Monday, February 26, 2007

¡Salúd, Archibald Alexander Leach!


No se trata solamente de camisas blancas impecablemente planchadas, a toda hora y en todo lugar. El saco suelto, como se usaba en esa época, aunque toda su vida sea "esa época", hasta el final de los tiempos. El pelo jamás perdería su forma en esa raya al costado galante y a medio camino entre la costumbre y el estilo personal. Los sombreros nunca le hicieron honor, por eso era frecuente que apareciera tras una puerta, sombrero en mano, exigiendo que lo dejaran pasar.
Nunca estuvo a la moda. Siempre estuvo más allá de las modas. Todo intento de vestirlo a la moda resultó en insulto.
A él, que inventó la palabra clase y que se apropió de la palabra estilo. Un chico pobre con pasado circense, el Rey de Hollywood. El verdadero self-made man, la encarnación de la revolución social: ¿Por qué no soñar si un muchacho vagabundo, que escapó de su casa en años en que Inglaterra era un nido de ratas, cambió sus harapos por trajes monárquicos con sólo explotar su sonrisa y su carisma?
Dirán que su bronceado permanente era artificial, que su aspecto invariable denotaba conservadurismo y hasta dirán que no era más que un homosexual reprimido. Dirán, dirán, pero no hay mucho que se pueda decir. A George Clooney le encantaría ser como él y eso que Clooney merece su lugar en el firmamento.
Una vez más, como tantas antes, sin razón fija, sin motivo aparente, festejo su gloria y lo homenajeo, me rindo a sus pies. Y rememoro la mítica frase, nunca más cierta:
"Las mujeres desean a Cary Grant, los hombres desean ser Cary Grant... hasta Cary Grant quiere ser Cary Grant."

Wednesday, February 21, 2007

Negra es la noche, Fernández, píntala de blanco


Un sábado a la noche como cualquier otro en una ciudad tan efímera como muerta. Soledad de sábado a la noche en la cocina, los ojos en un plato curvo cuyos contenidos no van más allá del atún ahogado en mayonesa y esparcido entre tomates. Una típica cena de barricada. Las perspectivas magras y unos tragos a la botella de Jim Beam, a manera de poner a funcionar el motor de la ilusión. Un tercio de botella se va y aún no hay rastros de esa diversión perdida. Sábado a la noche, tu tiranía es eterna, el miedo a perderte como he echado a perder los amores del pasado es potente, paralizante.
Desde el otro extremo cibernético aparece Agustín. Agustín el mítico, el indomable, su presencia tan magnética que trasciende lo corporal para reflejarse en esas letras diminutas y negras en mi pantalla. Me dice que va a Big One con un amigo y una amiga, que me sume. La propuesta es tentadora, promete decadencia más allá de cualquier frontera imaginable. Me visto y salgo al trote hacia su casa.
Llego puntualmente a pesar de haberme topado con una murga callejera festejando el carnaval. El recinto de Agustín carece de la comodidad de mi hogar burgués, se respira un cierto despojo y un notorio desinterés en sentirse contenido. Todo es sólido, hay madera gastada en todas partes y hay pocos objetos que muestren una intención de cubrir las paredes blancas. Agustín opera el Autocad en la computadora mientras sus amigos juegan con una guitarra y se desparraman en la cama. Yo llevo puesto un traje negro y una camisa rosa, soy demasiado serio para ese entorno anacrónico.
- Vieron, les dije que él era especial - dice Agustín desde su silla y yo sonrío, un tanto incómodo.
Hablamos de cosas, no muy importantes, no muy pertinentes. Agustín elogia al programa que está usando, yo opino como si entendiera pero la verdad es que no sé nada y él lo sabe. Hablamos de sus cuadros, yo pronuncio un elogio ligero, él dice que son todos mierda pero que lo hacen feliz. Me ofrece ginebra y elijo tomar agua. Las tres personas que me rodean me hacen sentir un conservador y esa sensación me deprime. Tomo el agua en silencio, pensativo.
- Vamos a tomar unos quetos - comenta Agustín y toda la noche se me dibuja como una aparición. Está desperdiciada.
Los tres se arrodillan en el piso y Agustín alínea una serie de papeles meticulosamente doblados. Utilizando la regla de arquitecto como ayuda, separa en líneas al contenido blanco que había en los papeles y organiza cuatro senderos espesos de ketamina.
- Esa es muy gorda, yo no la quiero - dice el amigo de Agustín.
- A mí no me cuenten - digo yo, el pacato yo, el que usa traje un sábado a la noche.
Aspiran sus rayas con cierta naturalidad y hacen comentarios alusivos a lo doloroso del proceso. Es una referencia clara a la calidad de lo que están consumiendo, sus capilares nasales arden. Yo miro, silencioso, distante.
Entro al baño a mear y la puerta se abre trás de mí. Cierro mi pantalón en un impulso repentino, Agustín está a mi lado, una mueca en su cara.
- Dále, man, dejame que te la mire.
Me niego. No puedo mear si hay testigos, me gusta la soledad del baño, el reflejo puro en la cerámica sin sombras.
- Siempre te la quise ver, por favor.
Sé que no se va a detener, sé que si lo expulso volverá, como un virus nefasto. Extraigo el miembro y se lo muestro.
- Man, pero es enoooooooooorme - me dice, extendiendo la "o" cuantas veces puede. Al instante, hace entrar a su amigo, el cual también está interesado en escrutar mi pene - Mirá el tamaño de eso, mirá.
El amigo asiente, parece estar de acuerdo. Yo niego, digo ser promedio. Ellos disientes y salen del baño. No logro orinar y salgo, frustrado. Les recuerdo que se está haciendo tarde y los tres se ponen de pie, pero les lleva un tiempo considerable atarse las zapatillas. Agustín aparece convertido, personificado: a sus patillas delineadas y su peinado discreto le suma una camisa ajustada y veraniega, un pañuelo bordó amarrado al cuello y un saco color crema, entallado. Su clase es indudable, nadie se atreve a poner en jaque sus status de dandy urbano, de doncella de la noche, un tornado tan dañino como magnético. Nosotros somos sus partennaires, sus secuaces involuntarios.
Subimos al auto y salimos al ruedo. Agustín extrae nuevamente el papel y esparce un poco en la credencial de la universidad, festejando para sus adentros tal herejía. Uno a uno, obliga con estilo a todos los integrantes del auto a aspirar de su tarjeta. Cada semáforo es una fiesta, una ocasión para el consumo. Yo me niego, una y otra vez, con la firmeza del conductor. Entramos al microcentro y me lleva al menos diez minutos encontar un lugar donde dejar el auto sin que lo desmantele una pandilla de criminales alcoholizados o sin que la policía pretenda quitarme dinero. Encuentro el sitio y avanzamos a Big One, donde una inmensa cola de malvivientes y seres del inframundo nos recibe. Acoto que no pertenecemos a esa multitud y los ojos que se posan sobre nosotros lo confirman, pero los chicos están drogados. Toda relación con la realidad es efímera y dudosa. Desean entrar y nos colocamos en la cola; hacemos algunas amistades y hablamos. Agustín desaparece alegando que necesita ir a un cajero y su amigo emprende la aventura en búsqueda de agua. Lucila y yo hablamos, decretamos terrenos en común y nos burlamos de todo, de todos. Pero no nos deseamos o yo no la deseo, hablamos con franqueza y con desesperanza. Los otros vuelven con dinero y sin agua. Nos vamos.
Agustín propone pasar por su casa a buscar alcohol y todos aceptan. Se renueva la ingesta de la tarjeta y vuelvo a rechazarla pero - como en el baño - sé que a la larga voy a perder y, en un semáforo, clandestinamente, Agustín me encuentra fuera de lugar y me coloca estratégicamente la tarjeta ante el orificio nasal derecho. La luz se pone amarilla, me encandila, dudo un instante y luego me veo ingiriendo por vía nasal el contenido de la tarjeta. Todos ríen, ya no hay vuelta atrás, sé que toda pretensión de controlar la situación es inútil.
Agustín bebe de la botella de Jack Daniel´s, chorreando el contenido, como toman los salvajes, como tomaba Marlon Brando (a pesar de que Agustín es más parecido a un Peter Fonda joven, el de los setentas; lo envidio por eso, me genera un resentimiendo muy parecido al enamoramiento). Me pasa la ginebra, me exige que le haga honor. Le explico que no quiero gin, me corrige la ignorancia: el gin y la ginebra no son la misma cosa. Asiento, avergonzado.
Llegamos a la fiesta y Agustín entra primero, con autoridad.
- Vamos a la fiesta de Matías - dice, vaya uno a saber por qué razón.
- Ah, ¿sos amigo de Mati? - le contestan, insólitamente.
Pasamos, avanzamos por un pasillo colonial que desemboca en un jardín primaveral donde abundan los adolescentes. Inmediatamente me siento viejo. Me encuentro con caras conocidas, me saludan, entablamos diálogo. Empiezo a notar los efectos de las sustancias.
- Vamos ya al baño - me grita Agustín, tirándome de la manga - todos juntos, al baño, man.
Quienes están a mi lado me miran, súbitamente entienden mi rigidez muscular, mi sonrisa clavada, mi diálogo veloz y un tanto incoherente.
- Vos te tomaste algo - dice Santiago, sospechando.
- No, nada - río nerviosamente.
- No me mientas, tomaste merca - insiste, inquisitivo.
- Sí, la probé, pero no hoy - respondo.
Los demás ríen, yo también, pero no me causa gracia y me voy.
Encuentro a Agustín entre la gente, dialogando a los gritos con una chicas que no parecen superar los quince años. Lo saludo y me dice que es hora de ir al baño. Lo sigo, dubitativo. Hay que subir unas escaleras caracol y la cola para el baño es de al menos seis personas, entre las cuales veo caritas de niñas que delatan su virginidad. La manga de mi saco cede ante el tirón de Agustín.
- Ay, cómo me estoy meando, no puedo más - grita, avanzando junto a la cola de niños con la fuerza de un tractor, yo adherido a él; mira a la nena que está primera en la fila, sus pecas la defienden de toda la maldad del mundo - Permiso, eh, es un segundo.
Entramos los dos juntos al baño, un espectáculo inusitado y temible. Una vez en el interior del baño, Agustín me muestra una foto un tanto sucia donde una madre abaraza protectoramente a su hija adolescente.
- La saqué de la casa, man. Mirá, la cortamos a la mitad y usamos un pedazo cada uno. Yo me quedo a la madre porque me caben las jobatas - explica mientras ríe frenéticamente y el polvo blanco asciende por su naríz.
Salimos del baño a los gritos, balbuceando, las miradas perdidas en un espacio que no entedemos.
En el jardín aparecen más rostros conocidos, me saludan, me desconocen, temo que me desconozcan, sospecho que saben que estoy fuera de mis cabales y me da miedo por mi niño interior. Temo a ver en sus ojos esa mirada triste y desencantada que juzga y no perdona, que acusa y no busca entender. Salgo en busca de mis compañeros de andanzas y los encuentro en la parte delantera de la casa, preguntándole a un par de niños menores si saben qué es la droga. Los tiernos rostros dibujan el miedo y la curiosidad en un único movimiento y sé que los ha seducido. Lo llaman por su nombre, lo buscan y él revolea el papel por todas partes, en la vista de todos.
- Vamos a terminar esta mierda, chicos - grita y los niños le festejan todo.
- Vení - me ordena - tomá más.
- No quiero.
- No seas marica, pensé que estaba con un hombre.
- No...
Pero ya es tarde porque la manga de mi saco está limpiando los restos del polvillo y estoy escapando hacia la parte posterior de la casa, hacia las sombras del jardín, ante el sonido opaco de las risas demoníacas. Me pierdo en un espiral y las piernas, debilitadas, danzan fuera de tempo al ritmo de una música irreal, inexistente.
Volvemos a vernos las caras unos minutos más tarde, junto a un arbusto. Agustín quiere seguir consumiendo, pero me resisto. Su sueño es que toda la fiesta tenga las venas infectadas por el vicio. Los niños corren y las niñas juegan a seducirnos a nosotros, los adultos, los que usan saco, pero nosotros estamos perdidos, ya no somos nosotros. Detrás de los trajes ya no hay nada.
Cuando vuelvo a mirar a Agustín tiene un cuchillo en la mano.
- Soy peligroso, entendés, vos no sabés lo que yo voy a hacer con este cuchillo - le dice a Alejo, mientras levanta en alto la navaja - Si quiero, hago así y me corto.
La sangre parece brotar de su mano - o tal vez soy sólo yo, imaginándola - pero me doy cuenta que nada ha pasado.
- No, mentira, ya lo tenía de antes - grita Agustín señalando a su corte y repite la acción por si alguien no la había registrado. Me encuentro riendo ante todo esto, un severo malestar me recorre y siento que debería detenerlo pero no puedo. Nos tambaleamos como hojas y estamos a la merced de Dios. No podemos parar de hablar pero tampoco logramos tener sentido. Nos merecemos mutuamente.
Nos sentamos en una silla a descansar y a tomar cerveza. Levanto mi celular y llamo a Josefina, aún sabiendo que no deseo tocar a nadie. Logro construir frases coherentes, pero me aferro a las rejas para sostener mi equilibrio y algunas frases inexplicables se filtran en la conversación.
- ¿Tenés ganas de que nos veamos? Porque noto dudas en tu voz - dice ella.
- La única duda está en la distancia - grito a toda voz -. Te llamo después - concluyo, sabiendo que no volveré a llamarla.
Lucila dice entender cuando le digo que estoy asexuado. Hablamos de lo bien que se siente no sentir y de la tiranía del sexo, de cómo los medios nos incitan a tener sexo todo el tiempo con todo el mundo a toda hora, cómo el sexo se ha vuelto consumo. Reímos por última vez en la noche, esta vez con menos razones que antes.
Salimos de la fiesta haciendo ruido, pateando cosas, abusando de la confianza de los extraños.
Me doy cuenta inmediatamente que mis piernas no tolerarán el esfuerzo. Permanecemos media hora dentro del auto hasta que mis piernas vuelven a funcionar y, aún así, soy consciente de que la energía es limitada.
Abandono a mis tres compañeros en Juan B. Justo. Nos saludamos fríamente, como se saludan los que van por la vida solos entre las masas. Agustín me regala la botella de Jack y yo no la rechazo. No hay promesas de vernos pronto, no hay evaluaciones de la noche. Ahora es cada uno por su cuenta.
Conduzco hasta mi casa con la mirada perdida, cantando canciones de la cancha con la ventanilla baja, agitando mi mano al son de mis palabras.
Me recuesto a dormir a las ocho de la mañana y empapo de sudor las sábanas. Me revuelco entre pesadillas y no logro conciliar el sueño hasta entrado el día.
Al despertar, a media tarde del domingo, no seré más que las ruinas de una juventud promisoria, un conjunto de tejidos débiles y de músculos cuajados, un saco de huesos sin ideas ni perspectivas a futuro.

Friday, February 16, 2007

San Valentin


Ella le dejó una cicatriz en la cara cuando él desapareció por dos días.
El le robó la bolsa de cocaína cuando ella dormía y algunos dicen que regaló la mitad.
Pero ellos dicen que están enamorados.
Miren en otra dirección antes de que sea demasiado tarde.
Hay peligro pero ellos prefieren no verlo.
Si están ciegos, será que ciegos prefieren estar.

Monday, February 12, 2007

La fiebre maravillosa que contagian las gradas

Volvió el fútbol.
Volví a las canchas.
Volví a entrar con el carnet de socio vencido.
Volví a quitarme la remera y a revolearla por los aires.
Volví a cantar las canciones de estadio, por más xenófobas o racistas que sean.
Volví a sufrir en cada fallo local y en cada ataque visitante.
Volví a conversar apasionadamente con señores gordos, peludos y sudorosos sobre el partido.
Volví a insultar a los jugadores rivales y hacer gestos obscenos a sus simpatizantes.
Volví a respirar ese olor a odio y a desprecio que tiene el público que va a la cancha.
Volví a ver a los niños jugar con sus muñecos mientras el padre sufre como un condenado.
Volví a caminar entre la gente, cantando, saltando, todos juntos.
Volví a insultar a la policía desde el anonimato de la masa.
Volví a vivir esa fabulosa batalla, ese Coliseo, ese ritual pagano que es el fútbol.
Volvió la fantasía a los domingos.
Volví a un lugar al que pertenezco.
Volví a sentir un lazo con la gente.
Volví a gritar hasta perder la voz de alegría.
Volví a corear los nombres de los jugadores.
Volví a cuestionar al planteo del entrenador.
Volví a ser burdo y bruto y primitivo y salvaje.
Volví a la mística.
Volví a esa felicidad tan infantil que es sentarse en el cemento, sufrir el calor, tomar coca cola sin gas y caliente, tensionarse los músculos y liberar una enorme dosis de energía en una actividad completamente pasiva como seguir lo que hacen 11 tipos con una pelota.

Y River ganó, sobre el final, como tiene que pasar en toda épica. Y fue desahogo, y fue fiesta, y todos gritamos "que se mueran todos los bosteros, que se saquen la pija del culo" y todas esas alusiones sexuales tan hermosas y descarnadas.
Gracias.
Gracias por el fútbol.
Dios Mío, gracias por el fútbol.
Todo lo demás se queda corto.

Saturday, February 10, 2007

Suspiros larguisimos por omisiones del pasado

A veces siento que este espacio no es lo que yo quiero que sea. Un poco como la vida, ¿no? Uno le pide a la vida que sea jugosa, variada, sorpresiva, le pide tantas cosas que no sabe bien por dónde empezar. Yo quería que este blog fuese un modo de poner en palabras emociones y sensaciones que, creo, son universales. No quería que fuese una especie de diario personal o de manera de hacer catársis en público. Creo que jamás caí en esa bajeza. Pero tampoco debía ser literatura, no debía pretender ser literatura, debía conformarse con ser él mismo, carne viva de mis vivencias o ideas o sueños. Se ha vuelto brutalmente literario y, en el proceso, tristemente artificial.
Me sigo cuestionando en algún punto por qué sigo pretendiendo ser aquello que no soy y, entonces, el planteo inicial del blog está mal. Jamás he sido el Toro, apenas una gacelita disfrazada. Y, desde ese punto de partida, se puede derrumbar una a una las pretensiones de una imagen que no me corresponde. No soy un modelo masculino, por mucho que me mire en los espejos. No soy una figura pública, la gente no se muere de ganas de hablar conmigo. Si me mantengo firme y distante, el resultado de la noche será la ausencia de contacto con la gente y no una pista misteriosa para dar inicio a una conversación.
Ser seductor depende de estar bien con uno mismo y yo no estoy bien conmigo. Maltrato a mi cuerpo y me maltrato moralmente, agrediéndome por esas decisiones mal tomadas y por esa falta de acción en momento claves, y todo para qué... con qué fin. No tengo confianza en lo que hago, pero siempre una voz de afuera habla de mí con palabras de elogio o de respeto. Y yo no logro contagiarme, no lo entiendo del todo bien.
Lo que este blog necesita - y, por ende, lo que mi vida necesita - es que yo me quiera un poco más, a tal punto que sólo pueda decir la verdad. Que broten de aquí palabras ciertas y sinceras, que el pequeño relato literario no ocupe el espacio que merece la crónica descarnada, pero que la vida no sea una mera excusa para narrar. Que existen hechos, que las situaciones hipotéticas en mi cerebro se vuelvan tangibles. Que las cosas ocurran, que no queden cuentas pendientes ni frases hermosas sin pronunciar... que se repitan los comienzos, que no de miedo el siguiente paso, que no quede ni una gota sin exprimir.
Es mi culpa si las cosas no son lo que podrían ser. Y al miedo se lo combate con coraje, llevando las cosas un paso más allá a cada vez, reconociéndonos como vulnerables, perdiendo el respeto al qué dirán. El silencio no es algo necesariamente malo. El alcohol no pone palabras en nuestras bocas. El amor es encontrar encanto en aquello que el otro odia de sí mismo y mostrarle lo equivocado que está.
No se puede pretender crear si quedan asuntos en el tintero, de nada sirve inventar para curar males privados. Llevar una vida íntima sin reproches es el secreto para vivir en armonía con el mundo y vivir en armonía con el mundo es el secreto de las grandes obras. No crean eso de las almas tormentosas y de las miserias de los artistas, todos estaban en paz al hacer lo que hacían. No está en las cosas el secreto a la parsimonia, sino en las tripas propias, en la única e inexplicable fuerza de voluntad que uno elige o no ejercer.
Yo digo que mañana se dice basta y se empiezan a hacer esas cosas que antes se dejaban para después. La inmediatez del ahora es el slogan de la campaña que arranca para salvar mi vida.



P.D.: Todos los que leen este blog saben de la existencia de Chiara. Es una pena, ella antes leía este blog, cuando se molestaba en extrañarme. Yo sigo creyendo que aún me extraña - como sin dudas yo la extraño, pero son temas diferentes -. Hoy mismo fui a una bar que se llama Kim Novak y, al tiempo que me sentaba en una banqueta vi pasar junto a mí a una chica que respondía casi milimétricamente a los rasgos de Chiara. Vale aclarar que yo no estaba borracho ni tuve una alucinación ni me afectó la subjetividad. Nada de eso, la chica era igual, misma altura, mismo color de piel, mismos pómulos, mismos ojos, mismo pelo (atado del mismo modo), todo. Me atemoricé, era como Vértigo, de Hitchcock. Algo me decía que debía hablarle, pero el miedo me invadía. En el tiempo que demoré en decidirme, se le acercó un muchacho y empezaron una conversación bastante sensual. El se fue y llegó otro y ella nuevamente, bien predispuesta. Yo la miraba y pensaba "cómo es posible que se vea tan familiar pero sea una completa desconocida. Esa cara que yo miré y que me miró de vuelta con amor es ahora un cuadro opaco. La posibilidad de que yo me acerque con amor y que reciba a cambio rechazo me llena de espanto. Especialmente con ella". Y así es como no le hablé, me alejé, asustado, sintiéndome solo, triste, abatido, todos mis amigos ocupados siendo felices, a ninguno de ellos podría haberle explicado el enorme vacío que sentía. Habría que inventar palabras nuevas para hablar del miedo a la réplica, a la nueva oportunidad, al destino, a lo verdadero y lo falso juntos, a la soledad. No hay solución: ni contarle lo ocurrido a Chiara, ni hablar con su réplica argentina ni escribir estas palabras son suficientes como para acortar el vacío. Ni siquiera la palabra vacío define a este vacío. Hasta me ha abandonado el lenguaje. Hasta aquí llega esta aventura de comunicar, porque las palabras han dejado de describir aquello que me pasa. Ojalá pudiera decirles lo que me pasa esta noche, pero lo siento. Ya perdí el tren.

Friday, February 09, 2007

El hecho

Lo pensó detenidamente y decidió que tal vez sí, que tal vez había que hacerlo. Es verdad que había innumerables razones para no hacerlo y que se requerían enormes energías y que un sólo día de preparación no sería suficiente. Pero definitivamente había que hacerlo. Los pocos con los que había compartido el deseo de hacerlo le habían dicho que no era tan buena idea, que mejor sería contenerse o, al menos, esperar un tiempo, a ver si el panorama era diferente y más propicio. Pero la idea estaba hecha, la decisión casi tomada y el tiempo le corría en contra.
La primera vez que había pensado en hacerlo le había parecido un disparate, una cosa de locos, un despropósito. ¿A quién se le ocurre, después de todo, encarar semejante proyecto y, peor aún, solo? Se requiere coraje y valentía, pero por sobre todas las cosas determinación, voluntad. Porque si uno se lo piensa dos segundos se da cuenta las chances que hay de perder y, con ellas, el horrendo sabor del fracaso. Sí, la vida está llena de fracasos, pero uno como éste es inaudito. Es el Rey de los Fracasos. Evidentemente, siempre está la posibilidad que las cosas salgan bien, que sea un éxito, el Monarca de los Exitos. Y ese era el objetivo, hacerlo de una buena vez y ser el Emperador del Triunfo.
Varias veces había fantaseado en cuál sería el método más efectivo para hacerlo y, la verdad, no tenía mucha idea. Suponía que era mejor hacerlo de noche, aunque a plena luz del día sería aún más osado. Para ser atrevido, mejor serlo hasta el final. La lista de las cosas necesarias era, decididamente, caprichosa y variable. Nada y todo eran fundamentales y sólo las circunstancias develarían si había acertado o no en la elección de herramientas. Tal vez, pensó, la única herramienta que necesito soy yo mismo. En ese caso, abandonaría todas sus provisiones en el camino y concentraría toda su energía en usarse a sí mismo con éxito.
Así, sin más especulación, organizó una prolija lista de requerimientos y estrategias, de hipótesis y variables y de obstáculos que podrían separarlo del fin deseado. Fantaseó con el momento en que todo habría finalizado, en el sudor triunfante que recorrería su frente, en las palpitaciones eufóricas de la tarea cumplida. Luego, consultó al almanaque, verificó que su reloj diera la hora exacta, volvió a revisar que todos los útiles estuvieran en su mochila, ordenados y accesibles, y salió de su casa, con suficiente tiempo como para llegar al lugar de los hechos con diez minutos de sobra. Respiró, se concentró, se secó las gotas que humedecían su rostro e ingresó al lugar.
Y entonces sí, lo hizo.

Friday, February 02, 2007

Dos, uno, cuatro, nueve, once

Frases hermosas que nunca serán pronunciadas.
Preguntas directas evadidas, silencio o ausencia como respuesta.

Ideas que morirán siendo ideas.
Acciones que convierten a ideas en metáforas.

Miedos que se transforman en declaraciones de principios.
Caos que acaban siendo básicos y lineales.

Desilusiones sin retorno.
Excusas que acaban siendo definitivas.

Y en el medio tantas cosas.

En el medio las victorias que no vemos.
Y los fracasos que nos adjudicamos
cuando nunca nos pertenecieron
o tal vez nunca existieron.

No sé.

Es difícil decir cosas bonitas
y hacer cosas bonitas
y pensar cosas bonitas
cuando todo se ve tan opaco.

O lo vemos opaco.

O lo veo opaco.

Qué palabra tan poco comprometida, "subjetivo".

Igual que "opinión".

Cuánto más lindo es el silencio
después de dormir
justo antes del café
los domingos a la mañana
cuando todavía es penumbra
pensando solamente
en el sabor entre los labios
de un beso dominguero
de café.

Las frases muy largas sólo se extienden
por coquetería
pero muy pocas veces
se justifican
porque lo simple
que es a la vez directo
es mucho más hermoso
y llega a puerto sin rodeos
que para rodeos están las vacas
o las personas
que gustan de la soga al cuello.