Sunday, October 29, 2006

Mar del Plata: parte dos o 71 fragmentos de una cronologia del azar

Como prometía la vieja profesía, volví a Mar del Plata, una semana después, a terminar la tarea que los dioses y la enfermedad no me habían dejado acometer. Con todo el solaz de culpa por mis acciones del jueves a la noche, con todo el desagrado de ese no-saber-qué-hacer con uno mismo y con el miedo fatal a la estación de Constitución a las siete A.M. y al tren poblado de gente fea, banal y mal vestida, me fui.
Me pasé un rato por la casa del matrimonio Gómez-López a cubrirme de fuerza y valentía el viernes a la noche y, hacia las dos A.M., me entregué al catre y a los dulces, casi empalagosos, sueños. Desperté a las seis A.M. perturbado, desorientado y con esa sensación bucal de que el apocalipsis entero y la violación de la Virgen María acababan de ocurrir entre mis labios. Me hice un café mediano y me me fui a Constitución, una de las zonas más agresivas para visitar a esa hora de la mañana. Me permití el lujo de una siesta en el viaje, mientras cantautores populares como Arjona entonaban uno de sus versos groseros, que pretenden sonar poéticos y profundos, de esos que dicen que hay pingüinos en la cama para explicar que la pareja que protagoniza la canción ha perdido la pasión. Como todos, amigo mío, le hubiese dicho si él pudiese o quisiese hablarme.
La llegada fue, claramente, traumática. Esperé a que abriera la boletería, desayuné junto a camioneros engrasados, timadores de baja monta esperando a que llegue la ingenua clientela y policías demasiado cínicos como para hacer cumplir la ley. Todos me miraban como si yo perteneciese a otra galaxia y más de uno me dirigía dardos con los ojos, como si todo el resentimiento social y la desigualdad fuese mi culpa enteramente. La nota la dio un homosensual vestido casi completamente de amarillo patito, quien se quitó sus gafas de sol rojas y, analizándome descaradamente de pies a cabeza, me dijo "ay, me encanta como te quedan esos anteojos de carey con esa camperita". La sequedad de mi "gracias" y mi ceño fruncido bastaron para que entendiera que, si bien aprecio un cumplido, no juego en el bando de los invertidos, y menos a esas horas de la mañana.
Las cinco horas de tren las invertí en dormir y en leer Alicia a través del espejo, que es como un viaje de ácido a domicilio. Tuve que detener la lectura de Carroll y concentré los ojos en unas chiquilinas más que apetecibles, pero se bajaron en la primer bajada del tren y hasta allí llego el caramelo visual. Hasta las 13:30, hora de llegada, no quité mis ojos del campo y del asiento, de mí mismo y de mis sueños.
La depresión que implica Mar del Plata te pega inmediatamente, como una ola de calor o como un contingente de turistas en un templo. No hay manera de evitarlo. No sé si son las hordas de familias domingueras o las pintadas callejeras, el tipo de construcción fechado o ese andar pausado que sólo tienen las ciudades costeras. El ánimo baja rápidamente en estos pagos y uno no puede evitar pensar que Mar del Plata es un poco como Las Vegas argentino: aquí está el corazón del sueño argentino, aquí mueren todos los anhelos y las aspiraciones del ser nacional y aquí vienen a veranear todos esos ancianos decrépitos que en su juventud creían que a través de la política y la defensa de los valores de soberanía y respeto llevarían al país a la cima del mundo mundial. Pues no. Y basta venir a Mardel un fin de semana, cargar al organismo con alcohol y sustancias y vagar por sus calles tristes para entender la profunda desesperanza que fantasmáticamente castiga a la ciudad, ver la fascinante transformación de un país al que hoy en día hasta sus propios habitantes odian.
Naza estaba entrando a una conferencia de Damián Szifrón sobre cine policial. Faltaban aún cuatro horas para mi examen y fui a su encuentro. Hablamos. Tomamos agua. Entramos a la conferencia. Toleramos solamente media hora, y no por culpa del orador - a quien admito que aprecio, más allá de que no me gusta lo que filma - sino porque el público empezó a bombardear con preguntas fuera de lugar, payasescas, demasiado autorreferenciales como para ser interrogantes. Nos fuimos a comer a Manolo, como no podía ser de otra manera. Allí apareció Diegote, que había estado en Barceloca la semana anterior y me dio pie a hablar de varias cosas: la movida gay de allá, el festival de Sitges, el cine catalán y Joe Dante. Mientras él corría agitado a ver una película, Naza y yo fuimos al hotel donde él se hospedaba a matar el tiempo.
Caminamos, hablamos, paseamos, tomamos un café y me fui a rendir. Llegué al lugar lleno de adrenalina y nervios. Había allí un señor mayor canoso, un gordito de rulos y un par de peruanos que viven en Buenos Aires. Todo fue fluido y, agraciadamente, dentro de cauce. El examen duró, como estaba anunciado, cuatro horas. Y lo hice dominado por un intensísimo control mental, casi inexplicable, a tal punto de que soy incapaz de colocarme en ese estado resolutivo y determinante en este instante. Yo, como creo que todos, tengo dos modalidades poco comunes pero extraordinarias: la actitud impusliva total, en la que entro en un transe donde soy capaz de decir y hacer cosas que usualmente de dan pudor, y la actitud racional total, en la que soy incapaz de hacer otra cosa que resolver intelectualmente problemas que se me presentan. Ambos casos son situaciones en las que no soy del todo consciente de lo que estoy haciendo y eso puede derivar en resultados extraordinarios o pésimos. El jueves a la noche estuve bajo los efectos de la impulsividad total (la adrenalina y la sensación de que la fiesta le pertenece a uno) y no puedo decir que hice cosas felices, mientras que el sábado estuve bajo el efecto de la racionalidad total y el resultado será, he de esperar, un pozo de felicidad y algarabía.
Terminado el examen fui a buscar a Naza, Diegote y demás gente, que estaban cenando en el shopping. A partir de mi narración del ataque de epilepsia de la semana anterior, se dio inicio a una seguidilla de anécdotas lamentables, encabezadas por la vez que Diegote hice un trío con un señor de dos metros y barba y una señora cuarentona que rogaba que no le echaran semen en la cara. Yo narré cuando en Brasil me partieron el párpado por llamar un individuo "Brazuca puto" y alguno que otro de los presentes contó situaciones de tensión sobre la droga en su viaje de egresados.
Pasamos por el hotel a fumar y ponernos lindos y bajamos al lobby a juntarnos con todos para ir a la fiesta de cierre del festival Marfici, al que toda esta gente de prensa había venido. Sentados en los sillones estaban los encargados de la programación del canal I-sat, personas a cargo de la parte prensa del festival y responsables de medios como El Amante o Haciendo Cine. Un señor mayor miraba boxeo en una televisión pequeña y admito que más de una vez dejé llevar mi mirada hacia esa pantalla donde se desarrollaba otro más de esos primitivos combates que tanto asco y atracción me producen.
En dos taxis, nos dirigimos a la fiesta. Todos entraron gratis, menos yo, que no tenía credencial de prensa. "En su momento pagué 15 euros para ir a un boliche, ya fue, hoy pago veinte y me dejo de joder". Sobremonte es un enorme complejo de varias pistas, en las que pasan música diferente pero todas comparten un aire grosero y populachero, juvenil y hormonal. Cascadas artificiales de agua, estética de granero, una pirámide vidrio y larguísimas pasarelas en las que defilaban modelos raquíticas y de rasgos demasiado marcados como para acceder a las tapas de las revistas eran parte del lugar. En un momento lo descifré y reconocí que me sentía como en uno de esos grandes estudios de Hollywood, MGM o Paramount, donde uno ve pasar los decorados de las grandes producciones todos juntos.
Es curioso, como siempre pasa en esta vida loca, como las cosas se repiten a lo largo de un mismo día. Imágenes, palabras o referencias que remiten a lo mismo y la casualidad o el destino hacen que uno piense dos veces en un mismo día sobre cosas que no traía a mente desde hacía mucho tiempo. El día antes de salir a Mardel encontré entre mis cosas el guante de juguete de Freddie Krueger y eso despertó cierta simpatía en mí. Por alguna razón estaba a punto de anunciar este descubrimiento a los presentes cuando una de las modelos de la pasarela salió a desfilar con ese mismísimo guante puesto. La fiesta de Halloween, claro, pero aún así mi shock fue descomunal.
Embriagado por el voyeurismo que ciertas escenas me despertaban - una parejita adolescente en la que él, disfrazado de niño grunge, le mostraba a ella, disfrazada de punk, qué hombre que era por tocarle el culo delante de todos; una pareja de gordos obesos góticos, cueros y cadenas; mujeres de sesenta años bailando alocadamente junto a niñas de quince -, perdí noción del tiempo. Hacia las cinco A.M. presencié la presentación entre Berta, ex conductor delirante de videos de MTV y miembro del grupo FARSA, y Damián Szifrón, el anteriormente homenajeado invitado, creador de Los Simuladores, Hermanos y Detectives y responsable de dos películas a las que les fue bastante bien en taquilla. El encuentro no funcionó y la charla fue breve. Cansado y aburrido, Szifrón abandonó la sala con un saludo general.
Al salir, estaba lloviendo. Y allí estaba Szifrón, sentado junto a una chica. Me miró y preguntó si ya nos ibamos. Jamás me había visto antes, pero él se sentía más afin a mí que al resto del boliche. Por enésima vez en la noche, dos freaks se acercaron a hablarle de cine argentino y, compadeciéndonos, Naza y yo fuimos al rescate de Damián. Una reventada borracha quería que alguien se la llevara a la cama, a lo cual Naza le dijo que era una regalada. Esto desató un ataque de furia de la reventada y de su amiga, ante lo cual Szifrón reía cansinamente. Aburridas de escucharnos hablar de cine, finalmente se fueron, gritando "machistas, machistas".
Con Szifrón buena onda de entrada. Asumió que él y yo pertenecemos a la misma generación y yo lo dejé que lo creyera. Hablamos de gente conocida en común, un poco de cine en general y bastante del cansancio que generan ciertos ambientes. Lo ví accesible, relajado, poco estrella. Me hubiese atrevido a pedirle trabajo si no lo hubiese visto sufrir de tal manera al lidiar con las estrambóticas preguntas que le hacían sus fans bolicheros.
Alrededor de las 5:50 A.M., llegamos al hotel. Mientras atravesábamos el pasillo hacia la habitación divisamos una remera tirada en el piso. Rosa. Naza se echó y gritó que era suya. La remera rosa que dice Travesti, vacaciones en Israel. Entramos en pánico. "Alguien entró a la habitación", exclamé, "vamos rápido a revisar". Entramos desesperadamente sólo para encontrar que todo seguía en su lugar, intacto. Dinero, artículos personales, pertenencias de valor... todo en su sitio. Sólo la remera fuera de lugar, en el pasillo, como señal demoníaca. Naza no paraba de decirme "la flashée, la flashée, necesito un porro ya". Teorizamos. "Para mí que, al agarrar el abrigo cuando salimos antes, la agarraste sin querer y se te cayó", sugerí, haciendo pleno uso de la razón. "No, boludo, ni en pedo, es todo parte de una conspiración. Hace dos días que me olvido tucas en el cenicero y me las sacan cuando vienen a limpiar. Me están haciendo una advertencia, que si creo que puedo tener esa impunidad van a empezar a pasar cosas raras". Nos tiramos en la cama y hablamos de todo, de la amistad, de los códigos, de mis problemas y de los suyos.
Naza postula que todos sabemos las reglas de la amistad y, entre ellas, seguro que están la siguientes:
1) Si uno lleva a los amigos en auto a una fiesta pero se levanta a una chica, los amigos se vuelven como puedan, solitos.
2) Cuando un amigo está destruido, no se lo deja tirado. Al amigo se lo banca y se lo lleva, aún si es a la rastra.
3) Si un amigo se queda sin dinero para el alcohol, no se le deniega. Incluso esa cerveza de más a las seis de la mañana, se le paga.
4) Si un amigo y uno están par a par en busca de una chica, que la competencia sea leal y que el perdedor salude y felicite al ganador, sin dramas.
Esta última regla me resultó la más polémica y la más difícil de aceptar, pero me dí cuenta que comparto mucho la filosofía de Naza y que entiendo que eso sea complicado para el resto de mis amigos. A las seis y cuarto A.M., levanté mi mochila y me despedí.
Subí al primer taxi que le aislara del frío helado y gris de la mañana, del cielo tormentoso y violento y del viento marino, punzante y malintencionado. Le pedí al taxista que me llevara a la estación y así lo hice, salvo que a mitad de camino se frenó en un semáforo y otro individuo subió en la parte de adelante. Paralizado de miedo, sólo pude gritar: "No, qué es esto...". "Listo", me dije, "me van a secuestrar y me van a matar. Y todo por cien pesos, todo lo que tengo en el bolsillo. Y no hay nada que nadie vaya a hacer por mí en este lugar y momento del día".
Finalmente, el taxista echó al otro del taxi, alegando que "no tengo tiempo de hacértelo ahora, después voy a la radio y vemos". Bajé del taxi en cuanto pude y me dirigí a la boletería. Saqué Pullman, ya que creo que se justifica pagar quince pesos más para poder dormir mejor y menos rodeado. A pesar de los borrachos y la gente durmiendo junto a la taquilla, el vendedor de propinó un trato muy señorial.
Debido a mi inestabilidad emocional, me alejé de la estación y me senté en una estación de servicio, para desayunar una Cindor y unas Oreos. Al poco de terminar mi espeso desayuno, me quedé dormido. Me desperté sobresaltado, temiendo que llamaran a seguridad para echarme de allí. Eran las siete A.M. Faltaba una hora para el tren. Pensé que lo mejor sería ir a esperar en el frío de la estación, así el frío y la tristeza me mantenían despierto.
En el banco de estación no había nadie. Me senté, cubierto de pies a cabeza. Uno a uno comenzaron a llegar los ancianos, en parejas. Ancianos genéricos, caricaturescos, dotados un olor dominante... el olor a putrefacción, el olor a medicamento, el olor a muerte. Zapatillas deportivas oxidadas, sandalias de plástico con medias marrones, chaquetas de cuerina barata y jeans de cartón. Sus ruidos, sus andares lentos y mortecinos, sus enormes bolsos repletos de chucherías... desee morir en ese instante, desee tirarme bajo el tren antes que seguir viendo esa imagen tan real, sabiendo que algún día yo también seré así, que algún día yo también diré cosas intrascendentes veinticuatro horas por día, que yo también me veré encerrado en un matrimonio que detesto pero que a su vez me genera dependencia, con una mujer quebrada y vencida por la edad y la gravedad...
Creo que fui uno de los primeros en subir al tren. Corrí. Me tocó el primer asiento del vagón. Mala noticia, no hay espacio para estirar los pies. Subí mis botas a la pared y me eché a dormir. Creo que el guarda y el chico sentado a mi lado dijeron algo, pero yo ya estaba durmiendo, lejos de allí. Dormí gran parte del viaje, leí algo más de Alicia y hacia las dos P.M. llegamos a Constitución. Tardé una hora más en llegar a casa, pero a esta altura eso era anecdótico.
Creo que voy mantenerme alejado de Mar del Plata por un buen tiempo. Aunque sospecho que en el fondo, como siempre lo digo, el factor de extrañeza no es el lugar. El factor de extrañeza soy yo.

Saturday, October 28, 2006

Una verdad horrible con la que voy a perder a la mitad de mis lectores

Resultaba que venía yo manejando a casa muy enojado conmigo mismo por cosas que hice y dije y pensé y, revuelto por un ataque de culpa, escribí el texto que subo a continuación. Repugnado por lo que me salió de las entrañas, decidí borrarlo. Pero luego lo releí y me dije que si lo escribí es porque necesitaba hacerlo y que uno no puede borrar la parte de uno que no le gusta y mostrar sólo lo que cree lindo. Hay que mostrarse como uno es y saber bancarse las consecuencias. Este escrito habla mucho de mí - espero que me perdonen el enorme narcisismo de mi prosa - y, sin embargo, en el fondo estoy hablando de lo que no quiero ser para mis amigos. Y como sé que a veces soy eso que enumero y me siento horrible por ser así, quiero dejar esas manías en evidencia. Para que los que me quieran puedan estar atentos y hacérmelas saber...
Considerando que a nadie le gusta ser un reverendo hijo de puta.
Comencemos:

"Antes que nada, quiero que sepas algo, y no me digas después que no te lo advertí: no soy nada fácil.
Llega un momento en el cual uno analiza el tiempo transcurrido y se siente capaz de saber qué tipo de persona es. Uno puede mentirle a los demás, pero no puede mentirse a uno mismo: cuando se es mal tipo, somos los primeros en saberlo. Y yo lo sé, hace mucho tiempo ya: en una escala de mala gente, creo que me llevo varios galardones y alguna que otra medalla honoraria.
Primero y principal, no sé decir que me equivoqué y no sé pedir perdón.
No tengo una personalidad muy razonable y, aún compensando con otras virtudes, todo se basa en crear una estrategia de nublado de vista: si te tejo una telaraña de colores, lograré que no veas la basura que se esconde detrás. Es decir, sin lugar a dudas voy a lograr que te fascines conmigo, pero el día en que las cosas salgan mal, el día que estés solo o el día en que la suerte te de la espalda, no mires en mi dirección porque yo no voy a estar. A la larga vas a entender que cuando las papas queman, en mi lugar hay una gran ausencia.
Te hago creer la imagen de glamour, vamos a aceptarlo de entrada. Te escondo mis defectos cuando quiero y te los revelo cuando me conviene. Actúo como un rockstar o como un genio de la creación aún si no hice ningún mérito para llevar esa imagen y esas costumbres y, sobre todas las cosas, hago de la condescendencia una costumbre. Sí, te lo digo así: es muy probable que en algún momento te trate como si fueras menos que yo.
Que soy un egocéntrico y un egoísta no es noticia. Aún en esta extensa cadena de autoagravios te das cuenta de que sólo hablo de mí. Me miro al espejo al menos veinte veces por día y me preocupa mucho más el estado de mi cabello que los problemas de nutrición en la zona subsahariana. Me pongo la ropa para que me la elogies y, si no lo hacés, me ofendo. Digo lo que sé que querés escuchar y juego a ser modesto cuando sé que me va a ayudar conseguir cosas.
Todo esto y mucho más, de poco vale seguir enumerando. Creo que la idea es clara: yo soy un mal tipo, y me hago cargo. Lo digo acá y lo reconozco: soy una persona poco confiable, poco generosa, poco solidaria y poco considerada. Hipócrita jamás, eso también lo aclaro, no sé decir otra cosa que la verdad, aún cuando sé que esa verdad que te voy a decir te va a doler. A veces, incluso, me gusta ver cómo te duele.
Lo digo porque creo que en el fondo me gustaría ser una persona mejor. Te juro que lo estoy intentando, por momento logro forzarme a simular que me acuerdo de los cumpleaños, que me interesa la vida de los demás y de que puedo usar parte de mi tiempo para ayudar a otros. Incluso te diría que me hace feliz darme cuenta de una actitud solidaria de mi parte.
Considero a la mayoría de mis lectores mis amigos y, por eso, quise tener este gran acto de honestidad con ustedes. Quiero que me quieran por lo que soy, y parte de lo que soy es algo malo y feo. Si logran perdonarme después de todo eso, creo que podremos ser amigos para toda la vida. Y eso también me fuerza a querer ser mejor tipo el día de mañana."

Friday, October 27, 2006

Noche y dia, pero sobre todo noche

Y, sin embargo, todavía te preguntas por qué tu mente se pierde en algún puente arqueado de Venecia o en alguna galería parisina. No se trata de la mera fantasía del viajero, deberías saberlo a estas alturas. Deberías saber que si esos recuerdos engalanados son un amuleto recurrente no es por escapismo de bajo coste ni por el anhelo de experimentar esa extraña sensación que invade el pecho cuando uno piensa en tiempos pasados. ¿Qué es eso que buscas en esa inmersión casi inconsciente que una y otra vez te aleja del piso y te lleva lejos, a otro lugar, a otro tiempo, a otro estado de la mente?

You´ re the top... you´re the Colosseum...

La razón por la que te remontas con tanta liviandad a meses atrás se vuelve evidente cuando entiendes a quién estás mirando cada vez que te pones una corbata, o entonas una melodía, o lanzas una mirada insinuante en cualquier dirección y sin objetivo claro. Cole Porter. La vida según Cole Porter, la música según Cole Porter, la noche según Cole Porter, la diversión según Cole Porter.
Y Venecia sólo es Venecia si se la vive como Cole Porter, en un exilio de glamour y champagne cada noche, paseando por los canalettos, tomando vino blanco en uno de los portales veraniegos, con un buen pañuelo en el saco y una cigarrera de Cartier, si es que uno cediera a la tentación del tabaco.
Y París sólo es París en un musical, donde la gente canta con la torre Eiffel prefabricada adornando el panorama. Una casa cerca de Monparnasse, poblada por enrredaderas verde intenso, noches de moño y saco largo, largas veladas de caminata y secretos en toilettes suntuosos de residencias ajenas.
Las rosas híbridas crecen en España, siempre habrá una casa de campo en Massachusetts, los versos más hermosos son para tí o para mí, según la ocasión.
Te vas con la mente y con los ojos y con los sentidos hacia otra parte porque te afecta aún ese perfume aventurero de viajar sin prisa y sin presión, galantemente a la deriva, como un verdadero dandy. Acompañado por otros de la misma especie. Una cena en París vestido de negro, una caminata por las orillas del Támesis, un concierto en los jardines de Roma...
Y el amor como un lujo privado, al que se recurre en los momentos en los que raptos intempestivos de romanticismo se expanden como un virus por las venas. Cada uno es una ciudad y nos perseguimos sin darnos tregua pero sin encontrarnos, un juego de desencuentros y carcajadas tan elegante, tan magnánimo y, a la vez, tan coloquial que el mismísimo Cole disfrutaría convirtiéndolo en canción.

So taunt me, and hurt me, deceive me, desert me...

Entiendes finalmente que si te evades de las reuniones sociales últimamente no es por falta de cortesía ni por exceso de caballerosidad, sino porque ya no gozan de ese esplendor primaveral, de ese brillo estival. La localía se ha devorado a ese torbellino de sofisticación en el que ideas, sensaciones y mensajes desesperados vibraban con el frenesí y con el privilegio de la exhuberancia. Sin el frac, sin los pasos de baile, sin la cubeta de champagne y sin el salto alocado de ciudad en ciudad ya no eres nada.
Perdón Venecia.
Perdón París.
Perdón Londres y perdón Roma.
Lo siento Nueva York, mis disculpas Amsterdam.
Verdaderamente me apena y me acongoja, Cole.
Cuando las cosas se vuelven tan insoportablemente mundanas, todo, absolutamente todo tiene sabor al banquete de ayer, hoy menos suculento y apetitoso.

Wednesday, October 25, 2006

Creencia

¿Saben qué creo? Creo que yo no tengo tanto sexo como me merezco. Probablemente tendría más si bajara los standares o si me decidiera a pagar por ello, pero no creo que la solución resida en eso. Hoy se habla mucho y se concreta poco. Hoy se piden garantías para todo. Antes, hace algunas décadas, las fantasías se podían vivir, hoy son sólo eso... imaginación.
Yo creo que no tengo tanto sexo como me gustaría tener y créanme que no pido demasiado. Pero también sé, aún si eso no me consuela, que a todos nos pasa lo mismo. La frigidez y la represión son problemas sociales y, por qué no, generacionales.

Monday, October 23, 2006

Las venerables todas

Hay algo muy intenso de las relaciones amorosas y es que no terminan nunca. Se cierran formalmente, sí, pero no se acaban. Las personas con las que tuvimos un contacto íntimo siempre vuelven a aparecer en nuestras conversaciones, siempre ocupan algún lugar de nuestra mente cada tanto y más de una vez fantaseamos con volver a tener un affair con ellas. Cuando nos las encontramos en un momento o lugar inesperado se da una extrañeza que no tiene equivalente en otros ámbitos de la vida y, cuando se da esa incómoda situación en la que estamos con nuestra actual relación o ella está con su actual pareja y se da el encuentro, alguno de los dos adopta un modo apologético, como si hubiera que pedir perdón o dar explicaciones por haber continuado con nuestras vidas.
Es un milagro y, a la vez, un drama. Es algo con lo que uno aprende a vivir: el amor no se acaba nunca. Hay amores nuevos, pero los viejos no se mueren. Y, si se da la ocasión de que la relación termine con odios o violencia, se produce una herida que no cicatriza hasta que hagamos las paces con esa persona. Inevitablemente, cuando una relación acaba, uno tiende al replanteo total, analiza cómo se comportó en todos los casos anteriores y se tranquiliza a sí mismo afirmando que siempre fue generoso y misericoridioso y que, si esta vez todo salió mal, fue por culpa del otro.
Pero, a fin de cuentas, nuestros amores forman una especie de árbol genealógico y no se puede sino fantasear con qué pasaría si se conocieran. Admito que, guiado por la tentación, más de una vez presenté entre sí a ex novias o amantes mías, no siempre diciéndoles la verdad. Siempre hubo buen trato, aunque nunca pasó que dos de ellas se hicieran amigas, vaya uno a saber por qué. Pero sí es cierto que nuestros amores dicen mucho del momento en que estábamos pasando cuando los tuvimos, dicen qué pretendíamos de la vida y del amor en ese estado particular y, sobre todo, dicen de qué nos estábamos escapando o dónde buscábamos abrigo.
Y si algo es verdadero e irrefutable del amor es que hace que todo esté bien, equilibrado. Y el gran drama del fin del amor es la conciencia evidente de que esa sensación no va a volver por mucho tiempo. Porque el amor no es como el caramelo de moda, que se vende en el quiosco de la esquina a precio de saldo. Cuando una relación se acaba, trae consigo la hecatombe de que no será reemplazada hasta dentro de mucho tiempo después. Varios de nosotros cometimos el error de querer tapar un hueco emocional con otra relación intensa e inmediata y, a la larga, resultó en personas dolidas y una gran carga de conciencia.
Sí, es un regalo de la vida y a la vez un peso. No podemos parar de hablar de ello, hasta tal punto nos obsesiona. Y le cantamos al amor porque tiene una cualidad mística o religiosa: el Amor trae consigo la Salvación. Encuentra el amor, dirá el Libro que Todo lo Sabe, y encontrarás la paz mental. Por momentos, claro, porque los buenos amores - los amores de antaño - son tormentosos, van a la deriva entre una dósis de pasión desenfrenada y una dósis de gritos y desconsuelo.
La soledad es un mal que nos aqueja a todos y no hay mayor agravio que el ver la felicidad de dos personas enamoradas. Uno les ve un relajo y una ausencia de presiones que da escalofríos. Mientras los solitarios nos dejamos llevar por el frenesí de los fines de semana por la noche, los tortolitos se permiten irse a la tranquilidad del hogar un sábado a la noche para "hacer sus cosillas". Los otros, nostros, los resentidos, seguimos aferrados a la botella, anhelando que al final de esa noche nos toque algo remotamente similar, un cobijo junto a alguien que nos genere un poquito de fantasía, la suficiente como para olvidarse de que al día siguiente hay cosas que hacer cuando salga el sol.
Qué maravilla es conocer a alguien y dejarse fascinar... qué sensación tan única e irrepetible. No se trata de la mera idea de poder decirle a los familiares "conocí a una chica" o de contarle a los amigos cómo "me la llevé a mi casa". No, no es ese el asunto. Conocer a alguien que nos haga fantasía es una razón para levantarse a la mañana sonriendo, es una fuerza inexplicable que hace interferencia en nuestros sueños y que nos hace estar más atentos que de costumbre al teléfono. Qué bonita la espera, la ansiedad o esas dudas letales que uno tiene al comienzo sobre si "está bien lo que estoy haciendo o si debería salir corriendo antes de que llegue". Y qué indescriptibles las salidas en compañía, las primeras declaraciones de interés real bajo los efectos del alcohol o la evidencia de que hay algo más allí que un jugueteo de fin de semana.
Yo admito que mi amor es mucho más amplio, de todos modos. Porque puedo decir que, de alguna manera, sigo amando a quienes amé y me amaron a cambio (aún si hoy en día ya no me amen), pero también sigo amando a quién amé y no me amó y, de otra manera más radical, creo que sigo amando a quienes debería haber amado y no amé. Siento compasión por quienes me amaron y yo no amé - pero no lástima, sino esa forma de amor tan cristiana llamada compasión - y muchas veces, miro a mis amigas más íntimas y deseo amarlas solo para demostrarles cuánto las quiero. También me pasa con mis amigos hombres, la verdad, pero no me atrevería a llamarlo del mismo modo. Es amor, sí, pero desprovisto de deseo, una cuestión afectiva más brutal y menos ascequible, lo que Wilde llamaba "el amor que no se puede nombrar".
Me gustaría aprender a perdonar, si bien en gran parte he aprendido, y me gustaría - pero sólo en una pequeña medida - aprender a olvidar. Pero también hay un costado adorable y tierno a todo este dolor (asumo que se habrán dado cuenta, por el tono elegiático de este conjunto de ideas) y eso no tiene por qué irse. Aprender a lidiar con el pasado sin mentirse a sí mismo es una experiencia única. Sólo pido, como más de una vez lo dije, que aquellas que formaron parte de mi vida amorosa me recuerden con tanto cariño como yo a ellas. Yo creo que en general es así y la verdad es que trato de mantenerme en contacto con ellas y de ser sincero con ellas lo más posible. Es también una manera de ser sincero y de estar en paz conmigo mismo. Pero, sin desmerecer al pasado, también me levanto rogando que aparezca alguien nuevo en la cadena, porque este período de transición se hace cuesta arriba ahora que estoy tan solo.

Saturday, October 21, 2006

Una forma positiva de ver un hecho bizarro

Todo el tiempo tengo la impresión - y no sé si es mi percepción de las cosas o que efectivamente estoy en lo cierto - que mi vida está plagada de hechos extraordinarios. Todos los días ocurre al menos una cosa que considero que se sale del cauce de lo normal, y no lo digo porque sepa exactamente qué es lo normal, pero sí sé que lo standard no es lo que a mí me pasa.
Una vez cada tanto confirmo esta sospecha, porque ocurren cosas que simplemente están más cerca de la ficción que de lo cotidiano.
Surgió la necesidad de dar el examen TOEFL y que no había cupos disponibles en Buenos Aires hasta entrado Diciembre, fecha para la cual mis esfuerzos serían inútiles. Por lo tanto, con un poco de astucia, conseguí sitio en Mar del Plata para una fecha razonable, el 20 de octubre, y me dije que sería una buena ocasión para tomarme un fin de semana en este balneario costero, cerca del mar. Arena, cafés junto al mar, un paseo por el puerto y la costanera, una vuelta por esa librería donde venden ejemplares en inglés por pocos pesos...
Mi padre aceptó acompañarme sin chistar. Nos montamos al Audi TT, automóvil que llama la atención de todo ser vivo que se le pose cerca y que es una espléndida manera de que una chica inalcanzable se digne a hablarnos, y hacia el mediodía partimos hacia La Feliz. Gracias a la imperceptible aceleración del auto, en apenas tres horas y media atravesamos los 414 kilómteros que separan a ambas ciudades.
Mi padre decidió que estábamos destinados a pasarla bien, más allá del examen, y nos alojamos en el Hermitage, hotel de cinco estrellas al que sólo miro desde afuera cada vez que vengo a Mar del Plata para su festival de cine.
"Pa, me parece demasiado", comenté.
"Ya que estamos acá, rompamos el chanchito", contestó.
Una vez instalados en la habitación con vista al mar, salimos a caminar, con la intención de matar el tiempo y de tomar un rico café. Paseando por las calles en dirección hacia donde tenía el examen, le pedí que me acompañara a la librería que tanto me gusta. Grande fue mi sorpresa al notar que la habían demolido y en su lugar sólo había un hueco enorme, el cual probablemente destinen a construir un negocio de electrodomésticos o una inmobiliaria con prostíbulo incorporado.
"Nene, la librería esa se mudó a la calle Santa Fe", dijo un portero bastante pasado de años y de peso.
Pero no eran sólo los libros lo que buscaba. El recuerdo de año tras año pasado en ese negocio, haciendo tiempo para entrar a ver alguna película en el cine Colón, sobre la Diagonal, hojeando libros de historia romana o ejemplares únicos de novelas francesas de los años sesenta... Los libros eran lo de menos. Por eso nos dimos una vuelta por la feria del libro instalada en medio de la plaza, visitamos fugazmente a la catedral de San Pedro - la cual, pese a su aspecto gótico y sus intrincados vitreaux, data de 1905, una de esas obras estrambóticas que algún intendente fuera de su sano juicio planeó en un frenesí religioso - y nos dirigimos a La Fonte d´Oro para tomar un café.
Excedido como soy, no me bastó el cafecito y me devoré un enorme pedazo de cheesecake, recubierto en frutilla, mientras releía preguntas que me podían tocar como temas de ensayo en el examen.
Hacia las seis, caminamos lentamente hacia la academia Speakeasy, situada sobre la calle Catamarca. Me despedí de mi padre, le dije que lo pasaría a buscar por el hotel una vez transcurridas las cuatro horas del examen y que iríamos a comer. En la sala me recibió Sandra, la principal secretaria del centro de enseñanza de inglés, a pesar de no manejar ni una palabra del idioma. Poco a poco llegaron los otros candidatos a rendir el examen; dado que acabaría teniendo un diálogo casi íntimo y personal con ellos, paso a describirlos:

- Mónica: en sus veintes, la única mujer del grupo. Venida desde Buenos Aires. Seria, responsable y parsimoniosa, no es ni la reina de la diversión ni la madre superiora del convento. Un equilibrado punto medio. A punto de recibirse de abogada especializada en impuestos, planeó un futuro en los Estados Unidos con su novio, dedicado a la Economía. No es de ninguna manera pro-yanqui, si bien cada tanto se le escapa un comentario medio facho como "hay que cerrar esa villa miseria". Resolutiva, temerosa a las estaciones de tren y muy amiga de la frase "cuando uno no sabe nada de algo, lo mejor es correrse a un costado y dejar a los que saben".
- El militar: si bien hablé mucho con él, no logro recordar su nombre. Es de Punta Alta, cerca de Bahía Blanca. Pero es, sin duda, un tipo particular. Su principal deseo es ir a estudiar ciencias políticas a la Academia Naval en Indianápolis. Es decir, anhela ser parte de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Su corte de pelo y su pose corporal ya avalarían la idea, pero comentarios como ·"yo conocí a un jujeño color carbón que decía que de chico era rubio... qué hijo de puta" lo hacen evidente. El dato curioso es que habla alemán y ruso con acento militar y que dice que su padre es un comerciante peronista que no quiere saber nada con los deseos de su hijo.
- Nino: un alemán de casi dos metros, rubio y barbudo, vestido como si fuera un hippie de los setentas. Nino es de Brehmen, pero está de paso por la Universidad de Belgrano (a la que considera "un colegio secundario") y antes ha vivido en Bolivia. Quiere irse a Oxford, aunque en realidad no sabe bien lo que quiere. Calmo, de paso lento y sonrisa tardía, Nino habla un castellano defectuoso pero simpático. Y dice haber rendido el TOEFL antes, por eso llegó tarde y desganado.

Al poco tiempo se hizo presente Sebastián, el coordinador general del centro. Con sonrisa nerviosa, nos dio a entender que ninguno de nosotros aparecíamos en la base de datos para rendir el examen. Llamó a Estados Unidos, de donde provenía el problema, y, luego de esperar un rato, les explicó el problema por teléfono. Siendo un examen norteamericano, cualquier falla a la puntualidad llama la atención. Y pasaron diez minutos luego de las siete, y luego media hora y luego una hora. Sebastián iba y venía, llamaba y anotaba cosas, entraba a la página oficial del TOEFL, de todo. Se notaba la tensión en su rostro y, mientras él buscaba solucionar el problema, la secretaria y los examinados habíamos entablado una conversación sobre las carreras, las perspectivas de futuro, los exámenes y demás temas administrativos, para pasar luego a anécdotas, a relaciones amorosas, a ideología, a música que nos gusta y a fiestas marplatenses.
Hacia las ocho y media, pedí el teléfono y llamé a mi papá.
"Pa, esto está ultrademorado. Andá a comer porque antes de la una de acá no salgo".
Alrededor de las nueve, Sebastián dijo que tres computadoras estaban listas para empezar, sólo faltaba una. Mónica tenía que tomarse el bus de vuelta a Buenos Aires a la 1:30 y por eso fue primera. El resto esperábamos en la sala a que nos llamaran. Pero mientras ella empezaba a aclimatarse, escuchamos el ruido grave y brutal. Vimos a Mónica salir corriendo hacia el pasillo, aterrada.
"Se cayó la computadora", pensé, mientras iba hacia la sala de computadoras.
Allí estaba Sebastián, caído en el piso, retorciéndose y golpeándose contra una silla, en pleno ataque de epilepsia.
Mónica y yo estábamos petrificados. Sandra nos dio una regla para que Sebastián mordiera, pero nos quedamos quietos. El militar se quitó el abrigo que llevaba puesto y se lo hizo morder al coordinador para evitar que se cortara la lengua, aunque leves rastros de sangre ponían en evidencia que ya era tarde. Los ojos saltones, la cara roja y el cuerpo violentado por movimientos rítmicos y desenfrenados, Sebastián había entrado en transe.
Nino estaba en el baño y se enteró de nuestra boca, Mónica dijo su famosa frase sobre la ignorancia y yo... yo me ofrecí para ayudar, sabiendo que en realidad no había nada que pudiera hacer. Pronto llegaron la ambulancia y la esposa de Sebastián, quienes discutieron entre sí.
"Yo lo conozco más que ustedes", gritó la esposa, ante lo cual los paramédicos desaparecieron y la esposa sola se llevó a su marido, quien mostraba claros signos de incomprensión y amnesia. Lo único que Sebastián atinó a decir fue:
"Uuuhhh, cómo llueve...".
Y sí. Al mirar afuera notamos que llovía como si el cielo se fuese a caer. El examen estaba oficialmente suspendido y los cuatro examinados, más Sandra, la secretaria, estábamos varados en la academia, esperando a que parara de llover. En vano llamar a un taxi, ya que los pocos taxis disponibles se negaban a circular.
"No, señora, con esta lluvia no transitamos", dijo una voz en el teléfono.
Finalmente conseguimos transporte y Sandra nos tranquilizó, diciendo que el lunes nos llamarían para confirmar si podremos ir el sábado 28 a rendir el test. Nino y yo, los más apurados por rendir, incluso barajamos la idea de ir a Córdoba a dar el examen, si Sebastián no llegase a recuperarse a tiempo.
Todos nos despedimos, nos deseamos suerte y partimos. Nino y yo compartimos un taxi y le prometí traerlo en auto si debemos volver a Mar del Plata el 28. Al llegar al hotel, vi en la tele un pedazo de Mujeres al borde de un ataque de nervios y luego fui a comer una hamburguesa a Manolo. Cansado y saturado de tanto revuelo, dejé la recorrida de la noche marplatense para el siguiente fin de semana y me fui a dormir.
Hoy manejé yo el TT, lo llevé a 200 kilómetros por hora y dejé que el viento cálido me pegara en la cara.
Creo que finalmente puedo afirmar, con la evidencia aún fresca, que es real que mi vida está cargada de hechos extraordinarios. Y, si bien a veces me ocasionan disgustos, tengo que admitir que me gusta más así. Qué aburrido es, a fin de cuentas, cuando no pasa nada de nada.

Thursday, October 19, 2006

Igual que Stefano Accorsi

Hace muy poco tiempo, rodeado de amigos, comenté que yo sería un gran padre. Todos rieron, incapaces de creer lo que salía de mi boca. "Digo, si tuviera un... accidente, digamos, y dejara a alguna chica embarazada, estoy seguro de que yo sería un padre cuidadoso, dedicado y eficiente". Las risas no paraban de llegar desde todos los rincones.
Y allí quedó el tema, claro, porque la verdad es que no tengo planes de ser padre aún, al menos por un buen tiempo.
Pero lo cierto es que algún día llegará, y no en un sentido accidental. Será buscado. Porque llega un momento en la vida de uno en conoce a alguien y decide que esa es una persona diferente a todas las demás, que la situación es propicia y que ya no basta un regalo abundante y planificado de cumpleaños para mostrar todo el amor que uno siente. Entonces, en esa barrera en la que uno se da cuenta de que tal vez no sea tan alocada la idea de sentar cabeza, la posibilidad de tener hijos aparece. Y uno más de una vez puede decir a la pasada "te amo tanto que tendría hijos con vos" - no es mi caso, aclaro, pero he escuchado a mis amigos decir cosas así -, pero pocas veces se dicen en serio.
Supongamos ahora que el momento llega. Uno ya está asentado, hay ciertas cosas adolescentes que ya no hace y está en una pareja maravillosa y estable en la que se siente fantásticamente bien y no hace falta decir nada más porque ella entiende. Como es más o menos esperable, queda embarazada. Y hay hombres que se alegran, "voy a ser papá, voy a ser papá".
Pero pensémoslo fríamente, sobre todo si uno es un fóbico y nunca dejará de serlo. Una mujer embarazada es un elemento frágil e inestable, es como una bomba de tiempo biológica. Todos los desequilibrios hormonales, todos los estados de ánimo fuera de control, todas las demandas y atenciones que un ser en esa condición requiere.
Lo pienso ahora mismo y me muero de miedo. De solo pensarlo, quiero salir corriendo, corriendo a los brazos de una muñeca descerebrada y esbelta, que no me pida nada más que la satisfaga esa noche.
Es terrible. ¿Cómo se supone que un tipo como yo siente cabeza y sea feliz cuando los años mozos se acaben si esta es la reacción que voy a tener? ¿Se crece en el medio, se supone que aprendo aún más de las relaciones amorosas y, a la hora de ser padre, sabré que el amor es más que la mera pasión desenfrenada?
Es verdad que no tiene ningún sentido hacerse estas preguntas cuando uno no está ni cerca de tener descendencia, pero todo surgió a partir de la idea del amor, del amor adolescente y del amor maduro, de ese cambio tan violento que se da de los veinte a los treinta, de la mujer y la fascinación que nos produce en un sentido casi inexplicable...
Espero superar las fobias, porque, más allá de lo que dicen sobre lo terrible que es casarse y tener hijos, me gustaría algún día demostrar - y no por accidente - que puedo ser un gran padre.

Necesidad

La vida es una montaña rusa con más bajadas que subidas.
Hoy, como el 80 por ciento de las mañanas en los últimos cinco años, me levanté con muy pocas ganas de vivir.
Mi mamá dice que, como no consumo cocaína ni fumo todo el día ni soy un borracho, debería tomar antidepresivos.
Yo le digo que da igual.
Ella dice que no puede ser que me pase tanto tiempo tirado o mirando la tele, sobre todo a los 23 años.
Yo le digo que 18 ó 23 ó 40 es lo mismo cuando la vida no tiene sentido.
Ella dice que no quiere tener en su casa a un tipo que está todo el día sin hacer nada.
Yo le digo que entonces lo que le preocupa es ella, su bienestar, y no el mío.
Ella me dice que para ser grande hay que hacerse desde abajo.
Yo le digo que para ser grande hay que estar muy seguro de lo que uno quiere y yo no lo estoy.
Ella dice que lleva mucho tiempo hasta que uno es reconocido.
Yo le digo que siento que estoy desperdiciado.
Ella me dice que comience a explotar alguna de las posibilidades de trabajo que tengo.
Yo le digo que tener muchas posibilidades es lo mismo que no tener ninguna.
Ella me dice que haga lo que quiera.
Y yo hago lo que puedo.

Y luego están ustedes, que leen. Y nunca sé si les interesa lo que tengo para decir, pero cada vez siento que necesito a este espacio. Al comienzo fue un divertimento, pero ahora es una necesidad, es como ese amigo silencioso que escucha y no juzga. Ustedes tal vez juzgan, pero el blog en sí mismo me permite hacer lo que quiera. Y la primera reacción que siento cuando no tengo ganas de vivir - sensación muy diferente a tener ganas de morir, yo no soy un suicida ni mucho menos -, es venir al blog y decir lo que pienso, sin miedo a pensar que se convierte en un diario íntimo o que escribo para llamar la atención.
Cuando nada parece tener sentido, hay acciones que se hacen por necesidad, para no tener que mirar al vacío.
Escribir es, para mí, una de ellas.

Tuesday, October 17, 2006

Intimidad

"No deberías perder el tiempo conmigo, no soy nadie", dijo él.
"Todo el mundo es alguien para alguien", dijo ella, mientras lo arrastraba en la penumbra hacia el dormitorio.
Entonces él recordó que, horas antes, mientras compartía una copa y simpatías con ella en una de las mesas del bar que daban a la terraza, se hallaba junto a ellos una pareja que hablaba a la luz de una vela. La mujer era de tez blanca, casi con certeza francesa; el hombre tenía la piel oscura como el carbón y su acento delataba que era norteamericano. Las mesas eran lindantes y él podía escuchar todo lo que decían, incluso lo que la mujer se decía a sí misma en francés, cosas que el moreno jamás comprendería. Pero no eran las palabras lo que más nítidamente recordaba, sino la mirada. La mirada de la francesa, esa mirada dirigida hacia él. Pero a él como parte de un organismo doble y balanceado. Esa mirada dirigida a él como componente de un total que se completaba con ella.
Lo que la mujer francesa anhelaba melancólicamente, sus ojos decían, era sentirse como esos dos en la mesa de al lado se sentían. Esa comodidad que sólo el tiempo y la confianza dan. Y él vio en esos ojos esa mezcla de envidia y esperanza, así como también un cierto sabor amargo en el reconocimiento de que probablemente no sería el moreno de piel carbón quien finalmente llevaría ese deseo a buen puerto.
Mientras se dejaba arrastrar a la habitación, guiado por la mano de ella, no pudo evitar pensar que lo que él tenía en ese momento era más verdadero que la fama y el dinero y el poder juntos. Y no hacían falta los ojos insinuantes de la mesa vecina para entender eso.
"Yo soy alguien para alguien", susurró por lo bajo, y todo lo demás se esfumó como por arte de magia.

Sunday, October 15, 2006

Esperando a que llegue el final de todas las cosas

Durante la semana tuve una de esas charlas generacionales con mi mamá, de esas donde terminamos discutiendo y yo cierro el debate afirmando que ella no me entiende porque pertenece a una generación para la cual todavía valía la pena estar vivo. Esa era, digamos, la idea central de la charla: vos viviste un momento histórico donde la gente se reunía y proponía y creía y yo... no. Esas afirmaciones que los jóvenes de hoy en día nos vemos obligados a hacer - porque no creo que sea una elección, los tiempos nos llevan a este pesimismo y este nihilismo tan abrumador - y que escandalizan, por obvios motivos, a nuestros padres.
Pero no se acababa allí, del mismo modo que el calmante no mata al dolor. Hablamos porque no se nos ocurre nada mejor que hacer. El problema es duro y es hondo, señores. Se ramifica día a día y todo se conecta de una manera tan maquiavélica que el remedio es cada día más difuso.
"Tu generación se drogaba tanto como la mía", le dije a mi madre, "pero por diferentes motivos. Ustedes buscaban la expansión de la conciencia; nostros buscamos la inconsciencia". Otro facilismo de mi parte, sumado a mi tendencia casi ridícula de hacer de todo literatura.
Pero el hecho es cierto: todo nos conduce al televisor y a la computadora, la idea constante de la belleza estandarizada y del valor efímero de la juventud nos atormenta 24 horas al día, la presión de hacer algo relevante con nuestras vidas nos come las entrañas y nos llena de miedo ante el fracaso, la policía y las autoridades nos persiguen como si fuésemos cerdos, las violaciones, las guerras y los asesinatos se reproducen como los virus, que tampoco se quedan atrás, y el arte no es más que un lago seco, ocasionalmente alimentado por una lluvias escasas que no alcanzan a disimular la sequía que existe en el mundo.
¿Qué hacemos, entonces? ¿Nos rendimos? ¿Hacemos como hacen todos nuestros contemporáneos, escribimos novelas cínicas y gastadas, filmamos películas idénticas a joyas del pasado, pintamos cuadros cada vez más abstractos para que no se vean nuestras miserias, sacamos fotos de la belleza del mundo mientras esa misma belleza se pudre ante nuestros ojos?
Todos los días tenemos que levantarnos y mirarnos al espejo pensando: ¿Qué va a hacer que hoy sea un día especial, qué voy a encontrarme en la calle que me diga que hay algo por qué vivir, alguien por quién sacrificarse, algo en que soñar y anhelar?
Es muy difícil. No voy a explicarles cómo es... porque ya lo saben. Si algo nos une, es la desesperanza. O la desperación. O la indiferencia. Cualquiera de esos valores negativos que llevamos en la sangre. Esa sangre que hace rato dejó de ser roja para ser negra, sangre rancia, sangre espesa, sangre coagulada e infestada de muerte.
Pero no estoy predicando, no, no te alejes de mis palabras pensando que esto ya lo leíste o ya lo sabés o que preferís que te hablen de otra cosa. Esto no es pesimista, es mero... mero... es lo que hay. Lo que sale.
Entonces, no nos detengamos. Ya no haremos lo que hacemos porque está bien o porque está mal o porque deseamos hacerlo, sino porque lo necesitamos. Haremos las cosas porque son necesarias para creer en la vida humana y en el futuro. Ya no se trata de estudiar y licenciarse y trabajar porque es lo que nuestros padres y abuelos hicieron, sino porque es la mejor manera de ocupar nuestro tiempo y de tener menos ganas de morirnos. Porque el tiempo libre nos mata, nos aniquila, nos deja espacios para pensar. Y pensar en el mundo moderno equivale a morir. Pensar es atreverse a imaginar, a esperanzarse, a fantasear, a conectarse con otros. Pero el terreno no está dado para ilusionarse. Entonces no lo hagamos.
Sigamos comiendo, sigamos durmiendo, sigamos teniendo sexo y bailando y escribiendo y diseñando peinados y ropa y tendencias. No porque nos guste o porque anhelemos crear algo nuevo. Nuevo es viejo es antiguo es cadaver.
Somos demasiado cobardes para terminar nuestras existencias y tenemos demasiada espiritualidad de manual metida en los huesos como para no tener miedo en el más allá. Van a hacer falta grúas y camiones cargados con premios y posibilidades y oportunidades para borranos esta constante sensación de que todo da lo mismo.
Y si no nos levantamos de la cama, si decidimos no salir de la casa, no atender el teléfono, no pagar más impuestos o seducir al sexo opuesto o consumir productos de belleza o leer a los clásicos... no nos juzguen. No pregunten, no insistan, no molesten. Tenemos derecho. Porque esto es lo que nos quedó y estamos agotados, jóvenes pero exhaustos.
Ya no protestaremos más, ya no gritaremos más, ya no redactaremos manifiestos ni inauguraremos movimientos ni apoyaremos al candidato de turno. Estamos hartos. Hemos llegado al final del camino y aún no sabemos lo que queremos hacer.
No más decisiones para nosotros, no más elecciones, no más historias, no más anécdotas, ni ídolos, ni mártires ni líderes ni esclavos ni vencedores ni vencidos. Todo es ya un magma de indiferencia donde flotamos día a día.
Y las acciones individuales son inútiles. A y B y Z son la misma cosa. Por eso existimos bajo el único y autopresente principio de la resignación.

Hoy me pelé la cabeza. Tomé la gillette y extraje hasta el último pelo. Y no lo hice por cuestiones estéticas, no, ni ideológicas. Lo hice porque me daba asco, asco esa cabellera insulsa y sucia. Necesitaba ver el brillo de la pureza en mi cabeza, ver la luz reflejada en mi cráneo todo el día, como si un aura especial me protegiera de toda la basura que cae del cielo y que inunda la tierra.
Es feo, lo sé, pero no tanto como lo que tengo que ver. Y es sólo el comienzo... porque pronto seguirán los brazos y las piernas, el pecho y las cejas ... todo, se irá todo. El siguiente paso será la piel y luego los músculos, los órganos, los tejidos. Se irá todo, todo, todo. Hasta que esté limpio. Limpio de verdad, intacto de esta mediocridad que lo tapa todo.
Y una vez que me haya librado de mí mismo, se irán mis palabras. Serán olvidadas. Como todo.
Viviremos encerrados, ocupados, enchufados a la pared, dictando ideas a una máquina, para no pensar, para no sentir, para no elegir y para no estar. Para desaparecer.
Qué hermoso será cuando todo desaparezca.
No puedo esperar.

Saturday, October 14, 2006

Ultimos dias de de diciembre: samurais, gurus, cohetes, jazmines y Tim Leary

"Sólo aquél que hace de sí mismo una bestia se libera del dolor de ser un hombre".

Caminamos un par de cuadras hacia lo de Manu, perdido en el ritmo interno de Belgrano. Las calles se aparecían ante nosotros como por arte de magia, sus nombres siniestros y emblemáticos. Ninguno sabía si el otro entendía adónde nos dirigíamos, pero seguíamos avanzando. Las luces me cegaban y el ruido de los autos parecía una tortura violenta, a tal punto que me obligaba a echarme hacia el centro de la acera por temor a que me rozara un auto que pasaba a dos metros y medio de distancia.
Doblamos a la esquina y se desató el temor, mezclado con la euforia.
"Mirá, mierda, mirá", grité, aferrándome a la manga de F, "mirá cómo se llama ese Video Club".
"¿Qué pasa?"
"Boludo, se llama Terciopelo Azul. Cuando ibamos camino hacia Libertador, pasamos por el teatro York y el cartel anunciaba algo así como Temporada de verano... y yo estaba seguro que decía Terciopelo Azul. ¿Te acordás, C, que les grité eso?"
"Ehhh... sí, puede ser, no me acuerdo".
"Sí, sí, es increíble, creo que tengo miedo, es una de esas coindidencias cósmicas que no podemos explicar, ¿entendés?".
La casa de Manu apareció mágicamente ante nuestros ojos, o eso pareció. Creo que C sabía en algún lugar de lo profundo de su ser adónde íbamos. Es extraño que alguien de nuestra generación sepa adónde va, aunque solo se trate de llegar al hogar de un amigo en un barrio ocupado por cadáveres y ancianos sin pasado.
Manu bajó a abrir con los ojos entrecerrados. No sabíamos bien si había estado durmiendo o si había estado fumando solo o si simplemente se manejaba por la vida con esa modalidad de ojos. Supongo que las tres. F y C siempre decían que Manu era como una especie de gurú y yo no andaba con ánimo de desmentirles nada. Para mejor, andaba con ánimo de creerles, o de creer en algo, lisa y llanamente.
Manu nos miró y un segundo le bastó.
·"Ustedes están re locos, miren sus caras".
Todos reímos. Si hubiésemos tenido un espejo, hubiésemos podido asentir pero nos bastaba (y nos sobraba, de hecho) la imaginación para dibujar en el aire las caras que debíamos tener, caras de pánico ahogado y de risa desenfranada, todo el panorama generacional tatuado a fuego en la frente, con uno de esos sellos de oficina viejo y gastado, con la expresión ARRUINADO toda borroneada, los contornos poco claros.
Subimos todos juntos en el ascensor. Fue como ir a la luna. Despegamos hacia el espacio sideral y la guarida de Manu pasó a ser... Júpiter, o una luna de Saturno.
El espacio estaba semi oscuro. El departamento estaba más bien pelado, con herramientas echadas por el piso y ni un solo muebles a la vista, salvo por una silla de oficina destartalada. Por la ventana abierta entraba el aire de fines de primavera, cercanías del verano.
En la computadora de Manu estaba pausada Los Siete Samurais. F y C corrieron hacia la pantalla, pero yo me resistí.
"No", dije, "nada de samurais a esta hora. Pienso en Japón y en el pasado y me siento inestable".
Pero ellos estaban decididos.
"Dále, Dildo, recién empieza. Estos tipos están en otro nivel, es una cosa que no se puede creer".
Agarré la cajita del DVD. Videoclub Terciopelo Azul.
"Aaaaaahhhhhh", grité, y corrí hacia la ventana. "Aaaaaaaahhhhhhh", volví a gritar. "Terciopelo Azul, es la tercera vez en la noche, ¿no lo ven? Y el tres es el número de las brujas".
Pero estaban sumidos mirando a los samurais. Me sentí solo, muy solo, y quise que alguien me abrazara.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y llamé a J., con quien apenas me había reeconcontrado amorosamente hacía un día. Una sola noche de alcohol y sexo, solventado por toda una vida de conocernos y suficiente cariño.
"Hola, hola, estoy en un estado muy visceral, no me puedo guardar nada, hola".
"Jeje... estás loco. ¿Cómo estás?"
"Lo de ayer fue muy intenso, muy intenso, todavía me tiemblan las piernas".
"Sí, a mí también me encantó. ¿Dónde estás?"
"En una casa... un departamento en Belgrano... Aaaaahhhh... Terciopelo Azul apareció tres veces hoy, pero lo que quiero que sepas es que no tengo ningún problema en llamarte hoy de vuelta porque lo de ayer me gustó mucho y acá están mirando los Siete Samurais y eso me hace sentir muy solo, pero lo importante es que, más allá de que me voy, yo te quiero mucho, ¿entendés?"
Y parece que entendía, porque nos hicimos unas descarnadas declaraciones de amor y luego me callaron, porque a los vecinos les da igual si uno hace ruido porque es un pendejo de mierda o porque está enamorado.
Levanté a F y a C de las solapas y salimos a la calle. Manu nos acompañó y nos dio el visto bueno. Casi que nos bendeció, con sus ojos de Buda y su pose de monje, enfundado en ropa de calle.
Salimos a la calle, pero ya no era la misma. El cartel era el mismo, pero la calle no. Nada es lo mismo cuando se lo mira por segunda vez: las ex novias no son lo mismo cuando una las reencuentra, los manjares no son idénticos cuando uno los vuelve a experimentar y los recuerdos del pasado modifican y alteran la experiencia hasta que esa segunda vez virtual sea, en realidad, algo absolutamente diferente. El conocimiento y el saber echan todo a perder.
Vagamos en un frenesí de quioscos y taxis, mareas humanas de adolescentes en desesperada búsqueda de fiesta y ancianos a los que les habían robado el sueño. Creo que alguna niñaca que apenas si llegaba a los doce años, vestida con una falda más corta que su ropa interior y con una camiseta que decía SOY TU PUTA SUCIA Y FACIL, o algo por el estilo, me dijo algo al pasar, pero mi apetito sexual estaba ido... o simplemente perdido.
La vuelta es dudosa, como todo. Los tres nos ahogamos en extensos silencios, o hablamos todo el tiempo. No hace a la diferencia. El colectivo de turno hizo una carrera loca contra el tiempo y perdimos contra la mañana. La luz lo invadió todo. Nuestros ojos se achinaron y, antes de que pudiéramos sucumbir a la muerte de la noche, alguien entró en conciencia y bajamos del vehículo, seguramente insultando al conductor o escupiendo en la calle.
Las seis cuadras que separan a Maipú de mi casa fueron igual de nebulosas. Esa luz de la mañana y ese sonido de pájaros nos taladraba el cerebro. Es factible que yo recitara el monólogo incial de Calígula, una y otra vez...
Existo desde la mañana del mundo...
Y F analizaba lo que recordaba de las horas previas.
... y moriré cuando la última estrella haya caído del cielo...
Y C se reía, o pensaba en silencio, o nos miraba a F y a mí en nuestra egomanía desatada.
Me presento antes ustedes bajo el nombre de Calígula César, pero soy...
Y la puerta de mi casa, sólida y agresiva, metal contra metal, de esos que al chocar contra el hormigón recubierto hace clang igual.
La planta de jazmines estaba en su máxima esplendor.
"Noooooo, es maravillosa, está en el pico de la seducción", dijo F.
Y tenía razón. Esa planta era el objeto sexual más poderoso que habíamos visto en nuestas vidas, aún a pesar de su blanca palidez. Su olor penetrante nos extasiaba hasta límites impensados. Los tres nos acercamos progresivamente, nos dejamos caer sobre los pétalos y cerramos los ojos, gritando de placer ante esa experiencia sensorial.
Recordé a J y pensé una vez más en esa extraña cadena de asociaciones que construyen al mundo. Terciolpelo Azul revisitado.
No pude contenerme más y me comí un pétalo y luego otro y luego otro. F y C me imitaron.
Con el estómago lleno de pétalos de jazmín, recorrimos la extensión del jardín y nos sentamos en la mesita de cuadraditos verdes a apreciar al entorno. Y a hablar.
"Chicos, me voy en dos semanas", dije, y sonreí.
Y luego lloré.
Y luego reí.
Y luego lloré.
Y luego reí, lloré, reí, lloré y así sucesivamente hasta que las dos cosas era simultáneas y mis entrañas se retorcían de dolor y placer y completa inestabilidad emocional y caos mental y el fin del pensamiento.
F y C se encontraban igual. Habíamos llegado al final de la experiencia. No había más camino por recorrer.
Nos habíamos enfrentado a la bestia oculta de la forma más sincera y tangible posible, a través de los estupefacientes. Y hay un cierto encanto trastornado en el hecho de perderse dentro de uno mismo y sacar esa basura extravagante que se esconde detrás de nuestras pestañas y nuestros uniformes. Hay un goce místico y un tanto revelador en hacerse cargo de esas verdades que aprendemos a esconder, la salvación reside en ese exhibicionismo obsceno de emociones.
En un tiempo de muchas palabras y pocas verdades, ser elocuente y ser real es un lujo que pocos se pueden dar.
Es la expansión de la conciencia, diría Tim Leary.
Y eso nos hizo diferentes, eso nos unió a generaciones perdidas. Y nos permitió, aún en silencio, ser profetas para nuestra propia generación, ese compendio torpe y perdido que sólo sabe a escuchar a quien menos le conviene.
Dos semanas después, me fui a España.
Y diez meses después estoy aquí, dialogando con el pasado, que me pide a gritos que vuelva al ruedo.

Thursday, October 12, 2006

Leanlo, idiotas... es algo hermoso que nunca mas se va a repetir

"San Francisco a mediados de los años sesenta representaba un tiempo y lugar muy especiales a los cuales pertenecer. Tal vez significaba algo. Tal vez no, a la larga... pero ninguna explicación, ninguna mezcla de palabras o música o recuerdos puede tocar ese sentido de saber que estabas allí y vivo, en ese rincón del tiempo y el mundo. Sea lo que fuera que significara...
Había locura en todas las direcciones, a cualquier hora. Si no era a través de la Bahía, entonces subiendo al Golden Gate o bajando la 101 hacia Los Altos o La Honda... Podías hacer saltar chispas en cualquier parte. Había una fantástica sensación universal de que fuera lo que fuera que estábamos haciendo estaba bien, que estábamos ganando...
Y eso, creo, era lo principal - esa sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas del Bien y del Mal. No en una forma malvada o militar; no necesitábamos eso. Nuestra energía simplemente prevalecería. No tenía sentido pelear - de nuestro lado o del de ellos. Teníamos toda la potencia; estábamos montados en la cresta de una ola alta y hermosa...
Y ahora, menos de cinco años después, se puede subir a la cima de una colina empinada en Las Vegas y mirar hacia el Oeste, y con el tipo apropiado de ojos casi se puede ver el punto donde el agua trepó más alto - ese lugar en el que la ola finalmente rompió y comenzó a retroceder."

HST, 1971

P.D.: Gonzo journalism. Ahora mismo.

Ultimos dias de Diciembre: las casas, los militares, el rio y los colectivos

Llegaron a mi casa alrededor de las nueve de la noche y yo aún no estaba seguro.
"Dále, Dildo", dijeron, "hacélo por nosotros".
Y siempre es mucho más fácil hacer las cosas si uno parece misericordioso hacia los demás, se siente como un Cristo moderno. A la mierda, dije, no se es joven todos los días y - mi leitmotiv, mi frase de cabecera - de todos modos no hay futuro. Sacaron la tebletita, prolijamente la cortaron en tres con una tijera, con la meticulosidad de un artensano, y nos la comimos.
Encendieron un porro para relajar tensiones y lo fumamos comentando las novedades del día, las noticias relevantes en el mundo y las últimas novedades de la cultura, como tres señoritos de sociedad. Probablemente tomamos té, alguno de especias y miel, o de jengibre y helado de crema chantilly. Nos miramos con incertidumbre alguna que otra vez pero nada salía de la rutina que puede haber en una cafetería de estudiantes de alguna disciplina moderna o del bar de algún museo de esos que pasan películas de culto.
Hacia las diez y cuarto empezamos a notar la diferencia en leves ataques de jocosidad o somnoliencia. Alguna mirada perdida, algún chiste que sólo comprendía el responsable y solos de guitarra sin guitarra. Era hora de ir a la calle.
"Eeeeeeeehhhh... yo no manejo nada. Mis manos perdieron control, creo que no me acuerdo ni mi nombre", dije.
"Ya fue... caminamos, es lo mejor que hay", dijo F.
Y reí a carcajadas, como todo el camino a pie, aunque no me acuerdo bien por qué.
Creo que pasamos por la casa de C, pero no me acuerdo bien a hacer qué.
En un momento estábamos en avenida Libertador, que queda en la dirección exactamente opuesta a la casa de C. Lo que ocurrió en el medio sólo quedará en la memoria de algún guardia de seguridad de esos que no tienen vida y que se acuerdan de todo lo que les pasa a los demás porque su propia existencia está regalada.
En Libertador esperamos al colectivo, pero las luces empezaron a encandilarme.
"Tengo que mear, mal", dije.
Sentí las miradas de la gente en la parada que nos juzgaban. Sus ojos delataban sus miserias cotidianas y su juicio brutal y despiadado... "Jóvenes desperdiciados, asquerosos, ateos", decían con los ojos.
Corrí a través de la avenida, creo que con el semáforo aún en verde. El miedo me llevó sano y salvo al otro lado. Caminé hacia el río. Doblé en un acllejón oscuro y siniestro y extraje el miembro para orinar. Me sorprendió escuchar sonidos y cánticos y, al girar, tenía a todo un escuadrón de las fuerzas armadas en uniforme, rodeado de de mujeres en vestidos de gala. Un casamiento militar. Grité de temor y creo que más de un oficial me miró con mirada acusadora.
"Subversivo", de formó en los labios de uno de ellos, un bigotón con pinta de represor y ganas de masacrar a todo aquél que no tuviera en su casa un altar del Führer.
Sin orinar ni una sola gota, me guardé el pingo en el pantalón y corrí como si no hubiera mañana, vociferando plegarias que ni siquiera sé bien. Creo que incluso los insulté en francés, asumiendo que esos ignorantes debían ser ajenos a una lengua tan refinada.
Al volver a la avenida, estaba sudado y tembloroso. F y C me tranquilizaron, la parada se había vaciado y por suerte las señoras de mirada penetrante habían desaparecido.
"Vamos al río, que es un flash", dijo F.
"Uuuhhh, sí, es un viaje", dijo C.
"¡Jamás!", les advertí, "está lleno de milicos, se están casando entre ellos allá y creo que están haciendo algún tipo de plan para procrear a una raza aria mejor y más sana... y yo soy negrito y medio judío".
"Tranquilo, tranquilo, estás con nosotros", dijo F.
Y eso pareció bastar, porque al poco tiempo estábamos cruzando a la Escuela Militar de Nado Sincronizado, o algo así y nos encontrábamos frente al río.
"Caminemos por el muelle", sugirió C.
Y así lo hicimos. Un inmenso barco atestado de adolescentes en celo y treintañeros solteros avanzaba hacia lo profundo del río. Nos saludaban y algunas de ellos nos insultaban.
"Hijos de puta, ojalá que se ahoguen... ustedes sobran en mi sociedad", les grité, de puro despecho.
En ese momento, hicimos silencio. El río era una bestia silenciosa y profunda, estábamos indefensos ante su inmenso poder.
"Sáquenme de acá, chicos, sé que hay un monstruo submarino ahí y que en cualquier momento se va a formar un remolino y va a salir, es como un dragón... y estamos mal ubicados para correr".
Y entonces nos fuimos. De vuelta a Libertador. A tomar el colectivo.
El bus iba repleto hasta el techo y la mayoría era gente bastante grosera. Me sentí incómodo desde el momento cero. Para peor, F y C se sentaron juntos en un asiento y yo quedé aislado, hecho que se asentuó cuando logré sentarme en un asiento del extremo opuesto a ellos. Una multitud de cadáveres exquisitos quedó en el medio. Eran asquerosos: usaban collares de colores y pelos teñidos de azul y naranja; estaban todos perforados y gritaban obscenidades, se frotaban y gritaban de placer con total impunidad. No lo podía tolerar.
"Vas a estar bien", dije en voz alta, "sobreviviste a las noche de Phuket y a los golpes en la cara. Sé fuerte, hacéte hombre, sé Clint Eastwood".
Pero la tensión se hizo imposible y llamé a F al celular.
"Tengo miedo, me siento encerrado entre bestias medievales".
"Nosotros también, bajemos".
"¡Ya mismo!".
"Te veo al fondo".
Descendimos aterrados para descubrir que estábamos en avenida Cabildo, esa parte del medio que todos odian.
Las luces de colores me invadían la vista. Me quité los anteojos y grité de felicidad.
"Ja, idiotas, no saben lo que se pierden. Sin anteojos todo es mucho más hermoso, las luces de colores, los borrones en el cielo... Nunca pensé que ser miope podía ser tan fascinante..."
"Vamos a lo de M", dijo F.
"Dale, debe estar en la casa", dijo C.
"Yo sé de una fiesta, va a estar lleno de chicas cachondas y deseándonos", dije yo, recordando que en la casa de C había hablado por teléfono con N, quien me había comentado sobre una fiesta cerca del Abasto donde las drogas fluirían y serían gratis. Nadie dudaría de nosotros en un ambiente así, pleno de artistas pretenciosos e insoportables, aferrados a discursos vacíos y reiterativos.
"¿Estás para subir a otro bondi ahora mismo?", preguntó C.
"Vamos a lo de Manu, que sabe de muchas cosas, y después vemos".
Y a lo de Manu fuimos, guiados por una fuerza inercial potente y oculta, que unía a través de hilos invisibles a lo poco que quedaba de nuestros cerebros.

CONTINUARA.

Wednesday, October 11, 2006

Instrucciones para divertirse como nunca en una fiesta




1) Absorba en cantidades desmedidas sustancias alcohólicas de gradación mínima de 5 grados e inhale, en períodos regulares a lo largo de la noche, toxinas gaseosas de efectos relajantes.
2) Intervenga en cualquier tipo de danza o ritual popular para facilitar el efecto de lo consumido en el paso anterior y para establecer nuevos vínculos sociales.
3) Orine donde mejor le parezca y, de ser posible, hágalo en forma masiva.
4) Bésese y exteriorice su amor hacia los amigos, tanto los conocidos antes del evento como los amigos que acaba de conocer (véase fotografía número uno).
5) Repita los cuatro primeros pasos las veces que su organismo lo permita.
6) Aproveche los primeros rayos del sol para reponerse por la energía invertida. No se olvide de sonreir en caso de sentirse a gusto (véase fotografía número dos).
7) Continúe con sus costumbres nocturnas hasta que el sol se haya establecido de forma innegable.
8) Abandone las instalaciones cuando el grupo central de concurrentes decida hacerlo. Si usted no se ve desalineado y con aspecto temible, revise haber llevado a cabo con corrección los pasos anteriores, de modo de poder mejorar su desempeño en eventos a venir.
9) Cante alguna canción indebida en el camino de salida o hágase aún nuevos amigos y amigas, de los cuales nunca más volverá a oir.
10) Evite pagar el medio de transporte de vuelta, agreda a algún bien público y échese a dormir con total impunidad cuando sus padres se estén despertando.

Si todo sale como es de esperarse, será usted un resabio de ser humano, emanará una cierta pestilencia etílica y absolutamente todos sus sentidos estarán severamente dañados por al menos dos días.
Disfrútelo.

Tuesday, October 10, 2006

Cortocircuito

"En este momento, todos los circuitos están ocupados".
Esa es nueva, nunca me había tocado antes.
Pero eso es lo de menos, el mensaje quedó trunco de todos modos. Porque no estaba esperando que me atienda, ya que lo más frecuente cuando aún nos hablábamos era que si yo llamaba a sus cinco de la mañana, me atendiera el buzón Movistar con su gélida voz automática.
Y entonces pensé que lo mejor sería dejar el mensaje.
"Sé que hace más de una semana que no hablamos y creo que todo quedó claro, no quiero molestarte, es sólo que las cosas no se hacen así. Cuando uno quiere a alguien, no se corta todo lazo así de simplemente. Uno al menos se toma el trabajo doloroso de decir adiós, hasta otra ocasión. Y yo quiero despedirme, por triste que sea toda despedida. Y que espero que pongas en buenas manos eso que me diste a mí, que lo reciba alguien que de verdad se lo merece. Y que tengas una vida increíble, ojalá que volvamos a vernos y sonrías al verme pensando con nostalgia que alguna vez me quisiste en serio, de la misma manera que yo te quiero ahora".
Pero ni siquiera eso. Porque los circuitos ocupados decidieron que no debía ser.
Y es verdad que me liberé del orgullo por primera vez en la semana y que recién hoy, después de ocho días, me decidí a escuchar su voz influenciado por otra comedia romántica de esas que todos miramos solos, de noche, cuando nadie más nos ve emocionarnos con la sensiblería de Hollywood. Pero no es el medio lo que importa, sino los fines. Y el fin era noble esta vez, cuando todavía vale de algo.
Ya pasé esta faceta antes, la faceta de afirmar que todo está superado. Ese momento en que digo frases como "no la extraño a ella, sino a la idea de ella", tonterías de esas que suenan bien y que me hacen ver delante de otros firme, seguro, impenetrable. Es la etapa en la que puedo mirar los videos que tengo de ella y ni siquiera pestañear, o aburrirme y cortarlos antes de que lleguen a su fin, o el momento en el que me alegro que no nos hablemos porque eso me permite coquetear impunemente con otras.
Pero a fin de cuentas da igual. Porque pueden venir otras que cubran los baches momentáneos, pero el agujero sigue estando. Y ya no se trata tanto de ella, que ha pasado a formar parte del pasado, sino de lo que hay ahora.
Ahora que nada es urgente, que todo es presente, pero que no hay pan para hoy.
Y si resulta que ella está leyendo, cosa no del todo improbable (ya que el orgullo se muestra puertas afuera, pero pierde con la nostalgia en el terreno de la intimidad), que se quede con las palabras que quise grabarle en el contestador. Yo no las quiero, de nada me sirven aquí colgadas, en este espacio virtual, virtual como la memoria, como el vacío y como la angustia.
Con nada me quedo, salvo algún recuerdo aislado, y será mejor así. Y con la literatura, que es entretenimiento para algunos y castigo para otros.

Monday, October 09, 2006

Crash

Como todos los días, puse el despertador a las nueve. Pero me desperté a las diez y cuarto.
¿La razón?
Uno de esos sueños que dan miedo pero que a la vez son imposibles de dejar.
Yo iba en un auto, manejaba mi padre. Pero yo no iba sentado a su lado, sino en el asiento de atrás. Mi padre es mi chofer, creo que hasta llevaba uniforme. Pero hablábamos como padre e hijo. Dialogábamos de todo un poco, pero yo mientras miraba por la ventanilla. Y empezaba a notarlo.
La ciudad estaba llena de sangre. Había accidentes en todas las esquinas y la sangre brotaba de forma bestial, salvaje, todo era rojo. Ambulancias, sirenas, todo estaba desbordado.
Yo reía a carcajadas, le comentaba a mi padre qué gracioso que todo el mundo se hubiera accidentado. No veía ni el menor signo de tragedia en todo aquello. Mi padre tampoco parecía muy preocupado.
Nos deteníamos en un momento. Había una ambulancia detenida y unos médicos atendiendo a un hombre que había sufrido un accidente de auto. Pero su cuerpo estaba completamente descarnado, parecía más una víctima de un incendio que otra cosa. Ya no tenía piel, era puro músculo y tejido. Y la sangre salía en cataratas espesas desde el interior de la ambulancia. Mucha, mucha, mucha sangre roja, rojísima, casi fosforescente. Yo seguía riendo.
La puerta junto a la que estaba sentado estaba abierta o, simplemente, no había puerta. Cuando miraba el piso del auto, veía sangre allí también. Y mi pantalón tenía sangre adherida en la botamanga y había gotitas rojas y pegajosas en las rodillas y luego descubría que mis manos estaban cubiertas de sangre. Ya no reía, aunque me parecía simpático estar cubierto de sangre ajena.
Pero la cara se me transfiguraba. Dejaba de reir y miraba a mi padre preocupado. La frase que salía de mis labios era un tanto paranoica e ingenua.
"Pa, estoy cubierto de sangre. ¿Qué pasa si toda esta gente tiene sida?".

Sunday, October 08, 2006

Museos, alcohol, drogas, iglesias y swingers

Una a una se fueron encadenando las situaciones para que la noche de ayer fuese... diferente.
Y diferente siempre es bueno. Es la variedad la que nos mantiene vivos.
Comenzó con un reproche a mí mismo y con un evento deportivo.
Por la tarde, debido a mi vagancia, me perdí el festival de bandas, fotografía y pintura en Martínez. Esto me molestó porque: a) la hubiese pasado bien y hubiese sentido menos el peso de sábado a la tarde; b) seguro que había mujeres guapísimas y yo estaba con ánimo de hablar; c) dejé pasar por enésima vez la oportunidad de ver a la banda de Ceci, una de mis ex novias, en vivo, con la curiosidad que eso me genera y con el cariño que el paso del tiempo me dejó hacia ella.
A las ocho y media fui a jugar al fútbol sabiendo que no era un partido más. Porque estaban en cancha gran parte de los integrantes masculinos del grupo selecto de mi universidad, los que siempre sacan la mejor tajada, los que están involucrados en los eventos y beneficios y los que no paran de filmar con apoyo oficial. Y, muchas veces, el fútbol es sólo fútbol pero otras puede ser una declaración de principios. Uno deja en claro quien es, cómo se comporta en la vida y qué pretende por cómo se maneja en el terreno de juego. La camaradería y el respeto se ganan en la cancha, o bien jugando con destreza o bien poniendo coraje y batallando cada balón.
El partido dio lugar a cena en la casa de Rodrigo, el chileno, en La Boca. Tenía pensado ir a la recorrida de museos, como todos los años (es una noche al año en la que todos los museos están abiertos de noche y son gratis), pero tanto yo como Rodrigo llegamos a la conclusión de que nos tenían sin cuidado los museos. El habló por teléfono con gran parte de la sección femenina del grupo antes mencionado y, al final, se decidió que nos juntaríamos en la casa de Marina. Hacia allá fuimos, whisky en mano.
Todos en la mesa, bebimos whisky a gogó, escuchamos a Sinatra y hablamos de eso, esto y aquello. Hacia las 2:30, llegó una chica que yo no conocía y que tampoco era mi perfil de mujer, a pesar de que resultó muy agradable. Me presenté como Hans von Lichtenstein, cosa que le sorprendió, pero algún momento empezó a creer que ese era mi nombre en serio, hasta que a alguien se le ocurrió llamarme por mi nombre real y se acabó el chiste.
Muchos en un auto, pasamos por la fiesta de los museos, meamos en árboles y, aburridos de escuchar a Mimi Maura y sin siquiera poner pie en el castillito que lleva el nombre de Casa de los Museos, caminamos hasta la costanera. Allí armamos un porro gordo y de rápida manufactura, le hicimos honor y nos dirigimos a una ex iglesia que funciona hoy en día como discoteca y existe bajo el nombre de Soma.
La cúpula de la iglesia resultó imponente y, con la ayuda de las imágenes de Pánico y Locura en las Vegas proyectadas en una pantalla gigante, terminé de perder la cabeza. Bailando frenéticamente ante un DJ subido a una tarima episcopal. Johnny Depp encarnado en el Dr. Hunter Thompson, en silencio pero hablándome. Porque me sé cada puta línea de diálogo de esa película de memoria.
- Mirá - le dije a Marina -, yo quiero vivir como él -, dije, señalando a la pantalla, mientras Johnny/Hunter vociferaba barbaridades a ritmo de metralleta, imbuido en lentes angulares y movimientos de cámara entre documentales y enrarecidos.
No pareció causarle mucha gracia, ya que supongo que no es el tipo de cine que le gusta.
- ¡Leí el libro, vi la película veinte veces, amo a Hunter Thompson! ¿Entendés?
A Malena tampoco parecía importarle demasiado mi fanatismo.
Y mientras, bailábamos rock and roll de los cincuentas.
Le escribí a Facu: "Estoy en una ex iglesia, bailando como loco".
Facu respondió: "No te confieses!"
En cierto momento noté que Marina dejaba caer su cuerpo sobre el mío más frecuentemente de lo común y me surgió el impulso natural que tan fácil me brota de decir lo que pienso. Y estaba a pasitos de agarrarla de la cara, acercarme a dos centímetros y decir en voz muy baja: "Vos y yo sabemos que si ahora te doy un beso no me lo vas a rechazar, aún si tu cabeza te dice que no es lo que deberías hacer".
Pero recordé que nos conocemos, y bastante, y que ya intenté hacer algo similar antes y recibí una negativa. Hay errores de los que, por suerte, uno aprende. Y lo dejé ahí.
Hacia las cinco llegó Mariano con Mariana y Nico. Mariano y Mariana, que no tienen un show de tele juntos pero tal vez deberían, como Mork y Mindy, son "amigos". Ella es la novia de un "amigo" de él pero, sorpresivamente, ella y él salen de fiesta juntos. Y se tienen unas ganas que no pueden más, pero ambos dicen que no, que es mentira, que somos todos unos prejuiciosos. Yo estuve en esa situación antes, decir "no, che, es mi amiga". Pero amiga las pelotas... le tenía unas ganas que se me caían y, probablemente, terminé concretándolo cuando la tensión llegó a su punto culminante y el alcohol fluía como para poder disimular el deseo latente acumulado.
Borracho como venía y sin ánimo de ocultarlo, me adherí al toqueteo juguetón de Mariano y Mariana. Pero no de cachondo, sino de ebrio. Y me sumé en la sana histeria de cada día. Nico tenía una remera con un cartel luminoso que alternaba frases en letras rojas como "Puto el que lee" o "Bailen, putos" o "Siamo fuori". Luego le escondimos el saco de terciopelo con el que su padre se casó con su madre y recién se lo dimos antes de partir.
Fuimos hacia la salida, adonde vimos a Filgue, que estaba con una amiga suya muy alta, por última vez.
Después lo llevé a Nico a su casa, pero al llegar a Libertador nos quedamos hablando un rato más, mientras el sol comenzaba a salir y nos invadía la luz naranja del amanecer.
Y Nico dijo:
"Barcelona es una mina fácil, de esas que quiere coger de una. Es medio como una gordita judía, tetona y calentona. París es una mina medio pelo que está buena pero que no se deja tocar mucho. Y Londres es una super modelo, que está buenísima y es muy difícil. Es muy difícil cogerse a Londres". Ambos reímos, luego me miró y me dijo: "El sábado que viene sin falta, eh, vamos al hotel de swingers. Hagámos intercambios de documentos, como prueba".

- No, ni en pedo te doy mi cédula.
- Dále, puto, no te borrés.
- No, en serio, te doy la mano si querés.
- Bueno, te tomo la palabra.
- Me da un poco de miedito toda es gente garchando junta.
- A mí también, boludo, pero hay que ir.
- Bueno, está bien. Vamos.
- Mirá que mañana empiezo la cadena de mails, eh, toda la semana. El sábado vamos.

Y ahora resulta que tengo organizada una excursión al paraíso de las orgías multitudinarias. La verdad es que mucho placer no me da la idea, dado que soy un puritano, pero mi palabra está dada. Y, en el peor de los casos, es una anécdota más para contar, como cuando fui al boliche hardcore gay en Barcelona y no dejaban entrar mujeres.
El viaje a casa fue en solitario, mirando a la luz celeste y naranja del cielo, pensando "qué maravilla es esta hora, me gustaría verla así más seguido... lástima que eso implica dormir hasta las tres de la tarde".
Pero a las doce estaba arriba. A comer con los abuelos.
Sábado a la noche... domingo a la mañana. De punta a punta.

Saturday, October 07, 2006

El pico de la montaña y el fondo de la tierra

Hoy es uno de esos días muy arriba. Pero muy arriba mal. Sí, suena paradójico, pero es así. Intentaré hacerme entender.
Me levanté a la mañana y el sol brillaba a través de mi ventana. En la mesa había milanesas con puré y toda la familia comiendo. La comida estaba sabrosa, la conversación era amena y logré que mi sobrino dejara de jugar y comiera, o hiciera las dos cosas juntas, lo cual es aún mejor.
Después fui a ver a mi nuevo departamento, al que me voy a mudar pronto. Estaba vacío, oscuro y sucio, pero, más allá del miedo que me dio pensar que puedo estar en ese espacio solo - ya que será la primera vez que viva solo, literalmente, sin compañeros de vivienda -, me entusiasmó su vista de la ciudad, su balcón con techo de cañas para tomar cervezas con los amigos en verano y la luminosidad que llega desde el ventanal.
En la puerta me encontré a Jazmín 1, a quien no veía desde Enero. Como siempre, la ví resplandeciente. Siempre es un gusto verla, ya que la quiero mucho y forma parte importante de mi historia. Nos abrazamos y quedamos en hablar con mayor profundidad. Dado que ayer hablé con Inés, ya van dos ex relaciones con las que hablo y quedo para encontrarme. Eso quiere decir que debo hacer las cosas bien al terminar las relaciones, porque mis ex chicas me aprecian. Hoy veré a Ceci tocar con su banda, ocasión para saludarla y seguir demostrando la teoría. Supongo que algún día lograré que Chiara me trate con igual cariño.
Y fui a tomar un café con mi papá, y hablamos de todo y le conté lo que pienso sobre mudarme, sobre trabajar, sobre viajar, sobre el amor, sobre el futuro, sobre Francia, sobre Estados Unidos y sobre Hong Kong.
En el camino de vuelta vi casas hermosas de estilo inglés y casas de tradición romana y moradas afrancesadas y jardines geométricos y árboles tropicales y pájaros exóticos. Hombres en Harley Davidson vestidos al tono y ancianas en vehículos último modelo. Y me pareció bonito. Me pareció hermoso. Y me pareció atemporal.
Y todo, todo, todo es tan eufórico hoy que me duele el estómago. Tengo ganas de enamorarme de vuelta de sólo pensar en tanta energía. Es uno de esos días en los que podría hacer casi cualquier cosa que me propusiese.
Y tan esquizofrénica es mi vida que salta del peor día de mi vida al mejor y luego al peor y luego al mejor.
Jamás tengo un día medio, olvidable.
Creo que voy en un buen camino en no llegar a los treinta. Pero con onda, siempre con estilo.

La gente

Hay algo muy cierto.
Yo no extraño a Paseo de Gracia o a Rambla de Catalunya camino a mi casa.
Yo no extraño a Plaza Catalunya o a la Barceloneta.
Yo no extraño a las callecitas del Raval o a los bares del Gótico.
Yo no extraño a las Ramblas ni a Montjuïc.
Yo no extraño a la zona del puerto ni al Tibidabo.
Yo no extraño a Poble Nou ni al Razzmatazz.
Yo no extraño a Sarrià ni a Hospitalet.
Yo no extraño a Castelldefels ni al Prat.
Yo no extraño a Sitges ni a Vilanova.
Yo no extraño a Plaza Espanya ni al Camp Nou.
Yo no extraño a los pasajes del Borne ni a la Vila Olímpica.
Yo no extraño a los bares de Gracia ni a las cercanías de Paral.lel.
No, ni cerca.
Lo que yo extraño es a la gente. A la gente.
Y creo que toda ciudad se reduce en el fondo a eso.

Friday, October 06, 2006

Incomprensible

Hay dos formas de hacer las cosas: bien o mal. Se las puede hacer aceptablemente bien o moderadamente mal, claro, pero hay casos en los que los grises son irrelevantes. Y, cuando uno hace las cosas mal (y lo sabe), lo mejor y más recomendable es dar la cara. Porque el riesgo sino es que las cosas empeoren. Sí, siempre pueden empeorar, aún cuando parece que se tocó fondo.
Si uno da la cara y se muestra dispuesto a aclarar los tantos, aún si las cosas no tienen solución, el daño es menor.
Pero si uno no da la cara, la cosa se complica. Porque eso es cobardía. Y la cobardía, al menos de donde yo vengo, se paga. No por el hecho de ser cobarde en sí, que es una cualidad poco valiosa con la que a veces hay que cargar, sino por la decisión de no enfrentar a las circunstancias. Cuando la cobardía es una elección, la encuentro imperdonable.
Y la pena es clara: el olvido.
Después entrará en juego el dilema sobre la valoración. Si lo que valen son los procesos o los resultados, el medio o el fin. Uno será más o menos benevolente en la consideración de las acciones. Pero es una reflexión que es meramente contemplativa y personal, para nada relevante a la hora de hacer un balance real.
Lo cierto es que yo vivo en un mundo y elijo una realidad donde los miedos se enfrentan, los dolores se digieren y las adversidades se pelean. No entiendo otra manera de ver las cosas y tampoco la acepto. No hay pecado que considere más grosero que la falta de agallas, el temor al riesgo y la incapacidad de hacerse cargo de los propios actos.
En ese sentido, decreto: o jugás bajo mis reglas o salís de mi territorio. Y te vas a jugar a la cancha de al lado, donde puede que otros acepten lo que para mí es inaceptable.

Tuesday, October 03, 2006

Lo mismo de siempre, un tono mas abajo

Como diría un buen dicho popular: No doy pie con bola.
Son días en los que, más allá de que el cielo amaga a venirse abajo - y lo hace por momentos -, no me queda otra más que levantarme de la cama y enfrentar a la vida, que bastante absurda se hace. Me miro al espejo por enésima vez en el día y comienzo a enumerar.
No logro avanzar con la decisión sobre mi futuro. Creo que me da igual ser bombero o cineasta y ya no sé si es en serio o en broma cuando entro a la página de la Universidad de Hong Kong para averiguar sobre un posgrado de dos años en Cine y Televisión.
Pero es una realidad que no paro de sumar disgustos con mis cortometrajes. Que la cassetera de Beta funciona mal, que hay drops, que el DVD se graba mal. No logro conseguir la imagen terminada y final, esa que le puedo mostrar a mis padres y que digan "ah, nuestro hijo el director".
Mi novia, que vive en otro continente, no me escribe mails hace varios días ni me responde a los míos ni me llama por teléfono y me pongo paranoico. Ya no sé qué desición tomar sobre esta relación, pero si algo hay de seguro es que mi vida amorosa es nula, un vegetal recibe más contacto afectivo que yo.
No estoy trabajando ni consigo interesarme en la idea y me paso al menos seis horas encerrado en la sala de sonido, rodeado de gente encantadora, pero alienado de todos modos.
No me gusta lo que escribo, cada día soy más crítico con mis ideas y, en comparación con lo que hacen otros, mi producción creativa me parece una mierda.
Siento que mis dientes se ponen cada día más marrones, a pesar de que me los lavo todas las veces que considero necesarias.
Estoy nervioso, irritable, inestable y creo que la herida que me hice en la mano con el alambre oxidado se infectó.
Dejé de ir al cine, de ver exposiciones, de discutir sobre actualidad y, casi, dejé de sentir nostalgia.
No me emborracho tanto como desearía y sigo diciendo que no a las drogas pesadas.
Cada día me interesa menos el futuro y vivo menos el presente.
Y, encima, hablo con un amigo que anda perdido por la tropicalía tailandesa, viviendo la vida, corriendo riesgos y echando por la borda los planes de profesional que forma una familia para tener romances internacionales en paisajes asiáticos.

Gente, amigos lectores y amables paseantes... ¡Qué gran mierda es estar vivo!
¡Qué poco apetitoso es levantarse cada mañana y ver lo mismo de siempre y mirar al espejo a ese viejo cuerpo de siempre y tener siempre las mismas perspectivas! ¡Qué triste es llevar esta vida opaca y regular, en la que uno está siempre a la misma distancia de la vida y de la muerte!
Creo que es hora de unirse al ejército e ir a pelear a algún paraje lejano donde me puedan asegurar que voy a volver dentro de un cajón.
Yo mismo me haría el favor de decir adiós, sino fuera que me da miedo que todo vuelva a empezar.
Ríanse de mi desdicha, así al menos uno de nosotros la pasa bien.

Sunday, October 01, 2006

Buscando a alguien que me cuide el dia que toque fondo

Al principio me hacía falta y no lo podía evitar. Después, con el paso de los días, decidí dejar de escribir del tema, temeroso de que más de uno decidiera dejar de entrar al blog, harto de leer siempre sobre lo mismo.
Dolor. Dolor. Dolor.
Nadie quiere leer todos los días sobre las angustias ajenas, por más atractivamente narradas que estén.
Y volví a mis temas pintorescos de siempre, a las anécdotas jugosas, a las reflexiones disparatadas, a los recuerdos entrañables.
Pero no se fue. Sigue acá, todos los días y se renueva cada día bajo formas diferentes. A veces tiene forma de resignación, otras de esperanza, otras de malestar llano y convencional. Pero no pasa ni un sólo día en el que no me pese la ausencia, la falta, el espacio vacío. No hay día en el que no me levante desganado, con los músculos rígidos, con las pupilas pesadas.
Me duele. Me duele. Me duele. Me duele. Me duele.
Tengo el cuerpo cubierto de cicatrices que ya no duelen, el dolor pasó a otro estado material. Ayer me corté la mano derecha con un alambre oxidado, hoy me la quemé con una sartén. Pero no duele, o no importa. Porque tengo otro dolor, mucho más profundo, mucho menos curable y mucho, pero mucho más intenso.
Son varias ya las veces en mi vida en que atravesé la sensación de cansancio, la sensación de final, de que las cosas no daban para más. Me pesó siempre tener que decir esas palabras, tener que poner la cara ante las lágrimas, estar un día sentado solo y reconocer que algo que antes estaba allí ya no está. Pero sabía cómo recuperarme, porque cuando las cosas terminan no hay otro camino posible. Se hace el duelo y se continúa, poco a poco, con paciencia.
Pero cuando las cosas no terminan, sino que las circunstancias las detienen, no hay consuelo. No hay. Las distancias son infranqueables y esas cosas que uno decía a la cara se siguen diciendo, pero a través de un teléfono, o de un mail. Y suenan bien pero tienen sabor amargo, amarguísimo. Este duelo es diferente a todos los duelos que me tocó conocer antes. Y duele.
Y me siento solo, imposiblemente solo, y genero situaciones con chicas que jamás voy a concretar. Porque no me apetecen en lo más mínimo y porque no van a saciar mi angustia, ni siquiera un poco. Me paso días enteros ocupando la mente con lo que sea, tardes de fin de semana metido en casa, pensando, fantaseando, entre las tinieblas de mi habitación.
No hay solución. No hay consuelo. No hay mañana. No hay nada.
Hoy Chiara me compró un par de zapatos. Y eso me hizo sonreir como no sonreía hace mucho tiempo, pero también me hizo ver que todo llegó a un punto de extrañeza tal que ya no sé como seguir pensando que ésta es mi vida cotidiana y no una ficción. Porque todo, todo es tan de mentira en este mes y medio que llevo desde mi vuelta, que tal vez lo más fácil sea abandonar esta tragicomedia y cerrar el libro.