Sunday, December 28, 2008

Rítmica: lea sin pensar

Se va a acabar y van a ver que no voy a poder y que yo también me voy a ir.
Cuando se acabe, agárrense, porque la cosa se va a tambalear.
Agarrensé, carajo, no se vengan a hacer los guapos con eso de que no se va a mover, porque se va a mover.
Yo, que estoy con la madera como carne y uña, les digo que no se confíen.
Yo, que muerdo el polvo antes que todos para decir si hay viento, me mando a mudar cuando sopla.
Si serán desbocados, los muy hijodeputas, que andan por ahí diciendo que tengo el pelaje sucio.
Pero se les va a acabar, te digo, un enrroque de la suerte y van a caer como sapos del cielo encapotado.
Y estas manos limpias, ven, que sangren por la herida. Vos calladito y el facón hasta el fondo de la tripa.
A ver si derraman, como decía Bernabé, unas gotas de tinto, que el viejo aún aulla en su lecho estival.
No aprenden, carajo, no escuchan lo verdadero y andan por ahí revoloteando, vaya uno a saber esperando qué de quién y cómo para pagar las cuentas de lo qué que tal les dio una noche de pantalones cortos y notas en carbonilla.
Qué fulera la manaña, don Fulgencio, usté que ha visto andanzas y que sabe de terrales. No, si le digo que vaya, que no levante la perdiz, que la Juana va a saber de eso de cortar cardos y que no hace falta llamar al ingeniero agrónomo, que ese es medio facho, y viene de la ciudad, y cada vez que puede le baja línea al gurí sobre los beneficios de urbanizar la costa.
Y siguen ahí, mierda, siguen mirando desde la verja, asomados como otarios, no tienen vergüenza.
¿Qué miran, hijos de una grandísima puta sucia y malolienta? ¿Se creen que van a ligar algo por solo saber olerlo, pendejos malnacidos?
No sé pa que alzo la voz, si al final es tarea divina. Mejor hacerse ascuas, atarse el labio con un cordel y dejarlo a los astros.
Qué me da por venir a educar a la barbarie, cuando solitos se entierran, ahí, haciendo eso que hacen todos los días, ay, esas reiteraciones infinitas de sí mismos, sin saberlo, sin siquiera sospecharlo, se repiten, se repiten, se desarman y se arman cada mañana, ay, y ni cuenta se dan.
Pa qué miro a derecha, donde anda la gilada, si debiera mirar a izquierda, afilar el ojo pa divisar la hierba y echar un chamuyo al estanciero, a ver si asciendo de escala por manejar la labia. Pero me quedo anclado, los pies en la tierra, no me da el piné.
Ya van a ver, les digo, se va a escuchar en todo el continente. ¿Que no hay leones, decís, que no hay? Yo te voy a mostrar lo que es un rugido, lamebotas, negrito afeminado, escoria y deshecho social. A vos te digo, ¿A quién sino?
El músculo, la panza, la tripa, el orgullo y el zaguán.
El té, la fe, el subte, la pollera a cuadros y el dublé.
El fiordo, el río, el lago ancho y la mar en coche.
El virus, la cura, el cafecito y la mujer sin cabeza, pensativa.
El domingo, los monaguillos, la lavanda y la barrera del tren.
Un dos, un dos, tres cuatro, tres.
Tic tic tac tac, bing bang bong.

Saturday, December 27, 2008

Silogismos y sofismas

Tengo pelos en el pecho y juntos construyen un río denso de pelaje que no sé qué significa. Parece tonto preguntarse qué significa un conjunto de algo, tal vez porque antes habría que preguntarse qué es ese algo. ¿Importa saber qué es un pelo? No, ni el pelo ni el pelaje. Pero pelo es un concepto. Y las cosas que nos importan suelen ser conceptos. Nos importa el amor, nos importa el trabajo, hablamos de libros. Hay libros sobre todo. Hay libros sobre pelo. Hay gente a la cual le interesa el pelo, por eso lee libros sobre pelo, o lo corta, o lo vende. A nosotros no nos interesa el pelo. ¿Qué deberíamos hacer con la gente a la que le interesa? Lo correcto sería respetarla. Pero hay días en que nos molesta el pelo. Cuando hace calor, por ejemplo. Y si hace calor, los pelos del pecho no son prácticos. Entonces podemos decirle a esa gente a la cual le gusta el pelo en pecho que no nos hable, para qué, total no nos vamos a poner de acuerdo. Ponerse de acuerdo es también un concepto. No a todo el mundo le gusta ponerse de acuerdo, de hecho a muchos les gusta discutir. O pelear. Habrá gente que se pelee por pelo, y hay gente que pierde pelo, entonces no quiere a la gente que tiene pelo, y eso puede generar discusiones. Pero la gente con pelo no tiene la culpa. Y tal vez a la gente con pelo no le guste el pelo, o no lea libros sobre pelo. Pero seguro que hay gente que pierde pelo que pasa horas y horas pensando en el pelo, o leyendo sobre pelo, o pensando en cómo sería tenerlo. La cuestión entonces es que hay gente que quiere ser como otra gente. Y es difícil ponerse de acuerdo cuando uno quiere ser como el otro. Si terminan discutiendo es porque el que quiere ser como el otro prefiere ser belicoso antes que aceptar lo que quiere. Pero si lo que quiere es pelo, no lo va a obtener discutiendo con el que lo tiene. Esto no se aplica con el dinero. Porque el dinero del que tiene sí vale para el que no lo tiene. Pero el pelo no, porque tener una peluca no es tener pelo. Sino, el pelo del pecho se pondría en la cabeza y problema resuelto. Querer es desear, y el deseo sí es un concepto que nos importa a todos, aunque no leamos libros sobre él. Las personas que escriben libros sobre el deseo deben saber mucho sobre él. Las personas que leen sobre deseo deben saber poco sobre él. Pero se supone que todo el mundo sabe sobre el deseo. Es otro tema cumplir el deseo. El deseo depende de la voluntad, a diferencia del pelo. Con querer pelo no se lo tiene, a menos que a uno le metan pelo en la cabeza. Eso con el deseo no se cumple. A uno le pueden generar deseo, pero no metérselo. Pero ambas cosas, el deseo y el pelo, se tienen. Poseer es un acto universal. El pelo es universal. Leer debería ser universal, pero no lo es. Hablar es universal. Hablar del deseo es frecuente. Hablar de pelo no, a veces. Depende del contexto. Discutir es una forma de hablar. Ponerse de acuerdo se logra hablando. Todos son conceptos, que significan algo. La pregunta es qué significan, y, en segundo lugar, si entendemos qué significan. Yo no sé qué significan. Por eso leo libros. Pero aún así se me escapa el concepto, y me quedo callado, que no es ni una forma de hablar, discutir, desear o poseer, sino una forma de pensar, y, con suerte, de crear conceptos.

Thursday, December 25, 2008

Champagne, turrón y cicatrices

El tembleque en el pulso va a ser tu ruina, compañero. No es solo una función fisiológica la que falla, para qué voy a decírtelo. En esa mano trepidante hay abismos y puertas rotas, una ansiedad congénita, conspicua.
Deja ya de morderte los nudillos, quema de una vez las viejas fotos, para de una vez y para siempre - siempre, he dicho siempre - de preguntarte por qué el placer es placentero, por qué lo dulce es dulce, por qué siempre caes en atajos que te llevan más lejos, a una distancia prudencial pero grande, de donde querías llegar.
Sazona a gusto tus heridas, aliméntalas con algo de tu propia esencia, a ver si te borras hasta ser polvo. Polvo, amigo, aspira al polvo, ruégale a la noche incólumne de estrellas de cartón que amanezcas siendo nada, una pizca de ti mismo, un recuerdo vago del proyecto de tus padres de hacerte prohombre de esta tierra. Esta tierra, la que compartimos, nos hiere a cada paso, a tí y amí por igual. No pidas más de la cuenta, que el otro entiende pero también sabe de cansancios. Si yo pudiera decirte - y no puedo, lo cierto es que apenas sé decir mi nombre - cómo hacer las cosas, lo haría. Si pudiera comer madera, sólida, maciza, noble madera, lo haría, solo para probar que no soy un gigante, que a mí también me duele esto de existir en continuado.
Los plazos, las fechas, los recordatorios y las muertes. Todo en un solo paquete. El juego de poder de las luciérnagas, tan discretas y a la vez manipuladoras, y nosotros, como necios, que hacemos con ellas poesía. He dicho poesía, hermano, ¿Sabes acaso qué hacer con ella? Con la poesía, digo, que femenina, que tiene algo de mujer. Ni con ella ni con ninguna. Mejor cuidarse de esos encantos, que después se pagan. Mejor la soledad, camarada, mejor la silla sola en la pradera y que brinden los otros. Mejor callar, mejor comer, mejor no pensar más allá del próximo paso.
Olvídate de la vieja ideología, haz de ella una bola de papel y préndela fuego. Toma esa cosa que llamas identidad y tritúrala en tus más agrio descontento. En esa misma bolsa puede ir Cristo y su nacimiento. Pan y agua, mi concubino, nueces y sal. Que el sol te queme hasta que no queden más que huesos, y con los huesos haz harina, cocínate en el aceite hirviendo de todas las cosas bellas que no te atreves a mirar.
Guárdate dentro todo, no hables más, no vuelvas a pronunciar palabra. Es más sincero callarse, ser uno con el pasto, ser ligero antes que denso, no dejar en este mundo ni una sola huella, ni un solo amigo, ni un amor verdadero. Colecciónalos como las estampitas, amores efímeros, insustanciales, donde tu carne no entre en juego. Que se queden con tu imagen, pero no con tus ideas. La existencia es una cualidad, no lo olvides nunca; el acto en sí no cambia nada, la idea es lo mismo que la concresión.
Vive en tus fantasías, olvida los cumpleaños, no dejes que vean que eres un ser extraordinario. La mezquindad es contagiosa, echa cimientos en suelos áridos, desestima todo lo que obstaculice su arrollador avance.
¿Sensibilidad, haz dicho sensibilidad? ¿Para qué? Si no le importa a nadie. Nadie, fíjate que he dicho nadie. Dirán que sí para tener las conciencias tranquilas, pero sólo querrán consumir, consumirse, perderse en el ciclo de te doy y me das, nos damos pero no nos vemos, hablamos sin decirnos nada. ¿Vas a ser tú el que empiece a hablar? No, mejor callar, te digo, mejor callar. Que hable el silencio, que de eso sabe más que el diablo.
Súbete a lo alto de tí mismo, contémplate en tu devenir y no bajes nunca más. Quédate allí, en ese pedestal, con el rifle siempre listo para disparar. Si vienen a buscarte, claro. Si la suerte está de tu lado quedarás solo para siempre, solo, más solo que el recuerdo, más solo que el entierro, más solo que el pastor sin ovejas que, perdido en la llanura verde, golpea las rocas macizas que descansan donde antes crecía el trigo.
Solo, vive solo y muere solo. Así al menos no deberás sufrir, como sufro yo, el dolor crónico de ser realista.

Sunday, December 21, 2008

Una puñalada al ego, certera

Estoy solo, no es la primera vez y no será la última. Ni siquiera está la perra, se la llevaron no sé adónde. Me vuelvo loco buscando cigarrillos por toda la casa. No encuentro, enciendo un habano. Me sirvo un whisky doble con hielo y pienso en vos. Lo termino, me sirvo un Cointreau y pienso en vos. Me fumo todo el habano, aunque dicen que no es bueno fumárselo todo de una sola vez. Creo que lo disfruto, no sé. Pero pienso en vos.
Las cosas tomaron un rumbo extraño, o tal vez no. Nunca sé qué pensar. La noche, la mañana, la vuelta a la normalidad, los hechos del día. Monté un plano y pensé en vos, manejé el auto y pensé en vos, sentí sueño y me eché en una cama sin poder dormir y pensé en vos. Pensé en esa bombachita de encaje y cómo la hubiese tocado aún si estuviera en llamas. Pensé en cuánto vale una ilusión y cuánto duele. En las postergaciones que uno se permite con tal de gozar con del pensamiento.
Si supieras de cuántas mentiras está hecho mi mundo. De cuántas sonrisas tengo que valerme y de cuántos complementos - tan bien estructirados, tan bien construidos - para ser quién soy.
En la pantalla ellos juegan, interpretan. El es refinado, él maneja los códigos, él entra a un lugar y dice a qué ritmo se baila. El final es predecible: ella es otra cosa. La música de fondo no me gusta, es muy noventas. El le dice que el champagne sabe mejor con frutillas. Yo conozco esa estrategia. Tomar Cointreau me hace sentir poderoso. El gusto es secundario.
No me está saliendo esto, hoy no. Yo pensé que iba a ser diferente. Siempre es diferente.
Es esta tendencia que tengo, me voy lejos. Estoy lejos en este momento.
Arrinconado contra una pared recién pintada, haciendo el esfuerzo titánico por no despertarte, pensaba... ¿Qué pensaba? ¿Acaso importa? Soy tan inhumano a veces, ojalá puidera ser más persona, menos títere. Me odio cuando encuentro las palabras para decir lo que no quiero decir.
Y, cuánto más me odio a mí mismo en la penumbra del jardín, mirando de reojo a las remeras que me regalaron - son tan ochentas, yo no sé si puedo usarlas -, me desdibujo completamente.
Un beso en el hombro y se cae abajo el universo. Yo también soy orgulloso, pero más aún soy frágil. En el reflejo del espejo, en las rutinas, en los interesticios. Y esa voz que dice que no hay que exponerse, ¿Qué sabe?
La cabeza me gira, la brisa me molesta, incluso la luz naranja de los faroles me parece una insolencia.
¿Podés creerlo? Un instante hace que pensaba en la ducha del mediodía, en los pasos que separan la puerta de salida del almuerzo, en la lluvia intermitente, en los momentos imprevistos en los que, pensando en otra cosa, en realidad pensaba en vos.
Ojalá fuera de caucho, para no imaginar con antelación, para no planear tan seguido, para ser otra cosa, otra persona, de lo que soy. ¿Aún así te interesa? Especulo que sí, y me asusta. No le temo al no, le temo al sí.
Este yo no es yo, este vos no es vos. Esto es solo literatura.
Decíme que hay otra manera. Mirá más allá de esto, de estos tejidos, de esta prepotencia, de este dscaro tan mal calculado.
La escitura no se termina, uno simplemente la abandona en el momento apropiado.

Saturday, December 20, 2008

Dogma

Hay que desacralizar el momento. Dejar que fluya. No es tan relevante. Qué es relevante. El goce efímero. Ahí tenés la relevancia. El cuerpo rendido en un sillón. No queda nada en el tanque, nada. La luz gris de la mañana. Tiene sabor a comienzo. Queda mucho por delante, pero vamos bien. No dobles. Jugále todo a ese. Dále a la rueda, dale. Todo a pulmón. Ni muy, muy ni tan, tan. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Los dos patitos. Llamar o no llamar, esa es la cuestión. Mirá, si me preguntás a mí... no, sí, es una barbaridad. ¿Qué querés que te diga? ¿Probaste con un yogur? Tenés que leer algo de... Esa película tiene muy buena fotografía, ¿viste? Sí, es linda, qué sé yo, bah, simpática. Antes estaba bastante bien, pero le llegaron los treinta. El metabolismo. No, si antes hacía más deporte.Me re cabe lo que hacen. Una trola de 170 pesos. En Miami lo conseguís seguro. ¿Cabriolet? Y Sanseacabó. Yo no mezclo cuando tomo. Estuvo en la guerra, por eso te digo. ¿Quiere el asiento? No, ya me bajo. Bueno, pibe, gusto en verte. Qué buena estaba tu hermana. Ni se te ocurra. Como cuando llegamos de España. Un despiplume. No me gustan las rubias. Che, ¿cómo viene de...? Ah, medio pelo. A mí lo que me jode en realidad es... ¿Hace mucho que estás? No, cinco minutos. No sé si no conviene dejárselas en boletería. Contestador. ¿Espero hasta el miércoles? Decíle de una. Listo el pollo, pelada la gallina. Light. ¿Tenés éste en negro? Juráme que no le vas a decir. ¿Y para mí no sacaste? Qué sé yo, es chiquito. A mí a su edad... Estás grande. ¿Cuánto están pidiendo? Ah, saladito. ¿Te acordás de los caramelos media-hora? Yo alisaba el papel metálico. A vos no, a él. ¿Cuánto te debo? Anotálo en una servilleta. ¿Tenés una birome? Te llevás todas las monedas. Dos pesos, maestro. Te pago a la vuelta. A la garra, a la garra, muchachos. ¿Tenés de almendras? Y medio kilo de lomo. Todavía no es temporada de frutillas. ¿Barbi qué piensa?

Friday, December 19, 2008

Cómico

Es un ciclo cruel e interminable. Nunca aprendo. Ellos sí, ellos aprenden. No sé cómo, nunca me atreví a preguntarles. Ellos logran sus pequeños triunfos y yo simulo. Ojalá pudiera romper el cerrojo, evitar una vez la trampa. Ellos ríen, ríen conmigo, me palmean el hombro. Hijo de tigre, dicen, titán, campeón. Ellos sonríen agriamente cuando imaginan cosas que no hago. Yo hablo y ellos ríen, yo sufro y ellos ríen, yo me desgajo internamente, me desangro. Y ellos ríen. Yo quisiera que me escucharan, pero no me ven. Ven lo que quieren ver y lo festejan. Montan su carnaval con mi pellejo. Yo los entretengo y me pagan con desprecio y vil jarana. Yo soy el cómico de sus veladas viriles, yo me paro bajo la luz y simulo que no me duele. Pero me duele. Porque en la luz estoy solo, igual que en la oscuridad. Y pago mis errores, pero ellos no lo ven. Soy el chivo expiratorio de todos sus fracasos, me depositan en forma de risa todos los golpes que ellos mismos sufrieron.
Si lograra hacerles ver el abismo que me separa de mi deseo, las innumerables veces en que llegué rozarlo y que me fue denegado - merced a mis errores, mis futiles errores -, ¿Seguirían festejando mi apoteósica tragedia?
Probablemente no. Siempre hay otro cómico. Alguien aún más patético en su cinismo amable.
Se apaga la luz y vuelvo a mi rincón oscuro, donde ellos no pueden verme.
Te pediría, si supieras perdonar mi error, mi grosero error, que me vengas a iluminar.
¿Pero no estás ya junto a ellos, riéndote de mi silueta, destornillándote con mi monólogo, sacándome el poco jugo que me queda con la crueldad de tu sonrisa?

Thursday, December 18, 2008

La toalla proustiana

Esa toalla es un souvenir que se apropiaron en un hotel costero de Brasil. No es un acto de vandalismo sino la reproducción de una actitud muy difundida entre argentinos en ese momento histórico: adueñarse con cómica ingenuidad de objetos turísticos, una complicidad nacional para hacer de un delito una picardía. La toalla en sí no tiene nada especial, no luce por sus colores ni por su diseño, no es particularmente afelpada y seca el cuerpo a nivel promedio, no hace maravillas centrífugas ni milagros. Son los años ochenta, las cosas pintan mejor pero no es tiempo de optimismos exacerbados. No tiran manteca al techo. Ya se dieron manija con el mundial y con las islas y la cosa no anduvo bien. Son adultos, pero acaban de crecer a base de realidades distintas a las que les pintaron.
No saben que su hijo siente diferente acerca de la toalla. No parece importarle que sea rosa lavado (color de nenas, como puede decir por ahí una abuela con ánimo rector), que las ondulaciones rectas que trazan un diseño romano sean demasiado ominosas para una toalla veraniega, que no seque tan rápido como las sintéticas. El niño siente por la toalla un apego emocional, inexplicable. Aún cuando la toalla empiece a oler rancio o sus bordes comiencen a rasgarse y deshilacharse, el niño pide la toalla rosa robada en un resort carioca. Sus trajes de baño ajustados y fluorescentes darán paso a mallas extensas y ultrafinas de gamas osadas que se ajustan con elásticos a la cintura, pero la toalla seguirá por allí, dando vueltas. Del baño superior pasará al de la planta baja y, de allí, al vestuario donde la gente se cambia para ir a la pileta o al lavadero. Verá su destino junto a viejas remeras de moda que hoy juegan el rol de trapos para limpiar las excrecencias de los usos domésticos. La toalla, cuyo origen fue castizo y fraudulento, se ha asentado en la residencia como una sirvienta anciana: nadie la ve, pero allí está, fiel.
Los años pasan. El niño deja de ser niño, descubre las mentiras sobre las que construyó su niñez, toma sus propias decisiones. Deja de fijarse con qué se seca, importe extraer el agua de su cuerpo y nada más. Prefiere, igual que sus padres, toallas de doble capa de hilos absorbentes que le ahorren tiempo y esfuerzos, del mismo modo que su máquina Nespresso hace café en dos movimientos, que el lavaplatos cumple su función en uno y que la ducha escocesa ofrece toneladas de agua desde tres fuentes diferentes distribuidas hiperbólicamente en el espacio de un metro cuadrado.
El tiempo desaparece en sus manos mientras ejecuta actividades que no le dan placer.
Un día se rompe el baño de la planta superior, donde suele ejecutar fetichistamente sus funciones vitales. Ha fallado un tornillo de la ducha, todo se ha echado a perder. Cortan el agua de todo el piso. Se ve obligado a usar las instalaciones de la planta inferior. Elige hacer uso del baño de servicio, el mismo que utiliza la servidumbre. Se congratula por su amplitud mental, por no mostrar reparos en compartir el inodoro con la mucama. Se sienta e intenta perderse en sus pensamientos, evadirse de la inconveniencia. Su mejilla derecha siente el contacto indicental de un material árido pero gentil. Vira el rostro para apreciarlo mejor y encuentra a su lado, suspendida de un perchero, a la toalla rosa. La reconoce como a una vieja señora que lo cuidaba cuando era aún una criatura. Su capilaridad es escasa, su prestancia se ha ido, es apenas un gran trapo desgastado atravesado por surcos de decoloración y un diseño romano que alguna vez supo ser pomposo.
Pero en esencia es la misma. Es una sobreviviente de su niñez. Su dimensión se vuelve majestuosa, como la de una reina en decadencia.
Por una instante, se encuentra a sí mismo desnudo, sentado en un inodoro de la servidumbre, aferrándose a un pedazo de tela viejo, llorando, sus pensamientos perdidos en algún lugar del tiempo, de la imaginación, de la memoria.

Tuesday, December 16, 2008

Casamiento junto al río

El hombre ronda los cincuenta, tiene el pelo erizado en tiras grises y usa un marco de anteojos hexagonal, pero en ningún modo glamoroso. Su cara tiende a hincharse y a ponerse roja, aún en invierno. Desde que está con ella se maneja por el mundo con una sonrisa que pende de hilos, se ríe constantemente sin saber por qué. Seguramente la responsable es ella. Ella es tolerante, es fiel, está iluminada por una luz que le es propia. La potencia de ella es sobrenatural, no tiene explicación. Es justo lo que él necesitaba. La vida no estaba tratándolo bien, su anterior mujer era una harpía de dobre discurso y él elegía el silencio. Pero no le sentaba bien. En una charla de café soltaba todo, perdía las riendas hablando de un fotógrafo de posguerra o de la fachada curva de un edificio escandinavo. La mesura no le iba cómoda, que usara camisas blancas de mangas cortas y jeans gastados no lo hacía más convencional. El había elegido ser arquitecto, la más extravagante de las carreras convencionales, el limbo o la frontera donde se puede trabajar para la sociedad y al mismo tiempo soñar en grandes proporciones. Pero a él la sociedad le daba igual y, desde la llegada de ella, aún en mayor grado.
Ella era un remolino físico que derretía el aparato glacial de las abstracciones intelectuales de él. Lo seguía en las pasiones, claro, pero por el acto mismo de ser pasiones. A él le costaba entender que ella fuera tan incondicional con sus obsesiones, sus propias obsesiones, las que él en el fondo consideraba infantiles y de escaso valor. En los círculos de adultos se sentía tonto hablando de las cosas que le quitaban el sueño. Con el tiempo había descubierto que los jóvenes eran buenos interlocutores: siempre había un alumno, un estudiante que acababa de entrar al estudio, algún hijo de amigos que estudiara cine y que se sintiera atraído por las cuestiones plásticas. El era bueno en lo que hacía, el estudio estaba en constante alza gracias a su meticulosidad, a las fuerzas que había destinado a las torres cuando la familia no marchaba como él había esperado.
Contaba él cada vez que podía que ella había entrado por la puerta del bar donde él estaba sentado hablando por celular, a los gritos, descalza. El no recordaba bien qué estaba haciendo, probablemente estaba perdido en sus pensamientos frente a un café vacío, o dibujando una quimera imposible en una servilleta. Ella tenía que ser de él. Ella era un desafío digno de romper sus organigramas, había que hacer el enorme esfuerzo que implicara la seducción para alguien como él. Pero, como ocurre paradójicamente cuando las cosas tienen aroma a importancia, él pateó el tablero, jugó el rol del payaso torpe y sincero, y ganó. Ganaron ambos, porque ella, más allá de su fortaleza a prueba de balas y del incansable buen humor, tampoco era feliz. Había tardes en que, luego de buscar a su hija por el colegio, se perdía mirando una maceta en la ventana, preguntándose si había posibilidades de encontrar a un tipo más o menos decente acorde a su edad, porque los pendejos eran muy lindos y muy firmes, pero a la larga estaban alzados y ella lo que quería era estar tirada con alguien el domingo a la tarde, mirando los claveles de su jardín.
Ahora se paseaban juntos por todas partes, a toda hora, exhibiendo sin pudor el fruto de sus esfuerzos. Porque el amor no es cosa de un día para otro, de un flechazo y de luces a los costados del camino. La hija de ella, los hijos de él, el entorno, los amigos de él que compartía con su ex mujer, los amigos de ella y ese tipo nuevo, tan diferente, simpático, qué se yo, parece medio serio, ¿no? Pero a ella la quiere, y eso es lo que importa.
Y cuentan que hasta algunos veinteañeros, perdidos en la bruma de sus tragedias adolescentes, los miraron con desdén y hasta envidia. El día en que se casaron, más por ánimo de celebrar que por necesitar papeles, no dejaron de besarse. Se buscaban entre los arbustos, se separaban para saludar a los invitados y pronto volvían a juntarse, a escondidas, como si fuera la primera vez. Ellos mismos lo hicieron todo: brindaron, hicieron de maestros de ceremonia, controlaron el sabor de la comida y cortaron las tortas. Querían que la fiesta fuera la exteriorización de su amor hacia sus amigos, un momento de intimidad compartido por todos, sin pudores ni mesura ni etiquetas, nada, apenas unas miradas de aprobación, un silencio, una risa, un beso y una brisa.
Por eso, cuando pasó la primer lancha tras la sacerdotiza, dejando tras de sí un alarido de motores e interrumpiendo el discurso, nadie se inmutó. Tampoco aguó la fiesta la segunda lancha, ni la patrulla costera ni los veleros ni las embarcaciones robustas de ancianos adinerados. Nadie protestó, nadie se lamentó ni hubo impaciencia. Cubrieron el bache con besos, porque siempre hay un tiempo para amarse y a fin de cuentas la ceremonia es lo de menos.

Friday, December 12, 2008

Red

Yo le dije a ella que era divina. Ella se rió y prefirió no tomarlo en serio. Yo insistí en el bar y luego en el auto. Ella dejó una puerta mínimamente entreabierta. Yo le escribí un mensaje al día siguiente. Ella me dejó ir a su casa. Yo le dí un beso mientras ella hablaba. Ella actuó sorprendida. Yo le dije que quería quedarme toda la noche. Ella dijo que no era conveniente. Yo volví a llamarla dos días después. Ella aceptó verme, luego se echó atrás. Yo intuí que en el fondo quería verme. Ella acabó aceptando mi visita. Yo le di todos los besos y le regalé todas las palabras que me surgían al contemplar su belleza. Ella se quedó dormida frágilmente. Yo salí discretamente para no despertarla. Ella salió de la cama para despedirme con un beso. Yo me ilusioné. Ella dijo que prefería despedirse como si fuera la última vez, ya que no sabíamos cuándo volveríamos a vernos. Yo decidí que la llamaría ni bien volviese de Finlandia.

Yo la llamé en cuanto regresé, desde un casamiento. Ella se alegró de escucharme. Yo fui a verla al día siguiente a la clase de teatro. Entre la gente apareció él, me abrazó y me dijo que tenía algo que contarme. Yo, que la buscaba a ella con la mirada, pretendí estar interesado. El me contó que se estaba acostando con ella. Yo tragué saliva y ensayé mi mejor cara de piedra. Ella apareció y fue simpática, pero distante. El me colmó de elogios y cariños. Yo comencé a sentir como subía el desencanto por todo mi cuerpo. Ella me ofreció una conversación cortés pero helada. El me abrazó una vez más. Ella susurró algo al oido de él y se fue sin despedirse. El vino conmigo y otra gente a tomar cerveza. Yo me hundí en una melancolía agria. El me dijo que ella lo esperaba con la cena lista en su casa. Yo me pregunté por qué a mí no me había tocado cena ni cama compartida.

Yo le envié a ella un mensaje al día siguiente, aclarando que los hombres como yo no perdonamos la falta de tacto. Ella respondió dolida por mis palabras y mencionó el regreso de un novio. Yo abusé de las comillas y la acusé de inmadura y de manejos turbios. Ella me llamó y se echó a llorar. Yo le dije que sabía lo que había pasado con él. Ella negó todo. Yo le dije que daba igual. Ella dijo que no toleraría que se dijeran mentiras sobre ella. Yo intenté ser racional y le dije que nos olvidáramos del tema. Ella dijo que llamaría a él para pedir explicaciones. Yo dije que no quería tener nada que ver con ella, con él o con el novio de ella. Ella dijo que yo era tajante. Yo dije que era realista.

Yo volví a escribirle diciéndole que era muy linda y que era una pena que no me prefiriera a mí. Ella dijo que yo no sabía de qué hablaba. Yo le dije que me sentía un payaso diciéndole las cosas que le decía. Ella dijo que yo no era ningún payaso. Yo la llamé y le dije que la buscaría hasta encontrarla, que deseaba correr hasta su casa a verla urgente. Ella dijo que estaba con la familia. Yo pensé que estaba con él, o con el novio, en caso de existir tal novio. Ella no pareció molestarse con mi insistencia.

La siguiente vez que lo ví a él no me dirigió la palabra. Yo entendí que ella le había contado todo. Ella se mostró insinuante, pero casi de un modo profesional. El evitó mi presencia cada vez que pudo. Ella no habló con él en toda la velada y la noté incómoda en mi presencia. Yo no hice avances de ningún tipo. Ella estalló y dijo que estaba harta de su vida y de ser egoísta. Yo dije que estaba harto de que no se valorara mi amor, que se lo tomara como si fuera un amor juvenil moderno del montón. El gritó que se sentía traicionado por alguien a quién había considerado su amigo y que él había amado y que ahora todo se había acabado. Ella me gritó a mí de manera desafiante, acusándome de soberbio y bravucón. Yo leí sus gritos como una cortina de humo y le pregunté por qué en vez de armar ese escándalo no reconocía que yo le gustaba tanto como ella a mí. Ella pensó, esta vez sí, que yo era un payaso. Yo la acusé de tener mal gusto, de "chirusa" y de mujer vulgar de poco vuelo. El no abrió más la boca. Yo me fui sin saludarlos. Desconozco si se fueron juntos.

Y lo único que yo puedo pensar es: ¿Qué le vio ella a él que no me vio a mí?

Tuesday, December 09, 2008

Proyecto

No solo me di cuenta, sino que me dijeron, que cada vez escribía cosas más largas. Y yo dije - y me dije -, entonces: ¿No es hora de...? No, mejor no decirlo, ya pensarlo es criminal. Si algo aprendí en este camino de espinas es que anunciar las acciones implica no concretarlas. Pero el momento es propicio. Una cierta madurez mental que antes no estaba presente es un aditivo nuevo, un condimento que puede ser más útil aún con el acto mismo de trabajar.
Este regreso a la Argentina, país de bárbaros y de nostálgicos, también incentiva al trabajo: ¿Qué mierda hago acá sino escribir, si la gente habla demasiado, el calor agobia y las mujeres traicionan mientras sonríen? No se trata del discurso exitista del que ha vuelto del mundo civilizado, ni el resentimiento de quien ha despertado de un sueño. Yo elegí este retorno, yo mismo dicté la fecha de regreso a esta tierra de masacres cotidianas. Esta mierda huele mal, pero es mía, eso quise decir. Pero ahora que le veo de cerca... qué rústica es. La Argentina es un rancho de paja que se vuela con el primer temporal, es el acto de probar por atrás si no entró por adelante. Es la palabra esquiva, la sonrisa mentirosa, el engaño que nos quieren vender como simpatía mientras nos duelen hasta los huesos. La Argentina es una mujer guapa que te clava un cuchillo y después te ofrece pastelitos de membrillos, como si el sabor dulce - que siempre dura poco - bastara para hacerme olvidar que estoy sangrando y que pronto comenzaré a agonizar.
El futuro es incierto, pero eso siempre fue así. Solo quería decir que mis miras apuntan a algo grande. Que sé el riesgo de mi cometido, pero que algún momento hay que abrocharse el cinturón. El tiempo dirá. Yo procuraré que las mentes de bajo vuelo no me aten los tobillos, evitaré esos círculos donde los juicios de valor están a la orden del día y trataré de silbar bajito, no sea el caso que descubran que yo algo sé que ellos no saben: que la serenidad no se compra con pastillas sino con trabajo.
Cada tanto vendré a decir una palabra, una impresión. ¿Qué más puedo hacer que eso? Sabrán disculparme si el verdadero jugo lo reservo para lo otro, pues a fin de cuentas soy uno solo y la voluntad no me hace superhombre sino más humano, limitado por mi inmensa felicidad.