Cuando la cosa no da para más, hay que matarla. Si bien uno nunca está seguro y hasta último momento duda, llega una instancia en la que ya no tenemos ganas de seguir peleando porque el premio no parece valer la pena. Esa determinación llega cuando nos damos cuenta que algo cambió indefectiblemente: se agotó la fantasía, sólo queda tristeza.
Decidí (al menos creo que estoy seguro de que tal vez...) terminar mi relación con J. Y lo hice en una ráfaga de fuego, si eso fuera posible. Lo hice con violencia, con verborragia y, por sobre todas las cosas, con una mezcla agridulce de desazón y alivio. Me gustaría decir que ya no tropezaré otra vez con esa piedra, pero... preguntale.
Como siempre, fui a la fiesta esperando encontrarla pero preparado para desilusionarme. Como siempre, pensé las palabras más hermosas posibles para decirle pero sabiendo que sólo le producirían indiferencia. Como siempre, pensé en seducir y abandonar a sus amigas/conocidas/familiares, con descaro y descuido.
Me embriagué como indica la vieja escuela (mezclando líquidos inrreconciliables), bailé desenfrenadamente entre una multitud muerta de espíritu e histeriquee con toda hembra que me deseara. Y, luego de esperar, me dije "claro, era evidente que no vendría." Entonces elegí un buen target, una de esas mininas que pueden combinar dulzura y cachondeo, una niña que ya había visualizado en los pasillos de la facultad. Anteojos de marco negro, pseudo rubia, habla inglés como si fuera gringa, es bonita pero no lo sabe, a mis amigos no les gusta en lo más mínimo. Era perfecta.
Cuando voy a dar la estocada, zas... me lo dicen, por sobre los hombros: "Tiene novio y es canadiense... igual, es re sexópata." Todo al diablo; yo no compito con anglos y menos le disputo la chica a otro caballero. No me gusta, y menos me gusta nadar contra la corriente.
Depresión y caída. Replanteos. Tristeza. Levanto el celular y llamo a J, manotazo de ahogado. Dejo un mensaje de ebrio, tonto, juguetón donde no hay nada que jugar, vacío. Me arrepiento al microsegundo de haber cortado.
Cansado de estar cansado, me siento en un rincón, a contemplar al desperdicio adolescente envasado en cuerpos que se frotan y se deslizan, pudorosos pero anhelantes. Y entre ellos... sí. J, con su accesorios colgados en el cuello, con su andar cansino, muy impostado. Me mira, me saluda, nota mi infinita tristeza. ¿Qué te pasa? Estoy eternamente triste. ¿Por qué? Qué sé yo, es largo de explicar. Y se va, con su amiga, amarraditas de las manos.
Me levanto, salgo a buscar aire, consigo unas pitadas de pasto. Revivo. Y la salgo a buscar, con fines inciertos. Me la cruzo y sale todo, la llamarada, de adentro, sin procesar. Se ríe, pero pronto su sonrisa se desfigura en mueca de incomodidad y de espanto. Sufre, y creo que me gusta, pero en realidad no me gusta porque inmediatamente me pregunto por qué tenemos que llegar a esto para que los dos sepamos cuántos nos queremos.
"Al fin conozco a una persona más egoísta que yo, sos el castigo de Dios para mí por ser como soy", "Necesito saber si me deseas o no porque no quiero perder más el tiempo", "No sabés el trabajo que me costó ignorarte durante tres días seguidos, a mí no me sale tan bien como a vos hacerme el indiferente; me muero de envidia", "Te lleno de palabras hermosas y te chupa un huevo, siento que no tengo manera de llegar a vos, mis palabras no valen nada", "Me decís de hacer algo pero sé que no me vas a llamar, no tenés ni la consideración para decirme que no tenés ganas o que estás cansada, preferís mentirme", son algunas de las frases que le tiro, casi sin pensar.
Ella tiene miedo. La está pasando mal. No me gusta, pero necesito que escuche lo que ella no quiere que le digan.
"Me quiero ir, quiero ir a bailar, me estás quemando la cabeza, hablamos en otro momento" argulle, queriendo huir.
"No va a haber otro momento", explico, "y no te vas a ningún lado, porque no terminé con vos todavía."
Y cuando quiero reaccionar, ya se pudrió todo y estoy más triste que antes y pierdo el control y hago lo peor que podía hacer. Con ambas manos tomo su cara y acerco mi boca a sus labios, como si un beso lo borrara todo. Grave error, rechazo terminante. "Te crées que con un beso lo arreglás todo... por qué no me lo diste al principio." Y tiene razón.
Pero ya es tarde, porque cuando los planteos ocupan la escena se muere el deseo. Es la muerte del costicismo. Cuando a uno le lleva tanto tiempo explicar qué anda mal y encima no es comprendido en lo más mínimo, las ganas de tocar, de sentir, de querer, se apagan. Es enormemente desolador, pero a la vez trae calma. Es muy relajante no desear más a un objeto doloroso.
Y me voy, enojado pero energético. Algo cambió. Manejo a velocidad y pienso en ella, pero no ya con amor sino como un vacío que hay que llenar. No puedo predecir qué va a pasar, pero algo del orden del afecto se murió.
Es hora de buscar un nuevo amor. Uno sano, un lugar donde estar bien, donde no discutir.
Basta de chicas conflictuadas que no saben lo que quieren. Necesito un respiro.
Cuando llega el trágico fin de fiesta, no queda otra que irse a dormir y soñar con las cosas buenas que van a venir.