Wednesday, January 31, 2007

No call

Supuse que les interesaría el final del relato. Pues bien, obtuve el número de teléfono de la chica en cuestión sin siquiera tener que pedirlo, ya que toda mujer que se entera del relato se pone de mi lado (incluídas las amigas de ella). Iba a llamar hoy, pero lo pensé detenidamente y me surgieron reparos. ¿Alguien creyó realmente que puedo ser todo el tiempo igual de espontáneo que cuando me declaré?
En primer lugar, no estoy seguro de que ella me guste ahora y, para un tipo tan selectivo como yo en relación a las mujeres, este no es un tema menor. Muy simple: en el momento de la declaración, me habían cegado el alcohol y la euforia del momento. Simplemente soy incapaz de distinguir adecuadamente sus rasgos y eso me desestabiliza.
En segundo lugar, no sé si este encuentro es realmente necesario. La deuda pendiente con el pasado, ¿Era la confesión o era la concresión? No estoy tan seguro, pero mis gustos cambiaron radicalmente en cuanto a mujeres. Es factible que, llegado el caso, ella no sea de mi agrado.
En tercer lugar, una mala cita arruinaría por completo la anécdota de la declaración, y todos sabemos que lo que importa no es la verdad real sino el relato que hacemos de ella.
Por último, toda cita a solas con una mujer en un espacio público requiere de una energía que no sé si deseo destinarle (y esto se aplica a todas las mujeres, no sólo a ella). Uno debe respetar a rajatabla todo una serie de reglas tácitas, no puede mostrarse completamente al natural (y esto lo he comprobado en una ocasión, cuando literalmente asusté a la chica con mis opiniones sobre la gente y, sin merecérmelo, le robé un beso antes de dejarla en su casa) y es muy improbable que ese encuentro acabe en sexo. Tal vez haya que pasarla a buscar, será obligatorio pagar la cuenta y habrá que calcular estratégicamente qué decir para generar el momento del beso; aún si uno logra generar ese momento, es muy factible que se dé en plena calle, cuando el beso cae como un espectáculo ante el cual los transeúntes gritarán cosas obscenas, del estilo "eh, dále duro a esa trola" o "¿por qué no van a un telo, che?". Sumemos a esto la escucha atenta que se exige de uno en estos encuentros, la necesidad de tener un buen repertorio para evitar los silencios y la imposibilidad de sonreir genuinamente. Todo gesto facial está al servicio de la seducción y, por lo tanto, la cara acaba siendo una masa gelatinosa y tensionada.
Dirán que lo pienso demasiado, pero también les diré que el contacto con la gente me da rechazo. Y que de vez en cuando me tomo estos atrevimientos, pero no van más allá de eso.
¿Acabaré finalmente llamando? Tal vez, pero no ahora.

Saturday, January 27, 2007

Segunda oportunidad

Es de saber popular que la adolescencia y el amor son fenómenos contradictorios. El período que dura el colegio secundario está plagado de amores imposibles, de frustraciones sentimentales y de acciones que uno debería haber emprendido y jamás pudo. En pocas palabras, uno va aprendiendo cómo resolver ciertos amoríos cuando termina el colegio y hace lo que puede con las cuentas pendientes que han quedado de esos años difíciles.
Ocurren cada tanto felices coincidencias que pronto se configuran como una segunda oportunidad. La noche era calurosa y la densidad de la humedad lo impregnaba todo. Teníamos mucha cerveza y poco que hacer. Nadie recuerda exactamente cómo, probablemente se inició con los Ramones. Subimos el volumen, acabamos nuestros vasos de cerveza y comenzamos a saltar. Casi espontáneamente, de un modo juvenil. Nos calzamos los anteojos negros, nos sacamos las remeras y practicamos el mítico "pogo", ritual que consiste en saltar y golpearse al ritmo de la música. Recuerdo haber pensado que debían hacer diez años desde la última vez en que había hecho pogo por última vez. Había energía adolescente en el aire, mientras Ramones abría paso a AC/DC, luego a Guns ´n Roses, Metallica y así sucesivamente.
En plena instancia de euforia, salimos al balcón a sentir un poco la brisa fresca que le sigue a las lluvias. En uno de los balcones del piso inferior había una pequeña reunión de gente. Y, entre ellos, la ví. Impulsado por el alcohol y por el desparpajo de la danza tribal, no me contuve. Semidesnudo, sudado y exultante, le dirigí la palabra.
"¡Yo te conozco!", grité.
"¿En serio?", dijo ella.
"Sí, sos Josefina", expliqué y pasé a presentarme, ante su sonrisa de sorpresa.
Mantuvimos un diálogo breve y superficial y luego volví al interior. Pero aquello no podía quedar así, porque si uno vuelve a toparse con un viejo amor frustrado de la secundaria es porque algo tiene que pasar. Tomé a Federico y al Doc de las mangas y los arrastré al piso de abajo conmigo. Golpeamos la puerta y nos dejaron pasar. Salimos al balcón y nos sumamos al diálogo de las chicas, todo muy grupal. Tomamos unas copas y volvimos a subir.
Pero eso tampoco había sido suficiente. Ni siquiera había logrado hablar a solas con ella.
"No tengo nada que perder", pensé. Y volví a bajar, esta vez solo.
Golpée la puerta, la dueña de casa me miró con extrañamiento y, ante su duda, respondí:
"Tengo algo que hacer, permiso".
Las otras tres chicas estaban sentadas en sillas, dialogando apasiblemente. Me miraron llegar y, antes que pudieran decir algo, me acerqué a Josefina, me arrodillé para estar a su altura y la miré muy fijamente.
"Quería decirte que... yo estaba enamorado de vos en segundo año. Y no quería dejar pasar esta oportunidad de decírtelo."
Se quedó en silencio, visiblemente impactada.
"De hecho", continué, "fui a un campamento al que fue muy poca gente porque tenía ganas de verte".
Su silencio se quebró.
"¿Y por qué no me lo dijiste entonces?"
Yo sonreí y pronuncié una de esas justificaciones que uno muchas veces piensa pero nunca dice.
"Porque era un niño".
Entonces, ante el silencio general y la mirada atenta de las demás chicas, me levanté. La tomé del hombro y acoté:
"Bueno, eso era todo lo que quería decir".
"Guau", dijo una de las chicas.
"Qué valiente", dijo otra.
"Sí, con nosotras adelante", completó la tercera.
Caminé hasta la puerta, la abrí y, justo antes de irme, voltée.
"Por cierto, Jose... ¿Crées que ahora es demasiado tarde?".
Una última dosis de osadía antes de abandonar la escena.
"Ahh... qué pregunta", fue su respuesta.
Un paso más lejor, no podía no usar toda la artillería una vez que estaba en el campo de batalla.
"Bueno, de última ya sabés... soy amigo del vecino de arriba".
Cerré la puerta y volví junto a mis amigos, para narrar los hechos y celebrar el cierre de un capítulo pendiente.
Ella no subió, claro, aunque luego me enteré de labios de la dueña de casa que el shock todavía le duraba cuando se fue. Yo mismo la ví irse desde el balcón de Mariano, su figura desvaneciéndose entre las sombras de la calle. Puede ser que no esté tan linda como era, o que mis gustos hayan cambiado a tal punto que de conocerla hoy puede que pasara de largo; pero todo eso es irrelevante. Mentiría si no admitiera que la idea de concretar una deuda del secundario me llena de adrenalina y de sana nostalgia y que no dudaría por nada del mundo en tener un affaire con ella, cuanto más torrentoso mejor.
¿Qué más podía pedirle a la noche? Me regaló un resfrío y un severo dolor de garganta, pero créanme cuando les digo que eso es lo de menos.

Wednesday, January 24, 2007

Algunas reglas fundamentales de la pornografia

1) La pornografía es como el cigarrillo: todos la han consumido en su vida, sea directa o indirectamente.
2) La regla de oro es: más siempre es mejor.
3) Cuanto más cara de caballo tengan las mujeres, mayor será el deseo sexual que generen.
4) Es un acierto no enfocar jamás la cara del hombre. El 90 por ciento de los consumidores de pornografía son hombresd que quieren imaginarse que son ellos los penetradores.
5) Dos o más lesbianas aseguran un éxito de taquilla.
6) No es mentira que a los hombres les moleste ver a otros hombres en pantalla. Su atención se centra en las mujeres, pero respetan con camaradería a esos sementales primitivos y, más de una vez, elaboran bromas sobre el tamaño de sus miembros.
7) Las pornstars son, a su manera, celebridades. No está mal saber sus nombres y conocer sus mayores méritos.
8) Los códigos de la moda no afectan a los hombres. Abundan los pelos largos, los tatuajes de mal gusto y muchos más musculos de los que han falta para agradar a una chica.
9) A diferencia de la realidad, los senos operados no son una molestia. Recuérdese la regla de oro.
10) Una mirada a cámara siempre reaviva el deseo sexual del espectador. Aún si hay ocho hombres sodomizando a una mujer, la mirada a cámara es una invitación a participar.
11) El sexo en espacios públicos, aún si falsamente montado, es más atractivo. Las piscinas y los estacionamientos son opciones válidas.
12) Las fantasías populares no pierden vigencia. Los uniformes, sean de policía, colegiala, enfermera o médico, siempre son bienvenidos.
13) Sexo que no acaba con un salpicón de esperma en la cara de la chica no es sexo.
14) Los negros, dada su formidable talla, abundan, pero siempre resultan amenazadores (para el hombre) o fascinantes (para la mujer).
15) Toda proeza sexual que se salga del libreto producirá más asombro que excitación y, por ende, no abundan. Nadie ha visto jamás penetración auditiva, y jamás la verá.
16) La calidad de las fotografías es relevante a la hora de que surtan efecto. Fotos pixeladas, imágenes borrosas y mala iluminación atentan contra el producto.
17) Los cabellos teñidos, el exceso de piercings y los senos mal operados (que toman formas inusuales, como son los pechos cuadrados o la piel sobrante) desaniman al espectador. Anteojos y medias de red, en cambio, suman puntos.
18) Nunca es bueno el denudo total. Es preferible una bombacha corrida que el pubis al descubierto. Mejor aún si tenemos una escena de sexo a las apuradas, donde los protagonistas permanecen a medio vestir.
19) El sexo es una actividad programada y lineal. Este orden jamás se quiebra. La mujer practiva sexo oral al hombre, el hombre parctica sexo oral a la mujer (no siempre presente, se puede saltear este paso), se produce la penetración vaginal, luego la anal y, finalmente, el gran finale con... esperma en la cara de la chica.
20) Todo diálogo durante el sexo suele molestar y restar credibilidad al acto. Es sabido que las dotes actorales de los pornstars jamás son notorias. Un gemido suele funcionar mejor que un "fuck me, yeah" o un "I love your cock more than breathing".
21) Los orientales no suelen tener mucha difusión, sobre todo por su amor a ciertas prácticas inusuales, como el Bukkake, donde cientos de individuos se masturban y bañan en semen a una chiquilla sonriente.
22) Las orgías suelen ser difíciles de captar y, por ende, no se usan con mucha asiduidad. Se las suele retratar como una sucesión monótona de encuentros sexuales individuales y pocas veces como una simultaneidad caótica de cuerpos.
23) El relato que acompaña a los encuentros sexuales indudablemente molesta. Los personajes están mal desarrollados, los diálogos son inexplicables y los chistes son más pobres que los de las sitcoms domingueras de Fox.
24) La imagen digital es de la más pobre calidad, la iluminación parece obra de una decoradora de interiores sin trabajo y los decorados son... extremadamente caseros.
25) Que las niñas parezcan (o sean) menores de edad no es un problema, más allá de los gustos personales. De todos modos, suelen mostrarse faltas de carácter, inexpertas. La ingenuidad no es un valor suficiente.
26) Siempre es importante que la mujer sea la que domina. Contrario a la idea general de la penetración, si la mujer no da la impresión de ser quien cabalga al hombre, la imagen no vale la pena.
27) El sadomasoquismo, en oposición al mundo real, es una buena herramienta visual. Las máscaras y los cierres siempre aportan novedad.
28) Europa del Este produce a las mejores pornstars. República Checa, Hungría o Eslovaquia jamás fallan a la hora de introducir en el mundo a mujeres dominantes, hermosas, hábiles y versátiles.
29) Los fluídos son desagradables al tacto y huelen mal, pero en pantalla siempre dan dividendos.
30) Nadie jamás ha visto una película pornográfica entera, de una sola sentada.
31) Es mentira que a las mujeres les gusta la pornografía. Aceptan verla, pero no aceptan ser tan conscientes del proceso general del sexo.
32) Estar de novio o en una relación seria de ningún modo impide continuar con el consumo de pornografía. Son placeres diferentes.
33) La mujer es la verdadera protagonista de la pornografía. Jamás encontrarán sitios de hombres masturbándose a cámara, pero abundan los de mujeres y son muchas más las fotos de lesbianas que las de gays. Sin embargo, es una actividad menos machista de lo que se cree: las mujeres son las que muestran el poder y son las pornstars las idolatradas. Salvo Rocco Sifredi o Ron Jeremy, nadie recuerda a los hombres.
34) La pornografía maneja una altísima cuota de parodia. Basta fijarse el nombre de varias pornstars, parodias fonéticas de los nombres de cantantes pop, actrices y demás celebridades. Las películas, siempre por debajo de la frondosa demanda, no paran de basarse en éxitos de taquilla de Hollywood parodiados y reconvertidos en orgías salvajes.
35) Sin la pornografía, Internet perdería una buena dosis de popularidad.

Monday, January 22, 2007

Una noche para confundirse, una noche para acelerar la verdad


Yo lo seguía y él me guiaba, aunque yo sabía hacia dónde ir, pero había elegido no invertir energía en recordar el camino. Creo que pensando en eso fue como empecé a tramar la idea sobre la ciudad como un mapa plagado de ganchitos clavados.
- Vos vas recorriendo la ciudad y, a medida que ampliás tu conocimiento de ciertas zonas, te vas moviendo con mayor certeza por toda la ciudad. Cada lugar que alguna vez frecuentaste, no importa durante cuánto tiempo, se convierte en una marca que vos hacés para subjetivizar a la ciudad. Y, cuando pasás cerca de alguno de esos puntos ya familiares, sentís que sabés dónde estás y cómo salir de ahí para volver a tu casa.
La imagen del mapa cubierto de pequeñas chinches de colores me satisfacía y lograba describir eso que yo imaginaba con una delicada precisión.
Bajé del taxi y me despedí cálidamente. El se ofreció a acompañarme mientras esperaba al colectivo, pero le dije que no, que no hacía falta y que no me molestaba esperar solo. Me dijo, a raíz de una broma que habíamos hecho antes sobre las mujeres y su constante paranoia a los ataques y abusos de los hombres, que me cuidara de no ser violado. Reí socarronamente, pensando lo improbable que eso parecía.
Me dirigí a la parada del 59, arriesgando que aún seguía allí donde la había frecuentado por última vez, unos ocho o nueve años antes. Algo me decía que la habían desplazado de aquél sitio atípico y un tanto oscuro frente a la pinturería, y que ahora se disponía, más saliente y reconocible, junto a la avenida, chillonamente iluminada.
Allí estaba ella, frenética y ausente, la ciudad. Irregular y barroca, ajena a sus propias consecuencias, refugio y organismo móvil de millones de células, la ciudad. Un micromundo al que basta auscultar por un breve lapso de tiempo para descubrir sus catacumbas de sentido, sus capas y capas superpuestas, sus formas de vida latentes y expectantes, escalando y descendiendo por los túneles que ella misma se deja perpetrar en la piel y en el intestino. La ciudad.
Mis ojos encuadraban y reencuadraban sin control, cada mirada corrompida incesantemente por el ojo ávido de imágenes bellas. El sutil suplicio de ver belleza en todo se volvía prolongado y aberrante. La luz de la conciencia que hacía a todo digno de apreciación y de estudio. Estaban todos allí, ante mis ojos, jugando a un juego secreto y fantástico; cine en estado puro, encerrado en sus huesos y viviendo entre sus movimientos improvisados. Allí estaban, bailaban, interactuaban, delineaban la vida en cada paso y definían al mundo en toda instancia. Ellos eran testimonio vivo de que en vano vale buscar el gran relato allí en los bosques salvajes si la selva sola vive entre nosotros, más robusta y más vivaz de lo que nos deja ver el antifaz.
Descubrí en ellos el gran drama moderno de las capitales, de las urbes de techos altos y de escalas de gris hormigón: la falta de profundidad de campo, la incapacidad casi genética de no poder aguzar la mirada, de observar con más detalle y con menos barreras. La completa ausencia de pompa en la mirada, la total capacidad de procesar más allá de fronteras baladíes entre países hermanos. La ciudad nos entregaba en bandeja automóviles veloces para borrar los intermedios, teléfonos portables para consultar las circunstancias antes de dar el salto y maquinarias multitarea para reducir al mínimo el funcionamiento corporal. Hemos confundido infantilmente al hedonista concepto de la comodidad con la inconcebible idea del estaticismo prolongado.
Pero la vida está en las calles. La brisa fresca antes de la tormenta, las miradas indiscretas entre asientos de colectivo, el vaivén suave de un árbol o el olor de las verdulerías que adornan a las veredas; están en la calle, se viven en la calle.
Ahogado ante un plano cerrado de mi brazo flotando apenas sobre la barandilla del colectivo lo vislumbré todo. La mirada, el comienzo era la mirada. Mirar y mirar hasta que los ojos ardan, entender, ver allí en ese código trasparante todos los secretos, que están tan visiblemente delante… sólo basta saber verlos.
En la señora completamente ataviada en negro, su silenciosa espera ante la nada absoluta, su partida indolente e inmotivada, por las sombras más oscuras de la noche.
En el joven de camiseta de fútbol bicolor, un nombre foráneo tatuado sobre la espalda, la boina de poeta como todo desafío a la razón y las zapatillas deportivas en la gama del azúl.
En el beso apasionado que la esperaba en su parada de siempre, en brazos firmes y fieles, decididos y sencillos.
Sólo luego de aprender a mirar, empezar a filmar. Vivir la calle y la noche, luego ser su voz. Hablar para la propia gente, luego esperar que el eco alcance a pueblos más lejanos.
La cultura siempre habla para su sociedad correspondiente, pensé. Ni siquiera la pretensión de alcanzar la escala global logra borrar la conexión casi exclusiva entre los reponsables de la obra y su público natal. Fracasa en tu propia tierra y de poco habrá servido tu éxito en poblados desplazados. Absorber el propio tiempo y el propio espacio con los sentidos y recién entonces asumir la voz de mando ante el peso de la Historia. Habla de lo que conoces antes que tratar lo desconocido, sí, pero además habla de aquello que conoces con la profundidad que sólo demuestran quienes han sabido ir más lejos.
Bajé a escasas cuadras de mi casa y recorrí la distancia sin prisa, saboreando el gusto lejano de todo aquello.
La ciudad es como un mapa plagado de chinches de colores y el barrio de uno necesariamente está superpoblado de ellas; si uno no puede afirmar que conoce a su propio barrio en detalle ridículo semeja pretender conocer al mundo. Y si uno logra finalmente hablar y que el mundo quiera escuchar, difícilmente lo logre lejos de su esquina en el mundo, sea esta real o metafórica.
Las casas, sus fachadas desvencijadas, su escueta división de parcelas. Cada una de ellas grabada en mi memoria, sujeta a alguna pesadilla o fantasía particular; todas ellas estudiadas por la mirada infantil y ahora revisitadas por la mirada adulta, la que ahora se maravilla o se sorprende, la que percata aquellos que ha sobrevivido, la que fuerza el cortocircuito que genera el shock nostálgico.
La plaza iluminada por faroles de luz cálida, vacía y silenciosa, sepulcral y lúdica. Atemporal y preciosa, inundada de hojas y resplendorosa como centro geográfico de un pueblo rural absorbido por las fauces constantes de la urbe. Los juegos enanos y las diagonales convergentes, el puesto del pony y la parada de taxis, el monumento enrejado y la calecita. La plaza, otro mapa con chinches dentro del mapa con chinches, varios mapas dentro de mapas, microcosmos dentro de miscrocosmos, espirales sucesivas dentro de espirales sucesivas ad infinitum, miles y miles de chinches de colores en tableros de infinitas proporciones.
El jardín, los jazmines, el hueco oscuro entre los helechos.
Saber que sería bonito no me previno de sentirlo.
La iluminación de todas las cosas bajo una lun nueva y solitaria.
La conciencia de que todo está pasando y de que esto que acaba de pasar ya es historia. Historia grande, con mayúscula. Resaltado. Remarcado. Con chinches de colores. Como el mapa de recuerdos, a veces más y otras menos, opacados y acorralados, meteoritos mudos de espacios continuos, de espacios diminutos, de espacios inexistentes.

Friday, January 19, 2007

El cronista nocturno volvio al ruedo, señores

Enero en Buenos Aires, una caja de sorpresas. La población disminuye, por las calles nocturnas corre una mezcla entre brisa templada y ráfagas de calor y la modalidad social del resto del año se ve modificada. Las pretensiones bajan, uno no pretende encontar una mega fiesta alocada sino que se contenta con algo diferente a la típica noche semanal, televisor, libros y computadora antes de la cama.
La premisa, dadas las circunstancias, era alentadora. Una fiesta, una casa, a escasas diez cuadras de mi hogar, organizada por dos compañeras mías del colegio primario. Mellizas ellas, mantengo un trato no tan fluído pero sí muy ameno, ambas partes siempre bien predispuestas al encuentro. Por eso, recluté a un pequeño séquito de gente acorde a la situación (otros compañeros de la primaria, para que en masa tuviéramos un reencuentro veraniego) y llegamos a la velada.
El primer dato curioso fue la aparición de un individuo de barba prolongada, organizada en forma de trenza, que se acercó a nosotros cuando nos dirigíamos a la puerta.
- Hola, soy un vecino, escuché la música y vine. ¿Ustedes van a la fiesta? - nos interrogó, y por un momento pensé que se vendría una queja por los ruidos - Les digo porque yo soy músico, escuché los tambores y me dieron ganas de entrar, quería saber si me puedo sumar.
Y claro, con ese pedido tan amable, lo escoltamos hacia el interior y pronto lo vimos integrado a la banda, tocando el violín como si se conociera con los muchachos de toda la vida.
Nosotros, mientras tanto, hacíamos rancho aparte, hasta que empezamos a beber Fernet y cerveza. Las tazas (porque vasos casi no habían) empezaron a correr y, antes de darme cuenta, ya estaba tan embebido que estaba contando intimidades a desconocidos. Mi grupo se fue reduciendo y prontó noté (todo en la noche se dio por descubrimiento repentino, dado mi estado de alcoholemia) que era el único que quedaba en pie. Fui rotando entre grupos y me ví liderando conversaciones sobre tener sexo con gordas, con punks y con rolingas; se habló de drogas y de prejuicios, de música y de cine (pequeña polémica sobre Iñárritu que cerré con un "puaj, ese hijo de puta es un demagogo"), entre otras cosas.
Obviamente intenté ligar con alguna de las chicas presentes, entre las cuales seleccioné a las menos hippies del entorno. Jugué algunas fichas, a pesar de que las chicas parecían muy interesadas en escuchar a las opiniones de algunos pelilargos cejijuntos, espesamente hirsutos, que profesaban opiniones de pseudo izquierda sobre todo lo que se les ocurriera. Siempre un caballero, siempre respuetuoso con los competidores por las simpatías de una chica, elegí darle una lección de música a uno de los muchachos, quien - como yo pretendía - quedó perplejo y falto de palabras, aunque nada de eso me ayudó a conseguir a la chica.
- Los pianistas, como todo músico pero más claramente en su caso, tienen un camino de ida y uno de vuelta. Cuánto más viejos se ponen, más se acercan a estar de vuelta, lo que implica tocar con menos intensidad, pero con mucha más precisión y delicadeza. Se acercan a lo simple, o así lo hacen parecer - le expliqué al individuo, y estaba a punto de ejemplificar con Glenn Gould y sus dos interpretaciones de Las Variaciones Goldberg, de Bach, pero me corté, pensando que tal vez tal despliegue de información podía caer mal, y con razón.
Hacia las 4:30, siendo plenamente consciente de una ebriedad arrasadora, me despedí de todos los presentes, improvisé una postura corporal medianamente erguida y caminé la distancia hasta mi auto, riendo sólo ante vaya uno a saber qué. Recuerdo haber pensado que si no le dí un beso a una de las anfitriones que me vino a abrir fue porque tal cosa hubiese resultado chocante y los borrachos siempre hacen lo que se les viene en gana y seguro que tantas ganas no tenía entonces, si no me tomé la libertad - como sí lo he hecho antes - de hacer lo que me cantaran los cojones.
Llegué a casa, no recuerdo bien qué hice en el medio pero dejo establecido en el reporte que me fui a dormir con una remera y que me levanté con otra diferente. La deshidratación, consecuencia obvia de la noche de excesos, no se hizo esperar.
Fue una noche rara. ¿Qué la hace calificar como tal? No tengo idea, pero sí les puedo decir algo: en mi mundo, cada vez más, raro y bueno son sinónimos. ¡Bienvenidos sean los planes inusuales!

Thursday, January 18, 2007

Preludios y nocturnos

Días extraños se reflejan en pequeños eventos que la mente no siempre capta. Breves ráfagas de conciencia que no logran ser completamente digeridas y permanecen allí, flotando entre ideas mucho más concretas y acciones tangibles. Imágenes que no admiten clasificación certera y cuyo origen no es del todo claro. Imaginación y realidad se mezclan, alentadas por el calor agobiante de un verano abrumador y, a la vez, poco memorable. Miren atentamente, están allí.
Un auto prendido fuego, las llamas consumiendo toda su parte delantera, en medio de una estación de servicio. Tres hombres uniformados combatiendo al incendio ante la mirada atenta e incrédula de unos pocos testigos involuntarios, yo entre ellos.
Otro automóvil atravesado en la mitad de una calle de barrio, la máquina y su dueño completamente ajenos a la zona residencial en la que están varados. Me detengo y bajo de mi vehículo y me incorporo al joven, lo ayudo a empujar al bólido al costado de la calle y juntos compartimos un momento de absoluta intimidad, basada en el derroche de energía de nuestros cuerpos. "Gracias, loquito", me dice, "suerte", le respondo, y volvemos a nuestras vidas en las que es improbable que volvamos a tener una buena excusa para tener diálogo.
En una tarde en la que no hago exactamente nada sueño que no haga exactamente nada. O, peor aún, sueño con alarmante detalle una de esas noches de fin de semana en las que acabo en una fiesta donde nadie me interesa, nada me motiva y estoy demasiado borracho como para seguir bebiendo. Entablo diálogo con una niñas de poca estatura y busco desesperadamente una botella de agua, pero en toda esa fiesta ficticia no la hallo. Antiguos amigos pasan sin saludarme y, ante mi reproche, recibo saludos tibios. Veo demasiados más pelos largos de los que estoy dispuesto a aceptar. Me despierto con sabor amargo y absolutamente muerto de sed.
Otro sueño, viajo temporalmente a varios meses atrás, tal vez un año. Pero un año modificado, me muevo en Enero como si fuera Julio. Barcelona es ya un espacio familiar y manejable, donde me cuesta trabajo perderme. Estoy acompañado, sí, y conozco esa sonrisa, y conozco esos chistes, esa camiseta, esa mirada. Pienso que en Enero nada de eso podría haber existido (al menos hasta Marzo), pero luego entiendo que si eso ocurre en Enero aún tenemos por delante siete meses y mi cerebro está jugando juegos y lo entiendo por querer pensar cosas bonitas pero a fin de cuentas sólo se trata del paso del tiempo y nuestra imposibilidad de entender cómo algo que parece haber ocurrido ayer ocurrió hace un lapso de tiempo demasiado extenso como que el recuerdo sea nítido.
Y estas tormentas de verano lo borran todo. Lo que parecía bello se vuelve opaco y lo que quedaba eliminado bajo el filtro de nuestros prejuicios es ahora deseable. Hay viajes por hacer, llamadas por tomar, declaraciones que realizar, olvidos por perpetrar y acciones urgentes que ya no pueden esperar.
Todos esos pequeños momentos en los que elegiste ir contra la corriente o actuar contra tus propias certezas te han convertido en lo que eres y no se equivocan ellos que creen que eres fuerte y osado. Sólo falta que te convenzas a tí mismo, mientras el mundo se derrumba y las palabras desaparecen, como monedas escasas de un imperio olvidado.

Sunday, January 14, 2007

JHS

La atenuante jornada llegaba a su fin, entre potentes luces y telas azules mientras la cámara rodaba sin cesar a un diminuto recipiente de plástico de un reconocido yogurt bebible. Las caras se veían derrotadas y somnolientas y el dulce aroma de fin de rodaje se podía oler en el aire. Tras casi 21 horas seguidas, eran pocos los que debían seguir batallando para finalmente vender, como en un mercado persa, otro estúpido producto de esta sociedad de consumo. Muchos estábamos sentados en las escalinatas, mirando sin prestar mucha atención, a la espera de órdenes y dejando a nuestra mente vagar por parajes eclécticos adónde sólo la imaginación (o la falta de ella) puede llegar.
Ella estaba delante mío, abstraída en su mundo; su camiseta musculosa negra dejaba entrever en su hombro izquierdo un tatuaje de mediana talla, relativamente críptico y de reminiscencias medievales, con su tradicional formato circular.
- ¿Qué dice tu tatuaje? - pregunté, más a modo de iniciar un diálogo que por genuina curiosidad.
- Son las iniciales de mi papá - respondió, lo cual me dio lugar a asumir que su padre había perecido, porque no creo conocer a una sola persona que se haya tatuado el nombre de sus padres como mero acto de afecto o como celebración en la carne de quienes le dieron la vida.
- ¿Qué letras son? - continué, a modo de mantener la conversación trivial y de no incursionar en aguas pantanosas.
- Una jota, una hache y una ese.
- Ah - dije, en uno de esos raptos de inspiración o de ñoñería, según cómo se lo mire - son las mismas iniciales que JESUS HOMINOREM SALVATOR, que en latín significa "Jesús Salvador de los Hombres".
Su cara se volteó hacia mí con un gesto mezcla de sorpresa y admiración e inmediatamente pasó a narrarle ese detalle a su compañera de equipo, quien estaba sentada a su derecha, levemente abstraída.
Entonces pensé que, tal vez, con pequeños detalles como esos uno logra obtener una atención diferente, toca una cuerda que otros no supieron ver y sienta las bases para, más tarde, hacer un movimiento más certero. Pero, al mismo tiempo, puede que comentarios así sólo despierten una extraña distancia, porque la erudición ostentosa no siempre es sensual.
Cada nueva oportunidad me lleva a cuestionarme hasta qué punto conozco a la psquis femenina. Como con casi todo, hay días y días.

Thursday, January 11, 2007

Plegaria

Te imploro, Virgen de las Ficciones, que remuevas al barro que cubre nuestros ojos y guíes el camino de los cuerpos cansados, porque estamos todos tan solos y es tan en vano, que nos duelen las pestañas de soñar con tus caricias de ilusión y nos arden las manos de cometer el pecado que de otro modo haríamos en complementariedad. Ruégote, pues, que te apiades de nuestras vagas fantasías y que nos concedas uniones felices y luminosas, que llenen nuestros días de Gracia Divina y borren de nuestros rostros las sonrisas tenues y apagadas de las almas solitarias.

Monday, January 08, 2007

Recuerdos, dije, no nostalgias

Nunca mejor dicho. El tiempo vuela. De veras.
Cuando pienso que ya pasó un año, me arranco los pelos en incredulidad.
Ya transcurrió un año de la llegada al atípico frío en Enero, al festejo de los "reis", a los pasillos color terracota.
No puedo más que sonreir.
Tengo que decir, dolores aparte, que fue un gran año. Un gran año, sin dudas.
Hace un año no sabía todo lo que sé ahora.
¿Fue siempre así? ¿Es siempre así?
Cuánta calle gané este año, cuánto trato sucio bien aprovechado, cuántas malas compañías que gané y qué gozada fue tenerlas a mi lado. Un año entero para aprender a meter las manos en el barro y para bailar con la más fea de la fiesta, un año entero para decir que sí y para enseñar a otros a hacer lo mismo. Un año para conocer las propias limitaciones, un año para acabar con ciertos miedos y un año para empezar a decidir lo que es bueno. Y para mirar a la cara a la incertidumbre y decirle que es mejor tomarse las cosas en serio otro día.
Nunca antes pude decir, como digo hoy, que pasaron mil cosas.
Un año entero en el que hubo aventuras, amores, odios, pasiones, dolores, angustias, viajes, derrotas, triunfos, desencantos, alucinaciones y descubrimientos. Este año hubo de todo. Se ganó todo y se perdió todo. Se rieron carcajadas ancestrales y se lloraron lágrimas ácidas y hasta se hizo todo junto, bajo la influencia de brebajes paganos.
Fueron ocho meses de puro ascenso y cuatro meses de puro descenso.
Doce. Justos. Y ahora todo empieza de nuevo.
Ahora el camino es otro.
Pero la elección es siempre la misma: la intensidad. Pedir el todo y no esperar menos. Recriminarse sólo cuando uno sabe que podía haber pedido más. Y, de lo contrario, dejarse llevar.
Estaré de vuelta este año, quién sabe por cuánto tiempo y con qué propósitos, pero no esperen menos que grandes olas de vino, de noche, de barbarie y de desenfreno.
Vamos a ponernos guarros, que de entre el barro sucio siempre brota algo bonito que ni el propio responsable esperaba ver.

Friday, January 05, 2007

Una letra por espacio y sin una coma de más

Una mañana - o una tarde, o una noche, lo mismo da - se hace evidente que ya no queda nada. Que hoy y ayer son iguales. Y el tiempo es muy diferente a ese tiempo ficcional del que tanto te hablaron. No haces nada y las horas pasan volando, mucho más rápido que cuando te estás divirtiendo. Dejar la vida pasar es muy, pero muy rápido. E indoloro.
Surge un leve atisbo de cuestionarse por qué no hacer algo con todo ello.
Pero... mejor es dormir.
Comer no está mal.
La tele no traiciona.
Algunas páginas de un libro se dejan leer.
Y la visita al baño ordena los períodos del día.
Entonces te despertás una vez más, para otro día de naderías.
Pero tenés 80 años. Y tu cara es un trozo de lechuga sucia y tus ojos son hoyos de golf.
Porque el tiempo castiga con longevidad a los que lo desperdician.
La reacción más genuina que te surge es... nada. Neutralidad.
Todo ha sido neutro. Y no te genera nada, porque nunca nada te generó nada.
¿Una sonrisa? Para qué, si con la misma cara de nada se ganan partidos de poker.
La muerte es sólo un trámite para la gente como nosotros.

Thursday, January 04, 2007

Cuento corto

El día que el nuevo rey se disponía a asumir el trono tras la muerte de su padre, la tierra comenzó a hundirse en las profunidades del océano, mientras el jinete en su caballo blanco huía a toda velocidad y daba origen a la leyenda.