Tuesday, July 12, 2011

Zenón Encina

Tardé un rato bastante largo en levantar el teléfono. El hombre me intimidaba, y mucho. Capitán del Ejército y de trayectoria, hombre viajado y muy versado en temas varios. Para colmo, médico, y eminente. Finalmente tomé coraje y lo llamé. Su voz era limpia y clara, pero con un dejo de aridez, voz de fumador pero no de cigarrillos. Ni dijo muchas cosas, me concedió la cita tajantemente e incluso, con cierto disgusto, accedió a encontrarse en un bar de Palermo. Sabía que tendría que haber propuesto algo más formal, el Tortoni o algún bar tradicional, pero los tiempos de ambos eran acotados y corrí el riesgo.
Lo esperé en la esquina puntual, no pedí nada hasta que él llegara. Llegó media hora tarde, sin excusarse ni disculparse. Tenía puesto el uniforme reglamentario de gala, saco y pantalón blancos prístinos, gorra de rango haciendo juego, sobretodo verde oliva y una espada corva enfundada colgando a su derecha. Botas altas y un bigote blanco minuciosamente recortado. En su mano tenía un maletín marrón de piel de algún tipo de lagarto. Me puse de pie a su llegada y me hizo sentar con un ademán. Quise romper el hielo.
- ¿Está de ceremonial?, pregunté, buscando ser simpático.
- No
Pedí café y un brownie, él pidió un vaso de whisky y encendió un habano cubano, que extrajo de un estuche de cuero negro. El humo del puro suscitó miradas iracundas de la gente alrededor, pero Zenón no lo apagó y nadie se atrevió a decir nada. Encendí el grabadorpero Zenón rápidamente lo apagó.
- ¿Le molesta que grabe?
- Preferiría que no lo hiciera.
- Bien. ¿Cómo quiere que lo llame?
- Capitán está bien.
- Disculpe mi ignorancia, no sé mucho de rangos militares...
- ¿Cuál es su pregunta?
- ¿Por qué Capitán? Un hombre de su experiencia y su trayectoria...
- ¿Por qué no soy General?
- Digámoslo así.
- ¿Quién es usted para cuestionar mi rango?
- No cuestiono, tengo un profundo respeto...
- No sea cobarde. Si va a preguntar, pregunte claro.
- ¿Por qué médico?
- Todo ejército necesita médicos. Todo el mundo tiene una vocación, pero yo tengo dos.
- ¿Militar y médico?
- Médico dentro de lo militar. Yo elegí no llegar a General.
- ¿Por qué?
- ¿Y usted qué cree? No se puede dirigir a un regimiento y andar curando a los caídos en simultáneo. La grandeza está también en reconocer las limitaciones. Lamentablemente, soy persona, y las personas son limitadas.
- Entiendo. ¿Viaja mucho?
- Constantemente.
- ¿Por motivos militares o médicos?
- Tengo más requisitos civiles en este momento.
- ¿Y por qué usa el uniforme?
- ¿esto va a ser todo el tiempo así? Usted es muy monótono.
- Perdón, es que el tema de la entrevista es el maridaje entre sus dos oficios.
- ¿Maridaje? Qué palabra fea. No tengo dos oficios, es uno solo con dos facetas.
- ¿Extraña la guerra?
- La guerra nunca se acaba. Se pelea todos los días.
- ¿En la calle?
- En el mundo. Detrás de la cortina de humo hay una batalla que dirimir.
- ¿Y cómo hace para matar y salvar vidas al mismo tiempo?
- Con un sentido claro de justicia, accionar es fácil. Sé lo que es justo, sé lo que es correcto. No tengo dudas.
- ¿Jamás dudó, en su vida privada tampoco?
- No hablo de mi vida privada.
- ¿Por qué?
- Respete los límites.
- Sí, mi capitán.
En ese momento, el Capitán estiró su brazo hacia mí súbitamente y me agarró del cuello. A pesar de su edad, sentí la fuerza vibrante de esa mano, apretando mi cuello. El mozo miró hacia nosotros, específicamente a mí, como preguntando qué hacer. Zenón soltó mi cuello y tomó del whisky.
- Estamos perdiendo el tiempo.
- No se vaya, esto es muy valioso para mí.
- ¿Qué le pasa, estaba buscando mi ira?
- Solo quiero saber sobre usted, conocerlo lo mejor que pueda.
- ¿Qué saco yo de esto? Tengo cosas que hacer.
- Mi interés es su premio. Poder pintarlo como sería un honor para mí.
- Pregunte. Rápido.
- ¿Qué le gusta, qué piensa cuando está solo, a quién quiere en este mundo, a quién extraña, qué cosas le quedaron pendientes y saber que no podrá resolver?
- No puedo responder todo eso.
- Responda lo que quiera.
- Me gusta el whisky y el café negro por la mañana, especialmente cuando estoy en Senegal o Ecuador. Me gusta el horario entre las cinco y las diez de la mañana, especialmente en domingos. Me gusta el respeto y los jóvenes que recuerdan lo que fue este país hace cincuenta años. Hice todo lo que tenía que hacer, no tengo reproches ni nostalgia. Odio la nostalgia.
- ¿Llora alguna vez?
- No pregunte estupideces.
- ¿Y su hija?
- ¿Qué hija?
- Beatriz.
- No sé de qué habla.
- La hija que tuvo con Hebe de Mantovani.
- Se equivoca.
- ¿Sí, me equivoco?
El Capitán volvió a agarrarme del cuello, pero esta vez no quiso soltarme. Las venas de la cara se le hincharon y se puso de pie. Con la mano libre se aferró al sable y todo el bar quedó petrificado, incapaz de reaccionar.
- ¿Quién lo manda?
- Nadie
- ¿Qué quiere?
- Saber la verdad
- ¿Para quién?
- Para mí
- ¡Por qué mierda querría saber mi verdad!
- Porque es una buena historia.
El Capitán me soltó, dejó la espada en calma y terminó su vaso de whisky. Tiró sobre la mesa un billete de veinte pesos y se arregló el uniforme. Se acercó e, imperturbable, me habló en un susurro.
- No habrá historia. Recuerde: yo no existo. Cualquier intento de su parte de darme cuerpo acabará con su muerte. No voy a dejarlo respirar. Cualquier uso de mi nombre, mi aspecto o mi pensamiento conducirá a su deceso. Violentamente. Usted me decepciona. Tenía buenas referencias, pero claramente me equivoqué.
- Zenón...
- Capitán Encina. Para usted y para todos.
- Capitán, no quise ofenderlo. Su secreto está a salvo conmigo.
- No siga, está buscándose la muerte.
- Juro no volver a molestarlo. Dígame solamente algo...
- ¿Qué? ¿Qué más pretende? Sea prudente.
- ¿Qué le dijo Beatriz en su última llamada telefónica?
En ese instante supe que no había vuelta atrás. El Capitán sacó su espada y tuve el tiempo justo para dejarme caer con la silla y salvarme del impacto. El vaso de whisky se destruyó en mil pedazos y la mesa de madera endeble quedó tambaleando. El Capitán pateó la silla y enfundó nuevamente el arma. Avanzó hacia la salida a paso marcial y tuvo apenas un instante de duda, en el que giró, no del todo sino apenas, revelándome el perfil de su cara.
- Vaya a Isla Decepción. Hable con Hebe. Si tiene suerte y es un poco menos evidente, tal vez logre que Beatriz le diga algo. Pero no me involucre. No me haga venir a buscarlo, porque si el deber llama, mato.
El Capitán abandonó el bar y no volvió a atenderme el teléfono. Debí saber que hay verdades de las cuales no se puede hablar.

Saturday, July 09, 2011

La batalla

Veo rayas donde sé que no las hay. No es solo el defecto de mi ojo, sometido al titilar incesante de una pantalla demasiado blanca. Es un estado mental. Estoy más allá del cansancio, estoy más allá del hartazgo. He llegado, finalmente, a la resignación, que es lo más parecido al Nirvana que conozco. Estoy más allá de la buena literatura, estoy más allá de la cultura de masas, estoy más allá de las primitivas emociones humanas, estoy más allá de la esperanza, estoy más allá de creer que sirvo para algo. Así me ha dejado el mundo: derrotado. Tanto pedirle para acabar solo, en la alta noche, golpeando a puertas cerradas con ladrillos sólidos. Y, tenue, solitaria, la microscópica vocecita que grita "ahí están, en su enorme debilidad, pidiendo que los salven de este abismo". Acá estoy, también yo, perdido en la negrura del mundo. Acá estoy, tropezando a la adultez, incapaz de salvar a nadie, menos a mí mismo, pidiéndole al amor que haga lo que yo solo no puedo: hacerme creer. Creo ver la respuesta pero no encuentro las palabras, los modos gentiles de que alguien entienda que todo lo que tengo para dar se está echando a perder, que todo lo que otros tienen para dar lo deseo y lo pido, lo valoro y lo atesoro. Media entre nosotros un gran vacío, media entre ellos una caída interminable. Estamos todos solos y nadie tiene más la culpa que nosotros. ¿Cómo pretendemos amarnos, si nunca aprendimos a cuestionar nuestros motivos? Somos producto de un desarrollo histórico, sí, de una predestinación fatal que nos lleva a nuestro fin como especie. ¿Así fuimos pensados, así elegimos pensarnos? ¿Cómo podemos haber elegido esto? El sistema, monstruo amorfo que rige nuestras vidas, parece haber cobrado autonomía: somos lo que la máquina quiera que seamos. Sé, tristemente, que el alcohol y las drogas no van a salvarme. Lo sé pero no hay mucho que pueda hacer. Fumar incensantemente trenes de cigarrillos es el falso antídoto que he encontrado para esta soledad dolorosa, eternamente sangrante. Sangro, sí, no paro de sangrar por esta incompletitud que me devora y me escupe, me quita todo lo humano y me deja funcional, robótico, indiferente. Lo que yo pude haber sido se ha perdido para siempre. Soy un esbozo gris, una caricatura, ahogada en el mar torrentoso de los deseos ajenos. Quisiera amar y ser amado, hacer como en las películas, ser ideólogo de ese amor como un profeta, entregar lo poco que tengo para que otro disponga. Pero hablo con el vacío, digo cosas que nadie quiere entender, por más que son sencillas, humildes, desesperadas. Hemos aprendido a temer la debilidad del otro, su falta. Hemos aprendido a desear solo a aquellos que nos dañan. Eso no es amor, señores, eso es poder. Eso no es humanidad, señores, es decadencia. ¿Acaso siempre fue así, acaso siempre fue imposible comunicarse con los demás y ser transparente? ¿Acaso nunca existió el entendimiento y la tolerancia de lo diferente? ¿Acaso siempre el amor fue una fantasía inventada por dos, efectiva pero arbitraria, ajena a las voluntades? ¿Qué nos queda, entonces, a qué aferrarnos ahora que Dios está muerto y nadie desde el más allá puede tranquilizarnos con la paz eterna?
Ya no tengo miedo, lo perdí. Ya no me asusta morirme solo. La vocecita grita, se entromete cuando menos se la espera, chilla: ¡No te rindas, no te rindas! No puedo ignorarla, me empuja a seguir. Quiero que tenga razón, pero cada día lo veo menos claro. ¿Dónde, pequeña voz, dónde ves eso que yo no veo? ¿Adónde debo ir? ¿Quién escuchará finalmente lo que tengo para decir, me mirará a los ojos, pensará "este hombre me gusta, así lo quiero"? ¿Cuánto tiempo más debo soportar este suplicio de no saber, de buscar dónde sé que no debo, de esperar ingenuamente? Empiezo a cansarme y, sin embargo, noto que hace tiempo ya que estoy agotado pero no por eso me rindo. Parece que rendirse es imposible, no está en nuestro sistema.
La batalla es larga y no se puede ganar, pero no queda más remedio que seguirla.