Monday, January 09, 2012

La pluma y la roca

Me angustia la frivolidad del mundo, me enoja y me asquea. Pero más me asquea sea arrastrado hacia ella, me enojo conmigo mismo por dejarme chupar por esa masa estúpida que todo lo domina, la de la voluntad ajena. Me siento derrotado en mi batalla personal cada vez que me dejo tragar por la dinámica veloz e idiota del mundo. Falto a mi verdadera naturaleza vada vez que trato de ser como ellos, los otros, los innominados, los que carecen de raíces. Mi raíz es firme y poderosa, crece, evoluciona dentro de mí en forma de sabiduría cotidiana, un saber específico que se ramifica y ensancha mi raíz. Veo al mundo, absorbo y crezco dentro de un estoicismo que no tiene matices. Me dejo arrastrar a la lógica de la pluma y sangro por la herida, porque no soy otra cosa que la roca. La roca vive anclada a su lugar y ve al mundo pasar con indiferencia, igual le da el paso del tiempo y lo que los humanos hacen con él. Envidiar a la pluma, que nunca se ancla, que se deja llevar por los vientos a causa de su nula voluntad, es humillarse a uno mismo. No saberse roca y actuar en consecuencia es lastimarse inútilmente. Si sé que la pluma no elige sino que se deja llevar, y en ese dejarse llevar muda de naturaleza como se cambia de vestimentas, ¿Por qué seguir sometiéndome a esa tortura lascerante? ¿Por qué necesito reafirmar mi fuerza moral disfrazándome de pluma, disimulando mi tronco filosófico y ético? ¿Por qué dejo que las debilidades humanas, que también están en mí pero no son ajenas a mi voluntad, triunfen? La pluma se pasea alardeando de su supuesta libertad, vendiéndole a las otras plumas su vistoso plumaje, convenciéndolas de que ella no es igual que las demás, incapaz de ver que su profundidad se agota en su apariencia. La roca vive de sus convicciones pétreas sin ofrecerlas, porque saber que las tiene le basta. No necesita moverse porque tiene dentro de sí todo lo que necesita, su pequeño lugar en el mundo puede ser limitado a la visión pero está pleno de cara al espíritu. La roca vive en el centro de su ser y eso le basta, porque no hay fin más noble que la entereza, la unidad. La pluma es múltiple, multiplica su nomadismo inútil, niega su futilidad mientras se deteriora y luego minimiza su deterioro, como si fuera a vivir para siempre, a pesar de que su progresiva decadencia está a la vista. Soy roca y me deterioro, no renuncio a mi deterioro ni lo oculto, sé que mi decadencia es el precio que pago por la ampliación de mi área de saberes. Si soy roca y me asumo como tal, no temo dejar a la vista mis cicatrices, no combato contra las limitaciones constitutivas de mi ser. Ser roca es ser firme, parsimonioso, estable, ajeno al temor de afectar a los demás. La roca está allí y no se hace a un lado ante pie de bestia o crujido del viento. La guerra no es contra las plumas, es con uno mismo, con los desvíos que uno toma para evitar confrontar con su naturaleza rocosa. La roca no es popular, no es envidiable, no es deseable ni desea en abundancia. La roca persiste en su ser y espera, profundiza en su esencia y no negocia. La roca es de apariencia tosca y de corazón noble, es parte de un todo mayor del que no reniega y es a su vez pieza única, irrepetible, bastión de resistencia a la frivolidad del mundo. Soy roca y hoy deseo más que nunca ser roca. Por todas las veces que fui pluma, hoy deseo dejar atrás ese titubeo juvenil. Deseo afirmarme como lo que soy: un sedimento en la nada universal, un basalto perdido que cumple sus designios desoyendo el frenesí estridente de plumas volátiles. Anhelo el día en que, finalmente, las plumas vuelen ante mí, me provoquen con sus absurdos colores, lancen vituperios susurrados y proferidos por la banalidad del viento, y yo me ría, solo, anegado en mi obsecuencia petrificada, la roca, la piedra, el magma crudo y endurecido de una voz auténtica, propia, forjada por el trabajo sobre sí mismo que no retrocede ante el paso del tiempo, la erosión de los elementos, la perfidia de seres sin raíz que pretenden dar enseñanzas.