar las posibilidades – podríamos haber impactado contra algo, podríamos haber caído en ese río congelado, no hubiese sido extraño que colisinonáramos contra otro bólido, el techo del auto podría haberse hundido sorbe nuestras cabezas –, pero después sólo hay vacío. Un vacío gigante para el que no hay palabras. Se toma distancia del caos de metal retorcido y vidrios esparcidos y se sale adelante, como se puede. Todos improvisamos cuando nos enfrentamos a lo impensado.
¿Qué papel me toca jugar en este juego, quién soy yo en este relato? No soy el protagonista. Presenciar los hechos no me da derecho a llamarlos propios. Me siento más cómodo con el mote de acompañante. El Acompañante.
M, con sus manos ensangrentadas y sus gritos bíblicos de culpa, es quien merece protagonizar mi historia. Yo fui los ojos que ven, incapaces de asumir el dolor que la experiencia exige. No se protagoniza un violento accidente sin sentir emociones fuertes. Eso mismo me condena a un lugar secundario.
Lo primero que choca es el silencio. La gente habla, hace preguntas, hay movimiento. Pero reina el silencio, como si la realidad se distanciara de una imagen tan absurda. Pues no hay palabra más precisa que absurdo para describir a un monstruo retorcido contra el hielo, sus ojos de vidrio destrozados y repartidos por el pavimento, sus brazos de acero hundidos e inmóviles, su espalda de lata deformada y entumecida. Como en un funeral lúgubre y modesto para tamaña bestia, el silencio es absoluto. Nada que se pueda decir logrará borrarlo.
Luego viene la humanidad. Esa fuerza heterogénea que se manifiesta de manera diferente en cada uno de nosotros. Para M fue el dolor, la culpa, la multiplicidad de emociones, el llanto y la risa. Para mí, fue la quietud, fue el control, fue el orden. El deseo de ordenar, de restituir el estado de las cosas, sin por eso negar lo acontecido. El deseo genuino y personal de encontrar los objetos personales (esos que configuran quién soy yo para los demás) y de colocarlos en su sitio, de confirmar la continuidad de mi existencia.
M era la imagen de la fragilidad, yo era la imagen de la unidad. El era la luz, yo era la sombra; él era la exhuberancia, yo era la monotonía.
Como acto de los Destinos, los roles se reparten y uno siente la necesidad de cumplir con ellos. Mientras la ambulancia desaparecía en la distancia con M dentro, me vi rodeado de una corte extravagante de bomberos españoles, bomberos franceses, policías franceses, gendarmes, médicos, conductores de grúas, un surreal ejército de muñecos articulables, representantes de las más variadas autoridades y jurisprudencias. Mi rol resultó burocrático y no había sentido negarlo; el seguro del automóvil, el transporte a Puigcerdà, el traslado al hospital, la llamada a los padres de M, el diálogo constante y trivial con la turba francesa, hombres recios y pueblerinos, bigotes y pelo vigoroso, músculos y panzas prominentes, camiseta de mangas cortas en pleno invierno nevado.
Las palabras brotaban de mis labios mientras estos hombres desempeñaban su rol con la frivolidad de una modelo publicitaria. ¿Qué tipo de juego era este? La van comenzó a avanzar, dos gendarmes junto a mí en el viaje hasta Puigcerdà, donde M había sido trasladado al hospital, vidrios atravesando sus manos, sangre volcada sobre su ropa, la conciencia sucia y perturbada.
Silencio, siempre silencio. No tenía nada que decirle a nadie sobre nada. Las cosas, simplemente, eran.
- Dejaremos el auto en Osseja, que es un excelente lugar para hacer surf. ¿Tú hacés surf o ski? ¿Ski? Tienen excelentes pistas allí – fue lo que me explicó, inexplicablemente dadas las circunstancias, el gendarme a mi derecha, mientras sus dedos deambulaban sobre el teclado de un teléfono portátil que emitía sonidos chillones a cada nuevo contacto que recibía.
Cruzamos la frontera hacia España, dejamos atrás Madame Bourg para entrar en Puigcerdà, otro pueblito más perdido en el mar de pueblitos, rescatado del olvido solamente por su azarosa cercanía al borde francés y por sus apetitosas pistas en la temporada de ski. Los gendarmes, servicialmente, me depositaron en el hospital de guardia del pueblo y desaparecieron, sin pedir nada a cambio y sin siquiera sonreir.
Allí estaba M, sus dedos vendados, sentado en una silla de ruedas, un poco más calmo.
- Soy el amigo del joven que ingresó por un accidente en Francia – dije a la enfermera en recepción.
- Sí, pasa por favor, está un un poco histérico – escuché de boca de una catalana rubia, de cabello enrulado, demasiado atareada y ojerosa como para ser atractiva a los ojos, pero gentil, tanto como para dejarme pasar a la guardia por delante de la multitud apabullante de piernas fracturadas, brazos doblados, cortes profundos y problemas estomacales, el resabio oscuro y tenso de la temporada de ski invernal.
M era la encarnación de la catarsis. De pie, sentado, móvil en mano, en carne viva. Dialogamos, intercambiamos visiones, nos hicimos entrar en razón mutuamente. Nos dejamos revisar y auscultar, entregamos nuestros cuerpos a la medicina.
Alrededor de las 23 horas salimos del hospital. Eramos la imagen misma del desamparo, dos sombras avanzando en medio de una noche oscura y poco festiva. Puicerdà no es el mejor lugar del mundo para estar herido, confundido y repleto de bultos en pleno invierno. Yo no podía moverme, mi pierna me estaba matando. Esa maldita rodilla que sufrió su punto de agresión en las pistas de ski, luego de impactar contra la nieve sólida desde una altura de 3 metros. Arrastrando mi pierna, frunciendo el ceño, cargando con el peso de nuestras cosas y de la situación, seguí adelante, al igual que M. Estábamos juntos en esto y ni la falta de disponibilidad en los hoteles ni la ausencia de restaurantes abiertos podían cambiar eso.
Estábamos sucios, hambrientos y cubiertos de sangre. Sin lugar adónde caernos muertos, sin la gentileza de los extraños, solos en un pueblo emocionalmente mediocre y turísticamente gélido. Sentados, en un banco de plaza, esperando a que el tiempo pase, como vagabundos que no han elegido su destino - ¿Qué vagabundo elige ese destino, a fin de cuentas, más allá del que tiene cosas que olvidar? -. No había absolutamente nada que pudiésemos hacer.
En esos momentos recordé a Kerouac, a su budismo festivo y alegre de Los vagabundos del Dharma. Recordé al I Ching, al aislamiento autoimpuesto de Thoreau en Walden y a la descripción de la guerra en Hemingway; recordé a todas esas obras que me hicieron pensar que el desamparo no era algo tan malo. Pensé en lo productivo que puede ser aprender a lidiar con el dolor, saborée el dolor de tener frío, de sentir angustia, de tener hambre y de enfrentarme a la indiferencia ajena. La vida no te la dan, me dije, hay que salir a buscarla. Y si no se deja atrapar, que así sea. Porque luego de mirar a la muerte a la cara, no hay gran molestia en poner el pecho al frío, al malestar o incluso a la estupidez, tal vez el mayor mal de la historia de la humanidad.
Deambulamos por la ciudad semi desierta y así nos hicimos hombres. A la fuerza, así se vuelven los músculos de roca y la mente de plata. Caminamos las calles en silencio – otra vez el silencio, una virtud para todo aquél que sepa ejercerlo – y no dejamos de confiar en la bondad de los extraños, aún si esta se hacía esquiva. La encontramos en uno de los restaurantes más tradicionales del pueblo.
El bar y restaurant Kennedy queda justo frente a la plaza central de Puigcerdà y parece ser el lugar de reunión de jóvenes y ancianos por igual. Lo pueblan bebedores cincuentones que se reúnen a discutir el último desempeño del Barça tanto como jovencitos en motocicletas ansiosos por buscar la noche; lo frecuentan prostitutas brasileñas tanto como misteriosos transeúntes orientales que hablan el castellano con corrección. No extraña ver algún que otro marroquí de extensa barba, ni cuarentonas caderotas que se alimentan de piropos pasajeros y de copas de vino. El Kennedy mezcla lo tradicional y lo extravagante, reunido todo ello en la presencia de su dueño, cuyo nombre nunca sabré pero cuyo rostro permanece imborrable.
Ese hombre nos tendió una mano cuando ya nadie quería escucharnos. Lo llamaría bondad cristiana, si no fuera que yo soy un escéptico y que él parecía alérgico a las cruces. Le contamos lo que aconteció, caóticamente y mezclando las palabras, reencarnando el evento. No hizo falta, rogarle, el hombre parecía sensato.
- ¿Qué quereis? ¿Dos platos spaghetti? Venga hombre, sentaos. La cocina está cerrada, pero eso se puede hacer.
Comimos. Como animales, desesperadamente, como si fuera el fin del mundo. Llenamos nuestras tripas, en silencio, para no perder la coherencia. Y bebimos, y tomamos café, y nos cambiamos la ropa, allí, en medio del bar, frente a todos. Montamos un espectáculo imprevisto pero sincero, que ni las putas ni sus proxenetas, ni las solteronas ni los borrachos se dignaron a cuestionar. Estábamos en casa, aún si estábamos muy lejos de casa.
Un par de llamados bastaron para conseguir transporte gratuito hasta Barcelona. Toda la satisfacción del mundo se consumía en ese deseo, el de volver, el de recluirse en una cama caliente pero propia, bajo el abrigo del lugar conocido, del acoso de lo ajeno e impersonal. El deseo verdadero y maravilloso de dormir, de no pensar más, de ser otra cosa, al menos en sueños.
Enterrado en la más profunda somnolencia, hundido en un manto de sueños y alucinaciones oníricas, soñé con fiestas de gala y noches de placer y encanto, con gente joven y hermosa, dionisíacos seres despreocupados y aventureros, alejados antagónicamente del vidrio roto y del sucio metal, de las autoridades y de las obligaciones, de la sangre y del dolor. Fiesta, color, alegría; un método fácil y efectivo de negar la muerte, tarea que debemos enfrentar todos los días y que cada vez nos resulta más costosa, más difícil, simple y llanamente inútil.

Friday, February 03, 2006

Mastercard

Entrada para los Rolling Stones de reventa en sector campo: 110 euros.
Entrada para Depeche Mode de reventa en platea: 40 euros.
Pasaje de avión a Berlín para ir al festival de cine: 100 euros.
Estadía en en sur de Francia por un día de ski: 50 euros.
Pasaje aéreo a Londres ida y vuelta para mediados de Marzo: 40 euros.
Estar en una ciudad ajena, bombardeado de oportunidades, rodeado de gente que te llama como si fueras su amigo de toda la vida, en una rutina extraña de ir a la universidad, de salir de bares, de emborracharse en el Raval, de ir a desfiles de moda alternativa, de entrar por lista a boliches caretas, de caminar por Avenida de Gracia vacía a las cinco de la mañana, como si fuera una Nueve de Julio paqueta y refinada, entre tiendas en rebajas que casi te tiran la ropa en la cara, regalada, mientras uno vive la vida que supuestamente es cotidianda, que en un instante se vuelve extraña, enrarecida, como para preguntarse qué mierda está pasando, no es este un capítulo más de la Dimensión Desconocida, en el que el personaje está en un tiempo o lugar que no reconoce: no tiene precio.
O sí, qué sé yo. Pónganselo ustedes.

Wednesday, February 01, 2006

Un descanso de mis delirios: Cronica TV



Esta gente sigue "informándonos" con seriedad sobre nuestra poco seria realidad. Nótese la fidelidad a la tipografía, el curioso fondo y el extremadamente cómico epígrafe, referenciando a un hit cinematográfico de los ochentas. No paran de maravillarme.